Las calles ajenas de la Zona Colonial

Las calles ajenas de la Zona Colonial

ÁNGELA PEÑA
Para no tener que jurar que en este país no hay autoridad, ni orden, ni ley, ni respeto, sólo hay que visitar cualquier noche la Zona Colonial, en la que ningún poder del Estado ha podido quitarles las calles a una partida de prepotentes vividores que se han adueñado de ellas para ofrecer sus aceras como estacionamiento, a la brava y compulsivamente, como si en realidad estuvieran respaldados por algún encumbrado funcionario, un militar de alto rango o por la dependencia estatal que regula el tránsito en esa área que se ha convertido en el principal atractivo de las noches dominicanas, para dolor de sus desdichados moradores, que no duermen.

En los alrededores del parque Independencia, en las calles Hostos, Isabel la Católica, Arzobispo Meriño, Padre Billini, Duarte, Mercedes, Emiliano Tejera y las circundantes de la Plaza España, entre otras, hay una mafia de avivatos que tiene boletos impresos y sellados con precios que oscilan entre treinta y cincuenta pesos para cobrar, con carácter de obligatoriedad, a los que se estacionan en esas vías, que son lugares públicos. Ya no es que “amiguita, se lo voy a vigilar”, para que el conductor se cantee con una propina aunque el malandrín esté a cinco kilómetros de distancia acechando a otra posible víctima de su frescura. Hoy es que, desde que el conductor se aparca, un tipo rudo, autoritario, violento, dice que hay que pagarle por adelantado.

No vale el argumento de que la calle es libre, de que esto no es un parqueo privado, es que hay que pagar por el espacio y si usted se niega o le dice que “vamos a ver cuando yo regrese”, el malón amenaza: “¡Ah! ¿Usted no me quiere pagar? Entonces yo no soy responsable de lo que le pase a su carro”. Es una intimidación, una advertencia que utilizan principalmente con las mujeres para que éstas sepan que su vehículo puede aparecer con un soberano rayado hecho a puro punzón o con las cuatro gomas pinchadas.

Uno de estos caraduras, con chaleco lumínico, tuvo la cachaza, en noches pasadas, de hacerse pasar como agente de Politur, lo que es obviamente mentira porque esa no es la función, hasta donde se sabe, de ese cuerpo destinado precisamente a velar por el orden de la zona.

¿Hasta cuándo van a permitir las autoridades correspondientes este abuso? En el negocio hay hasta mujeres que ponen cadenas y otros obstáculos a las aceras y no las quitan si no se les paga.

O son demasiado blandengues los responsables de erradicar este exceso o hay un poderoso beneficiario detrás de estos aprovechados bravucones que operan en la Ciudad Colonial como una red de intocables.

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