Las caras de la opresión

Las caras de la opresión

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Cuando usted esté en la página de este artículo, pondré mi cara más amable para saludarlo. Es un placer… su cara me parece conocida. Y a propósito de caras ¿sabía usted que han dicho que la cara es el espejo del alma, y que a través de ella nos ven, nos conocen, nos penetran, nos juzgan y hasta averiguan lo que pensamos? ¿Y que a pesar de esa penetración, ni la ley ni la iglesia consideran pecados esas «cosillas» que a veces pensamos, pese a que no son muy «católicas»? (Recordemos la cara y los ojos pecaminosos de bikinis que ponemos en la playa).

A propósito de caras, permítanos hablarles un poco de la «ERA» del «JEFE», la cual deberemos recordar y volver a estudiar para aprender no del Jefe, sino de nosotros mismos y de nuestra conducta.

El «Jefe» era un hombre de CARACTER y esa palabra etimológicamente viene del latín «cara»; recordamos que ese caballero, cuando se apoderó de la banda, de «la ñoña», al principio aclaró, para evitar calamidades y malos entendidos, una cosa tenebrosa: «Todo el que no está conmigo está contra mí». «Ingratos y tontos son los que andan por veredas en vez del camino real». El término medio político era mortal. El anticipó que de ahí en adelante el país sería suyo con título y todo.

Tras esa declaración y advertencia, se dio rápida sepultura al cadáver del romanticismo criollo. Más claro no cantaba un gallo y más ese ejemplar tan bien espuelado. Tras esa franqueza, era la hora de esconder nuestras caras y gestos, y de andar a la defensiva.

Es obvio que la cara, por esos gestos impremeditados que hacemos, que nos salen pese a los frenos y disimulos, generalmente delata no sólo lo que pensamos sino además cómo nos sentimos, y ese síntoma, esa sinceridad facial, sirve para que el prójimo, sobre todo el oficial, se entere de muchas cosas, quizás demasiadas, cuando vivimos en una tiranía, en que con cara feliz obligatoria era conveniente y saludable apoyar al «Jefe», alabarlo, aplaudirlo, seguirlo, hacer genuflexiones, pagar impuestos, desfilar con banderas, aplaudir y pedir, «manumiltari», su eterna reelección. Convenía también, para la tranquilidad espiritual y familiar, apoyar incondicionalmente sus decisiones, hechos, leyes, decretos, purgas, limpiezas y vigilar constantemente la pupila de sus ojos y anticipar sus deseos más recónditos.

Ya se lo dijimos ¡cuidado con la cara, cuidado con la faz! y no hay tiranía que pueda sobrevivir sin expertos faciales, intérpretes de caras, narices, muecas, pestañeos, gestos; intérpretes de silencios, medias palabras, estornudos, y de oscuridades e intimidades. Para eso se contrataban lo mejores buzos de almas, taladros de cerebros, psiquiatras, psicólogos, hipnotistas, radiólogos, telépatas, fisiólogos, fotógrafos, sueñólogos, mediums, espías, sacerdotes, confesores y otros «virtuosos», para captar nuestras mínimas y más recónditas reacciones. El penetrante psicoanálisis regiría en política.

Pero asimismo aprendimos cómo los pueblos, con su sabiduría popular, se las ingenian para esconderse, y sobrevivir con un antifaz, una anticara, una careta neutra, una máscara impenetrable al control oficial y debajo de ella una burla y la rebelión; claro, eso del antifaz burlón no lo inventamos aquí, pues venía de Grecia, Oriente y del carnaval de Venecia, donde las muy honestas matronas o cortesanas vírgenes, se tapaban la cara y la moral para soltar sus recónditas lujurias, locuras, entusiasmos, amores, vicios, cristianismo y orgasmos diversos, y después regresar al mundo un poco menos vírgenes, puras, inocentes, y haciendo un retornelo a lo cotidiano. ¡Ven qué útiles y universales son las caretas…!

Una vez tuvimos el placer, o desplacer, de conversar con un experto en descifrar caras y gestos, que nada menos era el afilado Jefe de Inteligencia, y, como exalumnos de kinder, nos consideraba amigos (los tigres también fingen amistad), y nos habló de sus experiencias y de los signos faciales reveladores de opositores, «indiferentes», complotadores, etc.

El se esmeraba en vigilar el latir de la yugular de los interrogados, su frente sudada, su sonrojo, su verde palidez, y sobre todo nos describía las caras de los enamorados correspondidos flotando y expresando felicidad; o la cara de la criada enamorada, que andaba en el aire, dejando caer la vajilla, armada de rolos multicolores, con faz ausente, y preocupada de estar «un chin preñada»; o la faz del bobo político con boca entreabierta en universal sonrisa, que chorrea sábila por las comisuras; o la cara del Tartufo, del farsante que acaba de comulgar, con su aire de grecia y protegido del Espíritu Santo. Sí, el policía psicólogo nos describió la faz del padre Angel, aquel que andaba ensotanado difundiendo el cristianismo, pero que andaba también con diez kilos de explosivos debajo de la sotana, y predijo que «hoy a las 10:00 horas a.m. al cura le va a explotar «accidentalmente» todo su explosivo cristianismo. ¿Sabes? una broma se le hace a cualquier santo…»

«Para eso me paga el «Jefe», para controlar caras y curas y bucear dentro de sus apariencias, porque este es un pueblo de actores, que por la tarde dicen «Viva el Jefe» en el púlpito, y en la sacristía excomulgan. Y dirigiéndose hacia mí dijo: «Mire doctorcito y amigo, cambie su cara de disimulado y déjese de andar con tipos poéticos de pelo largo, pendejos idealistas complotadores de corbaticas de mariposa, que yo tengo ojos, oídos, olfato e incienso para los cómplices tapados…» Dijo eso con su baba podrida y escupiendo en la pared, y se fue dejando atrás su cola de veneno oficial.

De inmediato, con mucha «espontaneidad», puse la cara más trujillista que pude conseguir en el mercado. Desde entonces, como usted lo nota, ando con careta variable según las conveniencias. Y si usted no tiene antifaz, está a tiempo, compre uno para estar tranquilo; para el pleno disfrute del destape moderno, para aplaudir al que manda, cualquiera que sea. Y le servirá también para llorar en los entierros de primera, pero para los de segunda, la actual le sirve perfectamente… Y claro, también para ir a la iglesia, oír el sermón y oler inciensos; y el domingo, al salir, quítesela en el motel, que ahora este es un país «chulísimo», liberado, tolerante, sexy y muy comprensivo…

Publicaciones Relacionadas

Más leídas