Las carcajadas de los dictadores

Las carcajadas de los dictadores

En un desdoblamiento de su personalidad austera y rígida hasta llegar a extremos homicidas, las dictadores gustan de rodearse de graciosos alabarderos quienes con sus chistes y salidas repentinas hacen su delicia hasta hacerlos olvidar sus graves problemas de mandato autoritario.

En Venezuela Juan Vicente Gómez tirano absoluto por largos años, se complacía en conversar con el incondicional Pimentel. Este de pequeña estatura pero de inteligencia avispada era un áulico que con sus chistes de doble filo era el único que hacía reír a carcajadas al mandamás, principalmente en sus paseos frecuentes por su hacienda de Maracay.

En República Dominicana gozó de fama extraordinaria Gollito Polanco por ser uno de los pocos que intimaba con Rafael Trujillo de tú a tú. El Dictador gozaba con los relatos chispeantes de Gollito. Una vez estando el mandatario en Santiago y en conversación íntima con Gollito llegó a preguntarle: Dime Gollito, qué dice el pueblo de mi gobierno? Jefe, le contestó el interpelado, yo no me atrevo a opinar sobre ese asunto. Tú eres hombre de mi confianza, insistió Trujillo, dime que piensa la gente de mí? Gollito estiró las piernas, levantó el pecho y se atrevió a decir: Bueno Jefe se dice que el tabaco es malo pero hay que fumárselo.

En vez de la reprimenda que Gollito esperaba, Trujillo lo miró fijamente y prorrumpió en una formidable carcajada…

Tomá Jonga fue un pintoresco campesino que se radicó en el barrio de Galindo con las atribuciones de Alcalde Pedáneo. Además de Alcalde contaba con el apoyo irrestricto de Trujillo para resolver cuanto problema pudiera presentarse en la jurisdicción a su cargo.

Tomá Jonga, era ley, batuta y constitución en el barrio de Galindo.

Su palabra era respetada para mantener en armonía aquel conglomerado. Si se trasgredía la ley, esto sólo no podía hacer Tomá Jonga, bajo el amparo del poder de que estaba investido.

En el barrio de Galindo todos lo respetaban y le temían. El hombre no se andaba por las ramas cuando había que usar la muñeca dura. Se hacía sentir en sus determinaciones, aún llegara al límite de lo draconiano, de lo abusivo.

Pero este hombre, ladino superlativo, en su instinto de campesino inteligente, así como usaba la mano dura, también la aguantaba para alegrar a cualquier persona que atravesara por difícil situación. En la muerte, ofrecía el ataúd a los familiares; cuando a alguien lo aquejaba grave enfermedad, Tomá Jonga hacía la diligencia necesaria para lograr su internamiento en uno de los hospitales públicos que existían en Santo Domingo. En fin, el malicioso alcalde de Galindo, Tomá Jonga, tiraba una de cal y otra de arena.

Por esa sagaz inteligencia que poseía y que llegó al conocimiento de Trujillo, fue escogido por éste para que mantuviera la ley en su pequeño distrito y, también, en el más alto pendón el fervor trujillista, incondicional, irrestricto y único bajo la sombra de las tres palmitas, símbolo del Partido Dominicano al que estaban obligados los dominicanos a afiliarse. Y ay de aquel que se resistía a inscribirse en sus filas.

En una de las tantas ocasiones que se le rindiera homenaje a Trujillo en el barrio de Galindo, tuvo lugar un mitin donde se reunieron los personajes más representativos de las barriadas de Santo Domingo. Cada delegado tenía que pronunciar un discurso con el consabido halago a la política del Benefactor.

El encargado de cerrar el acto lo era Tomá Jonga. Al llegarle el turno, no quería subir a la tribuna. Sus compañeros tuvieron casi que empujarlo para que hiciera uso de la palabra.

La situación era tensa. Visiblemente turbado, al fin, se decidió a subir a la tribuna. Señores, dijo, yo no se hablai, pero lo único que yo sé es que Trujillo es el buey que jala y la víbora que pica. Prolongados aplausos.

Cuando le contaron a Trujillo revelando el atrevimiento del Alcalde, el dictador al oír aquella frase lapidaria, no pudo contener una estruendosa carcajada…

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