En el Partido Reformista son pocos los que piensan con sinceridad en un proyecto de partido. Su alta dirigencia ha realizado visibles esfuerzos para prodigar un crecimiento sostenido además de un efectivo fortalecimiento institucional.
Para esos propósitos se contrató una costosa campaña, con la que se pretende sumar adeptos y reconquistar otros esparcidos en parcelas contrarias o simplemente apáticos frente a las estériles luchas internas.
Otras acciones meritorias también han formado parte de este esfuerzo, el fortalecimiento del Instituto de Formación Política, la celebración de seminarios y congresos diligenciales, entre otras.
Es evidente que todos estos recursos institucionales utilizados no han calado con la efectividad deseada en los sentimientos políticos de los simpatizantes del reformismo. Esta pobre reacción obtenida tiene sus orígenes en la falta de cohesión de la dirigencia de ese partido.
Las diferentes caretas que ocultan el rostro político de muchos importantes cabecillas del reformismo impiden que ese partido, destinado a jugar un importante papel electoral, pueda posesionarse adecuadamente en el electorado.
La última encuesta Gallup-Hoy, publicada recientemente, pone en evidencia la realidad del reformismo. Aparte de un pírrico crecimiento, que de ninguna manera puede satisfacer a los compromisarios de ese partido, ninguno de los aspirantes conocidos a la nominación presidencial cuenta con un porcentaje que se estime suficiente para el sostenimiento de una candidatura que represente con vigor sus intereses. Podría ocurrir que entre éstos exista la persona adecuada que por circunstancias desconocidas no se hayan valorado con justeza sus méritos y pueda desarrollar una candidatura que impacte en el electorado. Pero esto nunca lo sabríamos, si los principales actores de este drama partidista no son capaces de quitarse las cartetas y enfrentar con responsabilidad el futuro inmediato del PRSC.