Las cartas de amor entre un coronel y la mujer de su vida

Las cartas de amor entre un coronel y la mujer de su vida

El tierno coronel volcaba casi a diario las ansias de su corazón enamorado en  cartas repletas de dulzura que la amada esperaba inquieta en su lejano refugio de San Cristóbal para saciar espíritu, mente, cuerpo, repasando esas letras delirantes que conservó como sagrado tesoro más allá del trágico deceso del adorado soldado que consumía a la distancia sus emociones juveniles.

Cuando él cayó mortalmente herido en el ataque del hotel Matum, ya la apasionada pareja había materializado el anhelado deseo de estar juntos pero su amor por él permaneció inalterable por lo que recogió el voluminoso epistolario y lo depositó delicadamente en una cajita que era como la presencia cotidiana de su cariño muerto. Hablaba de esta correspondencia pero jamás sus ojos se posaron en ella para no manchar el delicioso recuerdo de esos años con el amargo sabor de la tragedia.

Las misivas que intercambiaron Juan María Lora Fernández y Dulce Yolanda De León Aliés fueron respetadas hasta el 22 de abril de 2004 cuando la viuda fiel cerró sus ojos para siempre. Entonces los hijos leyeron con ojos humedecidos por la impresión aquel derroche de enternecimiento del galán que conquistó el cariño de la  adolescente pueblerina.

Se conocieron en una guagua viajando de “Ciudad Trujillo” a San Cristóbal. Ella estudiaba para farmacéutica y él iniciaba la carrera de Derecho, en 1953. Las cartas son de 1954 y 1955. Juan y Yolanda casaron en 1956. Fue un acontecimiento social no sólo porque el novio era sobrino de Ludovino Fernández, influyente general del régimen, sino porque Trujillo apadrinó el enlace, representado por el coronel José Alcántara. Otro padrino fue el  teniente Rafael Tomás Fernández Domínguez, primo del desposado.

En 1963 Lora y Fernández Domínguez se distinguieron por sus  decisivas actuaciones contra el golpe de Estado al Presidente Bosch, y en la revolución de abril de 1965 que demandaba su reposición. El primero cayó derribado por el invasor yanqui, en el asalto al Palacio Nacional. Lora, que fue jefe de Estado Mayor del Gobierno Constitucionalista de Caamaño, murió el 19 de diciembre de ese año, en el ataque a las fuerzas revolucionarias perpetrado en Santiago.

Años felices

De puesto en Dajabón, Nagua, “Ciudad Trujillo”, La Vega, el entonces segundo teniente la saludaba con melosos calificativos: “Muñeca mía”, “Vidita”, “Querida”, “Mi muñeca”, “Mi preciosísima muñeca”, “Mi adorada muñeca”, “Amor mío”…

“Con más amor que ayer te escribo para que sepas cómo es que estoy en esta ciudad, y saber cómo se encuentra mi muñequita pues la desesperación se ha apoderado de mí al no saber nada de ti. Ayer en las horas de 5 a 6  te llamé a la Universidad pero no fue posible localizarte. Le dije a la persona que contestó que te buscara por el bar o en los lugares de siempre, pero nada. ¿Dónde estabas, mi muñeca? ¿No viniste?”. Después de confiarle su desazón, se despide: “Recibe mi alma en un beso”.

Amor mío, le dice en otra, “si no fuera porque no estoy cerca de ti te dijera que me encuentro bien, pero ay, si supieras cuánta falta me haces, si supieras cómo pienso en ti en cada segundo, día a día.. Tú estás conmigo, te llevo a todas partes, te cargo metida en lo más profundo de mi alma, es ahora cuando en realidad he comprendido que hay amor en el mundo, que te quiero con todas las fuerzas de mi alma. ¿Y tú, muñeca mía, me echas de menos? Piensa mucho en mí, te quiero mucho. ¿Cuándo nos veremos? Estoy loco por verte, me haces mucha falta”.

Por la cantidad de cartas, es de presumir que los carteros fueron parte importante en sus vidas. Las epístolas pudieron ser diarias. Juan le describía la cotidianidad en el trabajo, lugares que frecuentaba, misiones que le asignaban, dolores, enfermedades, de amigos y familia. Confesaba que vivía, pero que moría por verla y a veces le reproducía letras de boleros de entonces, prometiéndole que haría lo imposible por hacerla feliz.

Anunciaba que llevaría sus discos para compartirlos y manifestaba a su “cariñito” la complacencia que le producía “oírte decir que soy tu dueño”. Concluía: “Kiss for you”.

“Vidita, no sé, pero cada vez que estamos unas y muy cortas horas y llega el momento de despedirnos, me siento desfallecer de sólo pensar en que nunca tenemos seguridad de cuando volveremos a pasar un rato juntos. No sé por qué debe correr el tiempo tan aprisa, especialmente cuando estamos juntos, quisiera averiguar algún procedimiento para detenerlo. ¿Conoces alguno?”.

Eran amores sanos, puros, consagrados en estas páginas que formarán parte de un libro. Juan le contaba sueños reiterados con ella y la frustración sentida al despertar a la realidad. En la amorosa cajita hay también recuerdos como un souvenir del Santo Cerro, la invitación a sus nupcias y una carta de desprecio al teniente. Los hijos no se explican cómo pudo conservarla Yolanda. Entonces él trabajaba en la Oficina de Servicio de Inteligencia de Ciudad Trujillo y la remitente le escribió desde La Vega: “¿Te crees que todas tenemos que andarte atrás? ¿Eres algún adonis y todas las mujeres que han pasado por tu vida tienen que formar un círculo para adorarte? No, mi hijo, tú estás muy equivocado, te crees que porque tengas un uniforme, seas simpático y un poco atractivo las mujeres tienen que doblegarse a tu cariño…” Recuerda un desprecio que él le hizo, jurándole que nunca se le olvidaría.

Las cartas de Yolanda a Juan están también saturadas de amor por él. Tanto lo amaba que decía no poder dormir ni concentrarse en los estudios. “A lo mejor los catedráticos piensan que estoy muy atenta a la cátedra, en realidad los estoy mirando, pero sólo puedo y quiero pensar en ti”. Rumiando soledad, distancia, separación, nostalgia, le escribe: “Recibe besos y abrazos del ser que más te adora en este mundo”, “no se hace nada con cuerpo sin alma, y mi alma quiere y está toda en ti, y al estar tú tan lejos, aquí solamente existe un cuerpo vacío”.

Le comenta su angustia por no verlo y el deseo de vivir eternamente a su lado. “Puedes asegurar con toda confianza que tu imagen no se aparta ni un solo instante de mi pensamiento. A todas horas y en todas partes, tú estás en mí”.

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