Las cloacas de Ovando

Las cloacas de Ovando

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
henriquezcaolo@hotmail.com 
Después que salí de Hungría he gastado más dinero en periódicos que en comida. Buscaba los periódicos de mi país en otros países, cercanos o lejanos, donde eran costosos y escasos.

A veces tenía que dar un largo viaje hasta las oficinas de un cónsul o de un diplomático. Leía ávidamente las noticias: la guerra en el Golfo Pérsico; la caída del gobierno comunista de Albania; la desintegración de la Unión Soviética; la división de Checoeslovaquia; las matanzas en Bosnia y en Croacia; pensaba que todo evolucionaría hacia un desenlace satisfactorio. Creí, en algún momento, que se llegaría a una situación tolerable en Serbia, en Rusia, en Irak.

– En esos lugares del mundo a cada rato revienta un zambambé. – ¿Qué es un zambambé? – Quiero decir desordenes, motines, revueltas. – Así es; no han cesado los problemas; ahora todo es peor.

– Le sugerí que subiera a una loma y tomara un descanso a la criolla, con siesta en una hamaca, desayuno de frutas frescas, baños en chorreras frías. – No puedo darme ese lujo, amigo. Tengo que resolver algunos asuntos importantes, aquí y en La Habana. – En Santo Domingo la gente cree en el poder curativo de las lluvias; en los campos, los agricultores dicen: la lluvia “paga sus daños”; los habitantes de la ciudad estiman que la lluvia “limpia las calles” y se lleva las enfermedades. En estos días, como usted ha visto, llueve todas las tardes. Es una invitación al descanso y al sueño profundo. – En España también relacionan la lluvia con el sueño, con el descanso. Es la oportunidad de escapar de los pensamientos sombríos. Mi padre recitaba unos versitos ramplones: “cuando a veces pienso / que me tengo que morir / tiendo la manta en el suelo / y me harto de dormir./” Desde que el cielo se encapotaba soltaba los versitos.

– Doctor, las cloacas de Santo Domingo están llenas de cucarachas, ratones y ciempiés. Todos los desperdicios de la ciudad vieja van a parar a esas cloacas del siglo XVI, ruedan por la pendiente bajo las calles y desembocan en el mar. La basura y los excrementos que produce la gente circulan debajo de las vías y no son visibles para los turistas. Pero detrás de cada muro puede usted encontrar un gran sufrimiento, una infamia escondida. Los ojos del extraño no logran ver estas cosas, tapadas siempre por un biombo. Usted ve claramente los sucesos penosos que ocurren en Hungría o en las naciones vecinas. En cambio, no caerá en la cuenta de qué se oculta tras cada información publicada por un periódico dominicano. Si la noticia fuese acerca de Hungría a usted le bastaría un leve indicio para entenderlo todo.

– El poeta Pedro Mir escribió sobre los escaparates de la calle donde encontró al barrendero. Afirmaba: “Es la calle del Conde asomada a las vidrieras”. Se refería a una concreta injusticia social, al bajo salario de las operarias de las fábricas de camisas. ¡No quiera usted asomarse a las alcantarillas de la vida caribeña! Los abusos cometidos contra “las camiseras” son poca cosa al lado de otras tragedias colectivas. Sería fácil mejorar los jornales a las costureras. Los forasteros tienen “ojos sin vista” para “las verdades negras”. Ven únicamente “los ensueños blancos”. Me empeño en ahorrarle tropiezos en tierra desconocida. Ya usted comenzó su aprendizaje en el Caribe con el viaje a Cuba. Lo que cuenta de las Memorias de Marguerite de Bertrand me ha sorprendido. El trabajo realizado me parece digno de aplausos. Pero no deseo que usted enferme, que sufra una depresión al final del camino.

– A lo largo de estos años he ido componiendo un “concierto” para “persona y sociedad”, como si dijera para flauta y orquesta. La música de ese “concierto” es intelectual, traspasada o acompañada por una “llovizna filosófica”.

Las cloacas son todas hediondas; usted me ha dicho que las de Santo Domingo las construyó el gobernador Ovando. Debe haber corrido mucha sangre y mucha porquería por esas cunetas subterráneas. Creo que todo cuanto dice es exacto.

Según sus palabras, la lluvia limpia las calles; es obvio que también podría limpiar las cloacas. Quiero mostrarle hoy unos pocos compases de mi “concierto” para “individuo y multitud”. En primer lugar, nunca desaparecerá de la tierra el engaño, el crimen, la violencia. Podemos dedicarnos a cualquiera de estas tres actividades humanas, que la organización social tolera y a veces estimula.

No obstante, las personas tienen derecho a elegir su destino, su modo particular de emplear la vida que reciben de sus progenitores. Mejorar las costumbres existentes es una tarea superior a las fuerzas de los hombres comunes. Luchar “por vivir mejor” en sociedad es un trabajo honroso y frágil, de resultados ordinariamente nebulosos. Aun así, desarrollar ese esfuerzo es preferible a sumergirse en un lodazal de crímenes y saqueos.

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