Las cosas a medias  y la  inconsecuencia

Las cosas a medias  y la  inconsecuencia

Este jueves recién pasado, 5 de marzo, veo fotos y leo la información de que las magníficas, espléndidas instalaciones para la atención pediátrica de emergencia patrocinada por la  Primera Dama, Dra. Cedeño de Fernández, en el hospital Darío Contreras aún no pueden funcionar por falta de personal y de material quirúrgico. Se requiere el nombramiento de los especialistas que habrán de laborar allí y alrededor de dos millones de pesos para la adquisición de material quirúrgico. Mientras tanto, esta inversión de cuarenta millones de pesos financiada por la encomiable labor de mejoramiento hospitalario que realiza la Primera Dama no rinde frutos, porque no se asignan recursos imprescindibles para su funcionamiento.   

   Y uno se pregunta consternado, si eso sucede con algo que toca directamente a la esposa del Presidente de la República ¿qué no pasará con lo que no está conectado con los más altos niveles del Poder?

   Se entera uno del criminal descuido con que se tratan costosas donaciones extranjeras consistentes en equipos altamente beneficiosos para el país, que se arruinan en el abandono y la desidia; se duele uno de que carecemos de criterios de mantenimiento, en gran parte debido a que las “remodelaciones” resultan extraordinariamente más lucrativas con sus vigorosos chorros de dinero que el gotear modesto  y constante de un adecuado mantenimiento, garantizador de la perdurabilidad y salud de la inversión original.  Pienso en el Palacio de Bellas Artes, en las innumerables “remodelaciones” que de tanto en tanto sufrió, agobiado por las carencias de recursos mínimos y la intervención accional de personas sin los necesarios conocimientos, lo cual llevó a que el magnífico Auditórium, cuya acústica era  excelente, se fuese deteriorando más y más cada vez que le ponían encima la mano ignorante.

   La administración del Presidente Fernández ha invertido una cuantiosa suma  -cuyo monto todavía flota en especulaciones aéreas- en lo que se entiende una restauración a fondo de Bellas Artes. Hay mármol italiano en importantes extensiones, lujos aleatorios, equipos electrónicos válidos, pero no existe un criterio de uso sensato del espacio ni tampoco una presencia de recursos para un funcionamiento como corresponde a tan magnífica edificación.

   Esta semana he asistido allí a un excelente concierto del Coro Nacional, en celebración de los 54 años de su fundación. Los logros del Coro bajo la dirección del profesor Espín han sido verdaderamente notables. Los cantores, voces frescas y voces de madura calidad,  deleitaron a un público entusiasmado que aplaudió de pies, más de una vez. Ahora, resulta incomprensible que el piano de cola que estaba en el escenario fuese un artefacto desportillado, sufriente de décadas de malos tratos, de falta de atención –calificada o no-. Me partió el alma ver a ese viejo amigo, compañero de tantas noches gloriosas en manos de excelsos artistas del teclado. Verlo allí, desnudo en su miseria, sin siquiera un poco de pudorosa pintura negra que cubriese sus heridas, su indigencia, su infortunio,  el drama de la inconsecuencia.

   Esa es la palabra justa: inconsecuencia.

   El viejo piano me la dictó.

   Y tiene muy ancha aplicación.

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