Las cuentas de Duarte

Las cuentas de Duarte

PEDRO GIL ITURBIDES
Es evidente que Juan Pablo Duarte era un anacronismo en la República que fundó. Tal vez ninguna de sus actuaciones refleja mejor esta afirmación que las cuentas que sacó cuando fue relevado de la posición de jefe de operaciones en el sur.

Tras el triunfo de las fuerzas dominicanas en Azua, don Pedro Santana y Familia optó por retirarse a Sabana Buey. No es fácil comprender este paso dado por quien acababa de superar a su adversario. Pero el proceder inopinado y extraño, realmente  atrasado, es el del Fundador de la República.

Lo moderno, lo progresista, como se observa a lo largo de la historia del país, es la dislocación del gasto. Convertirse en una persona o institución manirrota, es lo que revela el adelanto del pensamiento y las acciones. No me cabe la menor duda de que su obsolecismo determinó la expulsión para los Duarte. Porque cuanto es peor: con su actitud, Juan Pablo condenó a todos los suyos.

Pónganse ustedes a observar, por ejemplo, cómo se maneja la Ley de Gastos Públicos en los gobiernos que preconizan el adelanto y el progreso. No hagan muchos esfuerzos rememorando días pretéritos y rebuscando entre libros viejos, tal vez comidos por las  insaciables polillas políticas y no políticas. Apenas echemos una ojeada, ni siquiera perspicaz, en derredor nuestro. No, cuanto contemplamos no es el Juan Pablo que saca las cuentas de sus gastos de Sabana Buey.

En las horas más recientes este diario, renovado en su diseño, con nuevo equipo de impresión, nos brinda la oportunidad de contemplar cómo se sacan las cuentas del gran capitán. Por el contrario, ese Duarte cuyo natalicio acabamos de recordar, contrariando una actitud puramente moderna y progresista, rindió cuentas del último centavo gastado con la tropa en Sabana Buey. ¿Cómo podía permitírsele tal inconducta, que desdice de la idiosincracia local? ¡Inadmisible!

De ahí la expulsión. Porque siempre hemos hecho esto. Siempre hemos combatido a esos bandoleros que son capaces del gasto prudente, de la inversión apropiada, del manejo considerado de lo ajeno.

Exaltamos, en cambio, a quien logra presentarnos la imagen de la modernidad envuelta en el descontrol del gasto público. Tal vez por ello, como bien decía Milton Peláez, que Dios tenga en gloria, en un famoso jaleo que compuso años ha: ¡por eso estamos como estamos!

Las cuentas del Fundador      de la República constituyen un bochorno para la modernidad, el adelanto y el progreso de la Nación. Por eso, ahora en que su memoria precisa de más exaltación, medio nos olvidamos de él. Porque, ¿cómo recordar a un hombre que fue capaz de un manejo pulcro de los fondos puestos en sus manos? ¿Cómo venerar con la entusiástica recordación de otros días, el nombre de una persona a la que se le entrega un dinero del tesoro nacional, y es capaz de devolver la porción no gastada y relacionar, chele por chele, aquello que destinó al objeto de su encomienda?

Las cuentas de Duarte, como vemos, son una aberración al buen funcionamiento de toda administración preconizadora del adelanto y del progreso.

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