La causa de Ucrania puede ser vista razonablemente como de justa contraposición a las ambiciones territoriales de la Rusia autoritaria y agresora de una soberanía de su vecindad; pero el apoyo masivo que recibe de los Estados líderes de la comunidad hemisférica a la que pertenecen República Dominicana y Haití contrasta con la forma en que tales potencias, que de ordinario emprenden acciones supranacionales, se distancian de un desastre social con quiebra de la democracia y los derechos humanos en el centro del continente.
La situación de emergencia por daños a la convivencia político-social en un punto del Caribe dominado por una criminalidad pandillera que dispersa migraciones exportadoras de traumáticas consecuencias hacia toda cercanía no ha unificado criterios ni movido voluntades para emprender operaciones de extirpación del mal y remediación humanitaria con la vastedad que reclama el caso.
Algo que tiene que ser encabezado por quienes chorrean hacia lejos miles de millones de dólares en asistencia militar a base de misiles y muy sofisticados recursos para “la victoria siempre”. Allá se libra una confrontación de hegemonías y defensa del estilo de vida occidental de teórico respeto a las comunidades nacionales. Acá perecen a base de hambre y sangre de seres inocentes los mismos valores constituyendo una crisis regional pero inseparable de América toda que ciertamente no compromete la agenda de una confluencia de súper poderes. Quid del asunto.