Las deudas públicas

Las deudas públicas

Las cuestiones económicas internacionales despiertan muy poco interés entre la “gente común” de cualquier país, grande o pequeño. La mayor parte de los ciudadanos piensa que esos “grandes asuntos” desbordan sus posibilidades de acción y comprensión. En primer lugar, no tienen ningún poder o influencia para modificar el curso de los acontecimientos financieros. Los políticos siempre tienen “la última palabra”; y explican, en todos los casos, los ineludibles motivos que obligaron a la economía a caer en un agujero. Algunos periodistas mordaces afirman que los políticos “tienen la última palabra” porque pueden “enterrar” cualquier conflicto bajo un montón de palabras.

Al hombre de la calle le basta con tratar de resolver sus propios problemas de subsistencia; intentar meter el ojo en los numerosos entuertos de la humanidad le parece una empresa quijotesca. El balance de su cuenta de banco, a punto de llegar al rojo, es más importante que la balanza de pagos internacionales, cuyos números contabilizan los bancos centrales. Sólo cuando las crisis monetarias le dejan sin empleo, sin alojamiento o sin comida, comienzan a preguntarse: ¿qué ha ocurrido? ¿cómo hemos podido destruir algo que parecía marchar bien? ¿Quiénes son los culpables? ¿Alguien comprende las causas de este lío?

Niall Ferguson, experto en la historia financiera de Occidente, expone en su libro: “Es importante recordar que la mayoría de los casos de colapso de civilizaciones están asociados a crisis fiscales además de guerras”. Ferguson pone especial énfasis en “los fuertes desequilibrios entre los ingresos y gastos, y también por dificultades para financiar la deuda pública”. De la España del siglo XVI, pasa a Francia, poco antes de la Revolución de 1789; después, al imperio otomano en el siglo XIX. Por último, se refiere a Inglaterra en 1945.

Los intereses de los empréstitos con que se financiaba la monarquía de los Habsburgo, “excedían, en 1559, la renta ordinaria española”; en 1584 “se emitió a interés el 84% de la renta ordinaria”. En vísperas de la Revolución Francesa, “los pagos de intereses y amortizaciones” alcanzaron “el 62 % de los ingresos tributarios”. En 1945, dice Ferguson, una parte substancial de la deuda de Inglaterra “estaba en manos extranjeras”. Esto ocurre ahora con la deuda estadounidense.

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