Al condenado, un joven habitante de la banda norte, en la Española, le colocaron una soga alrededor del cuello, mientras su esposa e hijos, aterrados, observaban la tétrica escena.
A poca distancia podía ver su humilde vivienda devorada por el fuego y la humareda que oscurecía el cielo. También pudo ver cómo unos soldados se llevaban su ganado y parte de sus pertenencias.
Los verdugos cumplían con una orden del gobernador de la isla, quien, sentado en su caballo, anunció la razón por la que el hombre había sido condenado a la pena de muerte: había realizado contrabando, sacrilegio contra la fe católica, y rebelión contra el rey.
No era el primer juicio del día, tampoco sería el último. A los soldados les faltaban varias haciendas por desalojar y destruir. Aproximadamente un centenar de personas del entorno corrieron la misma suerte.
Mientras le apretaban la soga, el condenado miró a su familia y suplicó a Dios para que cuidara de ellos. Solo había querido protegerlos y darles una buena vida en la isla, su patria, adonde habían nacido y crecido.
En este nuevo capitulo de un Viaje a la Historia, de la Fundación Corripio, se describe las barbaries de las devastaciones, que buscaban acabar con el contrabando y la reubicación de la isla.
El gobernador Antonio Osorio, quien salió de Santo Domingo el 6 de febrero de 1605, llegó a Bayajá días después. Una vez allí comprobó que unos 16 navíos extranjeros estaban anclados en el puerto de Guanahibes y que hacían contrabando con los vecinos de esa villa y de La Yaguana.
Actuó enérgicamente y sin contemplaciones contra hombres, mujeres y niños. Hasta ese momento en la isla jamás se había visto semejante acción devastadora, ejecutada por las autoridades coloniales contra criollos dominicanos
Al cabo de un año, las villas de Bayajá, la Yaguana, Monte Cristi y Puerto Plata fueron totalmente destruidas, los hatos, bohíos e iglesias incendiados y reducidos a cenizas.
El vasto ganado de la zona fue ahuyentado y dispersado por montes y sabanas.
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Los sobrevivientes y sus familias fueron obligados a mudarse más cerca de Santo Domingo, formando dos nuevos pueblos bajo la supervisión y directrices de Baltazar López de Castro, considerado el ideólogo de las despoblaciones.
Después de ubicados los lugares donde serían concentrados los habitantes de los pueblos destruidos, se crearon dos nuevas poblaciones: con la fusión de Puerto Plata y Montecristi se formó el poblado de San Antonio de Monte Plata, y con la unión de Bayajá y la Yaguana, el poblado de San Juan Bautista de Bayaguana.
Osorio también ordenó la destrucción de San Juan de la Maguana. Y aunque esta población no quedaba cerca de las costas, mucho menos de la banda norte, sus habitantes se habían involucrado en el negocio del contrabando, razón por la que fueron concentrados en la antigua villa de la Buenaventura.
A pesar del poder militar demostrado por Osorio, este nunca imaginó la posibilidad de encontrar cierta resistencia por parte de los vecinos de los pueblos de la banda norte. Tampoco contó con que tendrían que enfrentar una rebelión armada bien organizada.
Así, luego de llegar al valle de Guaba, Osorio y sus tropas fueron emboscados por unos 150 hombres y mujeres armados quienes, durante varios meses, protagonizaron una intensa guerra de guerrillas, la primera en su género organizada por criollos oriundos de la isla.
En la historia dominicana esa insurrección armada se conoce con el nombre de Rebelión de Guaba, inspirada y dirigida por el mulato criollo Hernando Montoro, auténtico dominicano y de quien se dice que era un rico ganadero, antiguo alcalde de Bayajá y activo contrabandista de la zona.
Aunque la rebelión de Guaba recibió cierto apoyo logístico de piratas holandeses que estaban en el puerto de Guanahibe, al cabo de varios meses, y tras varias refriegas entre ambos bandos, Osorio logró sofocarla. De los rebeldes, muy pocos lograron escapar de las garras de Osorio, salvo Hernando Montoro, el líder de la insurrección y sus lugartenientes, quienes fueron declarados fugitivos.
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Como conquistador victorioso, Osorio celebró juicios públicos en los que la mayoría de los insurrectos fueron condenados a muerte.
Más de un centenar de insurgentes murieron como consecuencia de esa primera rebelión dominicana, mientras que muchos otros perecieron ahorcados por órdenes y sentencias sumarias del gobernador.
Osorio, sin embargo, fue benévolo con muchos rebeldes a quienes dispensó un perdón, siempre y cuando acataran la orden de despoblar la zona.
En cuanto al fugitivo Hernando Montoro y sus colaboradores, el gobernador no estuvo dispuesto a perdonarlos.
Emitió una sentencia ordenando que, una vez apresados, todos debían ser ahorcados, descuartizados, cortadas sus manos y cabezas a fin de que fuesen exhibidas, tanto en caminos y lugares visibles, como en la picota pública de la plaza en la ciudad de Santo Domingo.
Sin embargo, Osorio nunca pudo capturar a Montoro ni a sus más cercanos colaboradores, cuyos rastros se perdieron en los años posteriores a las devastaciones. Nunca se supo del paradero de Hernando Montoro, si permaneció oculto en las montañas o si se marchó al extranjero.
Antonio Osorio gobernó la colonia de Santo Domingo durante el período 1602-1608. Al término de su mandato, regresó a España, falleciendo un año después en Sevilla.
Su nombre no es de grato recuerdo colectivo, pues está asociado con un acontecimiento sobremanera traumático de los albores del siglo XVII dominicano. Como Consecuencia de las devastaciones, el resto de la isla, en particular el oeste, quedó prácticamente abandonado y a merced de los enemigos de España y de los dominicanos.
Después de las devastaciones de 1605 y 1606, aparte de unos 50 vecinos que lograron escapar a Cuba o a las montañas de San José de Ocoa, la gran mayoría de la población se concentró en la parte del este alrededor de las principales ciudades, desde Santiago hasta Santo Domingo.
Si bien es verdad que, tras las devastaciones, la administración colonial logró erradicar el contrabando, no menos cierto es que tampoco fue posible acabar con la principal amenaza de los enemigos de España, pues los navíos de aventureros franceses, ingleses y holandeses sencillamente continuaron depredando las flotas españolas.
A partir de 1630 los franceses comenzaron a ocupar el territorio occidental de la isla y al cabo de varias décadas Francia desarrolló allí la colonia del Santo Domingo francés, preparándose así el escenario para el surgimiento de dos naciones distintas sobre la faz de la isla.