Las distintas imágenes de Julia de Burgos o el cadáver exquisito

Las distintas imágenes de Julia de Burgos o el cadáver exquisito

Julia había asistido a varias tertulias que comenzaron en Río Piedras; en la de Llorens Torres en La mallorquina, en la que participaron directores de diario, políticos y escritores; en la tertulia de El Chévere, donde Luis Muñoz Marín recibirá a veces a sus correligionarios. Y en la de los locutores y actores que participaban en la Escuela del Aire.

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En ella conoció al joven Rodríguez Beauchamp, quien era un seguidor, como lo eran tantos entonces, del Partido Nacionalista de don Pedro Albizu Campos y con quien se casó. En todas esas tertulias en las que pasaban a veces los jóvenes vanguardistas, Julia parecía distante, serena y, como dice José Emilio González, el primer estudioso de su obra, no participa en las disputas literarias que se cernían en la ciudad letrada puertorriqueña de entonces.

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Su poesía había arrancado desde una estética posmodernista con el verso libre y su apelación al paisaje. Había dado una mirada social a los sectores populares en sus poemas: “Desde el puente Martín Peña” y “Romance de la Perla”.

Julia estaba cerca de Llorens Torres, pero junto a Luis Palés Matos realizó una poesía social que incluía el tema negro y más que ninguno, puso la lira para acompañar a los luchadores por la independencia, con poemas de protesta por la muerte del nacionalista Manuel Rafael Suárez Sánchez, caído durante una protesta en San Juan y poemas en honor a los fallecidos en la Masacre de Ponce.

Los nacionalistas habían sido perseguidos y encarcelados y un grupo de jóvenes había creado el Partido Comunista. También para la década de 1940 habían fundado la Central de Trabajadores que dirigía el esposo de su hermana Consuelo, Juan Sáez Corrales. El viejo Partido Socialista Obrero había perdido ya su importancia política.

En su diario de enferma en el hospital, Julia consigna su lectura de la nueva historia de Puerto Rico publicada por Lidio Cruz Monclova. Pensaba en su isla y añoraba la figura de José de Diego, quien escaló la lucha por la Independencia que estaba signada en la base del Partido de la Unión. Esta agrupación, creada a principio de siglo, como una expresión de la desesperación de la clase hacendada por incorporarse a la economía norteamericana que la amenazaba con desaparecer, tuvo una importante presencia en el escenario político.
José De Diego murió en 1918.

Los independentistas entraron en el movimiento político y social que fundó el Partido Popular Democrático (1938), con Géigel Polanco, quien dirigió un movimiento independentista al que Julia era muy cercana. Así que los independentistas van a colaborar por un tiempo en el partido de Muñoz Marín hasta que se funda el Partido Independentista con Gilberto Concepción de Gracias en 1946.

En los cines de la isla se pasó un corto en el que se daba la triste noticia de la muerte de Julia de Burgos, la poeta de “Poema en veinte surcos” y “Canción de la verdad sencilla”. En el viejo cementerio de Carolina y en una tumba modesta sus restos hallan la paz de los difuntos.

Aunque esto no fue todo porque el cadáver de Julia de Burgos saltará luego a las crónicas literarias constituyéndose como el cadáver más exquisito de la literatura puertorriqueña, con la creación de múltiples imágenes sobre su vida. A partir de ahí, la sociedad vio su lucha nacionalista, socialista e independentista, se embarcará en el desarrollismo; con nuevos hoteles que preludian la competencia de un nuevo orden económico en los años cincuenta.

El Puerto Rico en el que fue enterrada Julia de Burgos aspiraba a la modernidad económica, política y cultural, con la fundación del Estado Libre Asociado y el Instituto de Cultura Puertorriqueña, que buscará revaluar la cultura de la isla. Mientras quedaban en San Juan la presencia de las tropas norteamericanas que, con motivo de la guerra, habían convertido a la isla en su frontera del sur de Estados Unidos.

La ciudad con sus viejos edificios destruidos al norte, las murallas desaparecidas, por la modernidad de la entrada de siglo y la ciudad moderna que se fue construyendo al sur, cerca de la Bahía, por donde entraron las tropas holandesas en 1625, estaba ahí tal como la recorrió Julia de Burgos cuando le llevó un manojo de poemas al joven médico y exiliado político Juan Isidro Jimenes-Grullón a su hotel, justo al lado del palacio que albergó las esperanzas autonomistas de Román Baldorioty de Castro en 1898.

La ciudad era esa nostalgia de viajeros puertorriqueños que se fueron y nunca más volvieron en una de las migraciones más numerosas del Caribe. La isla, que tenía unos novecientos cincuenta mil habitantes en 1898 y aproximadamente un millón quinientos mil en 1930, pasaría a tener aproximadamente un millón cuatrocientos mil puertorriqueños en Estados Unidos en 1970.

La ciudad de San Juan era entonces nostalgia en la obra de René Marqués y la presencia de la torre naval de Miramar que daba un contraste de modernización con el camión de la basura que con su compactación moderna hacía un ruido infernal en las mañanas. Las casas con techos sostenidos por columnas de ausubo fueron tomadas como símbolo de una puertorriqueñidad recia, como lo simboliza Marqués en su cuento “Otro día nuestro”.

Los jóvenes escritores del cincuenta atrapados en la ciudad comenzaron a simbolizar ese paisaje citadino de bares y prostitución, de viejas luchas, y de represión contra los nacionalistas. Y mostraron los bordes de esa proclamada modernidad, que se levantaba con nuevas urbanizaciones y la aparición del auto como demostración del triunfo de la clase media.


La carreta fue símbolo de una época en que los jíbaros llegaban a la ciudad. El tránsito del campo al arrabal propio y la partida a Nueva York completan el panorama. La literatura de René Marqués y José Luis González, que narra la represión contra los nacionalistas, que figuró los nuevos hábitos de la clase media, que se deleitó con los tríos puertorriqueños y sus requintados boleros, tuvo como figura reiterada el aeropuerto: espacio de salida de la isla como símbolo de una puertorriqueñidad viajera. Quedaba la concomitancia de dos ciudades: San Juan y Nueva York.

A finales de 1953, la revista “Letras” le rindió un homenaje a Julia en el que participan importantes plumas de la ciudad letrada de entonces. Se destacan los trabajos de José S. Alegría, Antonio J. Colorado, Margot Arce de Vázquez, y una nota sobre la vida de Julia en familia de Consuelo Burgos.

En los anuncios de la revista se nota ya la apropiación gubernamental de la figura de la poeta. La revista se publica con anuncios de Autoridad de Tierras de Puerto Rico (1941), que fue un instrumento para captar a los jíbaros con el reparto de parcelas, que ayudaron a la conformación del proyecto populista de Luis Muñoz Marín; se nota la presencia de una maestra y admiradora de Julia, doña Esther Mendoza, antigua nacionalista y luchadora por la eliminación del inglés como lengua vehicular en la educación puertorriqueña (continuará).

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