Las doce claves de Andrés Oppenheimer

Las doce claves de Andrés Oppenheimer

La educación dominicana es un territorio de combate para quienes de verdad desean un mejor destino, y en el punto en que estamos valdría la pena hacerse una pregunta retórica: ¿qué podemos esperar de un gobierno cuyo Presidente se define como un “posmoderno” pero cuyo concepto de prioridad  destina el 29% menos de la inversión pública en educación que los otros países de similar desarrollo en la región en relación con el ingreso per cápita?

La pregunta es retórica, pero los resultados están ahí, y si el Metro es su orgullo, el desempeño de la educación debería ser su vergüenza. Es más, si fuera posmoderno la educación debería ser su pasión.  Por eso, cuando despliega su negativa de otorgar el 4%, y al mismo tiempo pondera la importancia de la educación se balancea en una pose, un uso, un discurso de ilusionista.  Y quisiera demostrarlo contrastando su idea de que el país no cuenta con una filosofía educativa  con las doce propuestas del libro “!Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”, escrito por Andrés Oppenheimer,   una de  cuyas puesta en circulación se realizó en el país con la asistencia de la primera dama.

Las doce propuestas de Oppenheimer arrancan de un descubrimiento que todos los estudios modernos sobre la educación han pregonado: la clave de la reducción de la pobreza y el desarrollo no era la economía, sino la educación; por eso, después de rechazar ese apego a la historia de los latinoamericanos que los hace mirar con nostalgia hacia el pasado, comienza por definir el empeño de elevar la  educación como “una tarea de todos”.  Quizás la más original de las claves es la que  pide “inventar un PIB educativo, “aunque  la idea de que el desarrollo económico nunca va a eliminar la pobreza a menos que no vaya acompañado de una mejora en la calidad de la educación  es un lugar común en todos los diagnósticos, y la República Dominicana es un buen ejemplo de ello.

La tercera es la inversión en educación preescolar, un verdadero talón de Aquiles de la educación dominicana; y la cuarta aborda la formación magisterial, dándole un énfasis particular a este aspecto. Oppenheimer salta a la valoración social del maestro, y apunta hacia la creación de un estatus social diferente. Luego pondera los incentivos salariales, los pactos nacionales entre los partidos políticos y las fuerzas sociales para hacer reformas en la educación,  impulsar la cultura familiar de la educación al modo asiático,  romper el aislamiento educativo y situar la tecnología en el centro del proceso enseñanza aprendizaje, hasta encaramarse en lo que él llama “paranoia constructiva”, que no es más que admitir francamente que en materia educativa el continente americano lo ha estado haciendo mal.

Como el Presidente Fernández apuntó que no había una filosofía educativa en el país, y esperaba su surgimiento para invertir el 4% del PIB; las claves de Oppenheimer  podrían ser ese programa, aunque si algo le sobra a la educación dominicana son estudios, diagnósticos  y  propuestas en las cuales las doce claves  aparecen una y otra vez. El Presidente Fernández se desvanece con estos pensadores extranjeros, y por eso trajo a Oppenheimer, pero cualquiera que conozca la educación dominicana sabe que todas esas genialidades sugeridas en el libro  son ya un lugar común en la verdadera montaña de estudios y recomendaciones nacionales e internacionales producidos para sacar de su postración a la educación nacional.

Se puede pensar  que el 4% es una meta exagerada, pero el más somero vistazo a las escalas  del financiamiento público en educación en el resto de los países del continente nos indica que ese porcentaje del Producto Interno Bruto, lo que nos hubiera permitido apenas es alcanzar el nivel de inversión que la región tenía para esa época.  En el “Informe Nacional de desarrollo humano 2005” se prevé que para un país con las características del nuestro, el mínimo de la inversión debería ser 4.6% del PIB. Y ello no para empujar una revolución en el sistema, sino para cubrir las necesidades mínimas del desempeño.

Somos el país que menos invierte en educación en América Latina, y tenemos un presidente que se llena la boca citando en todos los cónclaves internacionales a los pensadores de la posmodernidad. Pero si su discurso tuviera relación con su práctica, aplicaría las ideas de Peter Drucker, ideólogo de la sociedad del conocimiento a quien él suele citar, para quien  en la vida  posmoderna  “el verdadero recurso dominante y factor de producción de riqueza absolutamente decisivo no es ya ni el capital, ni el trabajo, ni la tierra, sino el conocimiento”.   

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