Para el 15 de marzo de 1924, Horacio Vásquez gana las elecciones presidenciales bajo los lineamientos de una Ley Electoral promulgada un año antes; su compañero de boleta fue Federico Velázquez. Ninguna dominicana votó, ¡no eran ciudadanas!, y es que aquella legislación pasó nuevamente por alto el derecho a que fueran elegidas o que eligieran, pese a que era la contienda que devolvía en parte la soberanía mancillada por la ocupación estadounidense de 1916. Un sepulcral silencio y la más tirana de las ingratitudes obvió la ardua labor de nuestras madres y hermanas espirituales, quienes a través de ferias, caminatas, kermesses, sustentaron la oposición al ejército interventor. Pero…
Encaminadas por las maestras normales, desde Ercilia Pepín, Rosa Smester y Gladys E de los Santos Noboa, la conciencia política de las dominicanas se expande y logra, en esta contienda, ejercer la señalada “ciudadanía moral” descrita por la académica e historiadora profesora Carmen Durán. Como muestra, las argumentaciones y estrategias periodísticas que se evidencian en las páginas de la revista Fémina, de la también maestra normal Petronila Angélica Gómez Brea, meses antes de las elecciones que llevó al solio a Vásquez con más del 60% de los votos. Aquel tiempo de las elecciones fue entonces propicio para una campaña muy feminista para mostrar las contribuciones de las dominicanas y sus acreditaciones para ser ciudadanas.
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Uno de los primeros activismos comienza con la “sublime subversión del fotograbado” calzado con importantes anotaciones para que las lectoras entendieran el proceso político que se vivía. Así, al candidato Federico Velázquez se le presenta como “un hombre progresista”, dando a sobrentender sus cercanías con el proto feminismo local. También, con las innumerables publicaciones -meses antes de la contienda- bajo la firma de la esposa de quien sería el nuevo presidente, Trina de Moya (se recopilan epístolas, poemas, canciones, oraciones, Himno a las Madres, entre otras colaboraciones).
Eran tiempos prometedores y se albergan esperanzas de que las elecciones de 1924 serían las últimas en las que solo participarían los hombres, preparando así el terreno para unas votaciones amplias, con presencia y actuación de las mujeres; así lo escriben en Fémina, previo a que abrieran las urnas, dos prohombres: Luis Romance, en “Acerca del sufragio femenino”, y Francisco Xavier Amiama Gómez, en “La evolución feminista en Santo Domingo, la nueva política del urbanismo nacional”.
“Pronto estará organizado el gobierno constitucional y yo quisiera que para la salvación del país y para acercarnos más a la completa civilización, que la primera enmienda a la constitución por el próximo Congreso sea: CONCEDERLE EL VOTO A LA MUJER (sic). (…) Todas las naciones en donde existe el sufragio femenino, en donde reconocen los derechos de la mujer son prósperas y civilizadas. (…) Si para las mujeres las leyes rigen igual que para los hombres. ¿POR QUÉ NO PUEDEN ELLAS ELEGIR A LOS QUE VAN A HACER LAS LEYES, QUE MÁS TARDE ELLAS VAN A OBEDECER?”, refiere Romance.
Mientras que Amiama Gómez transfiere su ciudadanía a las dominicanas en un amplio artículo titulado “La evolución feminista en Santo Domingo, la nueva política del urbanismo nacional”, en el cual también señala que la primera labor del nuevo Congreso será conceder el derecho al sufragio: “Cuando pase este «malastrón pasional» eleccionario, y todo vuelva a su nivel natural -por esa ley fatal de las causas que son las que predominan en el Universo- surgirá en Santo Domingo, magnífica y radiante, la nueva Política del Feminismo y Urbanismo Municipal, comenzando el nuevo Congreso Nacional por otorgar el VOTO A LA MUJER DOMINICANA”.
Para las dominicanas, el sufragio se expresa como voz colectiva a través de Petronila Angélica Gómez, Consuelo Montalvo de Frías y Enriqueta Maggiolo de Cruzado (quien usa el seudónimo de Eros). La maestra y poeta sancristobalense, compara el trayecto hacia la ciudadanía con el camino hacia Jerusalén: “Ahí está la Historia y beban los curiosos en sus páginas esa virtud no desmentida nunca. (…) Ellas lo han hecho todo, a Ellas le debemos tanto que ni siquiera hay la más remota idea de que en no lejano porvenir pudiéramos darle su recompensa prometida”.
Pero, Montalvo de Frías, en “Exhortación”, precisa que la llegada del nuevo gobierno acercaba el cambio de estatus y de condición para la mujer dominicana, que debía ¡Despertar!, para continuar trabajando en unidad: “Ya anuncian los eólicos clarines la hora suprema del sublime despertar de las almas femeninas al rayar en el oriente de Quisqueya el suave tinte de la dulce aurora que, al recibir el ósculo febeo derrama en nuestra mente la inmensa irradiación de un nuevo día».
Culminado el proceso eleccionario, el 31 de marzo de 1924, la maestra Petronila Angélica Gómez Brea aclara la “patria pertenencia” tanto de ella como de sus compañeras de la causa de la ciudadanía al recién electo Horacio Vázquez: “El caudillo de nuestras simpatías es LA PATRIA MISMA, y sea cual fuere el ciudadano que ocupe la primera magistratura del Estado, aspiramos a que sea un elemento que labore por la paz y el bienestar social. Porque es necesario que surja a una vida nueva; que se respire ese ambiente de tranquilidad absoluta que se necesita para que sus hijos e hijas puedan dedicarse sin zozobras a otras actividades de bienestar individual y general”. Así, meses antes de la juramentación de Vásquez y Velázquez (se realiza el 12 de julio de 1924), en concordancia con el llamado realizado en 1922 –“¡Ya es hora!”-, Gómez Brea mantiene coherente su petición, y continúa su activismo por los derechos civiles y políticos de todas nosotras.