Las dos cosas a la vez

Las dos cosas a la vez

Los que leemos los diarios impresos en el papel rara vez visitamos la red del Internet para consultar el mismo medio. ¿Para qué hacerlo si ya lo vimos en blanco y negro? Sin embargo, Ángela Peña, magistral periodista, me sacó de un error al informarme sobre aspectos importantes del diario digital.

En la red aparecen a menudo los comentarios de los lectores sobre los artículos que escribimos. Si no fuera por este mecanismo, nunca nos enteraríamos sobre lo que opina la gente en torno a nuestros desvaríos semanales. Y esa retroalimentación es, en definitiva, el combustible que pone a funcionar el entusiasmo de los que difundimos nuestras ideas por esta vía.

Lo normal es que uno escriba teniendo en mente a un destinatario. A veces el mensaje está dirigido a una persona en particular. En otras oportunidades escribimos para que algunos grupos sociales conozcan nuestra opinión sobre un tema específico. Pero las situaciones humanas son tan similares, que muchas personas se sienten identificadas con nuestros artículos y por eso nos responden, ya sea a favor o en contra. Que no vayan a pensar los lectores del Internet que por el hecho de que no les respondamos a cada uno no son tomados en cuenta. Por el contrario, esas opiniones son las que nos van mostrando el perfil y las preferencias de quienes se toman la molestia de leernos. Ellos podrán notar que en los artículos posteriores vamos tomando en cuenta sus puntos de vista aplicados a las situaciones de otro momento.

Puedo señalar un ejemplo demostrativo de esa retroalimentacion. Resultó muy comentado por los lectores de la página digital de HOY mi más reciente artículo titulado «¿Tarados o Perversos?» Reconozco que me concentré allí en las declaraciones de un funcionario gubernamental, que se parecían mucho a las de un tarado mental. Esto así, el asunto de lo perverso quedó marginado de mi exposición. Y parece que por no expresarme con claridad eso llevó a algun lector a confundir lo que en realidad quise decir. Nunca sugerí siquiera la perversión sexual, aunque ese es uno de los temas donde más se utiliza el término en las publicaciones periodísticas.

Aclaro ahora mis criterios. El verdadero perverso es aquel que engaña, que miente y que no cumple con lo que se comprometió a hacer.

Perverso es el que se vale de todas las zancadillas y las trampas posibles para alcanzar sus propósitos, siempre malsanos.

Perverso es el que, habiendo sido hasta hace poco un pobre de solemnidad, ahora ostenta una riqueza injustificable que todos sabemos fue mal habida.

Perverso es el que, con su arrogancia, humilla con dádivas y falsas promesas a los que nada tienen, ni siquiera quien los defienda.

Perverso es todo aquel que cierra los ojos ante las reiteradas violaciones al derecho a la vida y a la solidaridad humana aún cuando cuenta con el poder para impedirlo si así lo deseara.

En resumen, perverso es aquel que engaña, chantajea y corrompe a los ingenuos sobrevivientes que todavía abundan en este país. No hace falta nombrar a esos tránsfugas. Están a diario en la radio, en la televisión, en los periódicos, en las revistas de sociedad. Y opinan con un cinismo que indigna. Son ellos el paradigma de la perversidad.

Fue culpa mía no haber profundizado en el reciente artículo el tema de la perversidad y pido disculpas porque me distraje tratando el aspecto del funcionario tarado. Pero para corregir mis entuertos están los lectores de la página digital, quienes en su mayoría opinaron que aquellos a los que me refería son las dos cosas a la vez, es decir, tarados y perversos. Y, como sucede en muchos casos, puede que tengan razón.

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