Nada sale de la nada, todo tiene una razón de ser
A Pablo Pumarol se le acredita la paternidad de estos versos del poema Mi saber: “Pensaba yo cierto día/ que mi saber no era poco/ más deduje que era un loco/ en creer que algo sabía./ Pues sí Sócrates decía/ allá en época pasada,/ con modestia no afectada,/ sólo sé que nada sé,/ con justa razón diré:/ yo ni aún sé que no sé nada”.
Haciendo acopio de la máquina del tiempo hurgaré en la maraña dendrítica de mis neuronas corticales donde guardo, a modo de jeroglífico neurobiológico, la impronta de mi padre un joven adulto con las manos en su cintura, tratándome de usted, yo quizás con alrededor de 4 años de edad y él haciéndome la siguiente pregunta a modo imperativo: ¡Dígame ahora mismo! ¿Usted por qué hizo eso? La ausencia del tuteo presagiaba algo trágico para mi reducida contextura física.
Fue así como aprendí a justificar mis actos antes de realizar los mismos. Muchas fueron las acciones reprimidas por no encontrar un motivo de base compacta suficiente que soportara las sacudidas del interrogatorio inquisidor progenitor.
Confieso que al completar mi otoño existencial sigo con la manía de buscar el por qué a cada hecho que acontece en el universo biológico; nada sale de la nada, todo tiene una razón de ser, causa y efecto son el anverso y el reverso de una cadena de monedas que conforman el razonamiento humano.
Han sido muchas las interrogantes y escasas las respuestas, de ahí lo tenso del vivir cargado de incertidumbres huérfanas de luces, a la espera de amaneceres que cada vez escasean más en las hojas pendientes del calendario. Cualquier cosa puede suceder: ¡que nada te sorprenda! Juan Bosch pensando como investigador nato que era, escribió: ¡Aprendamos a desconfiar!
¿Acaso llevamos en nuestra mente siempre la ley de los contrarios? ¿Revisamos de vez en cuando el diccionario de sinónimos y antónimos? A ver: lealtad con la traición en la cuadra opuesta.
Un poco de sinceridad de maquillaje en el rostro, encubriendo todo un cutis de simulación, relleno de hipocresía, amerita de la destreza de un experto cirujano plástico.
¡Tanta amabilidad me confunde! Repetía un entrañable amigo vegano. Este colega luego de reciprocar una “afectuosa salutación” sorprendía al visitante con la siguiente interrogante:
¿Entre las muchas razones, a cuál debemos el honor de su visita? Tal vez vivía recordando la anécdota del cañoncito de Lilís: aquel cañón de juguete que alguien le trajo de obsequio al Presidente luego de un viaje a París. Dicen que sorprendido el gobernante exclamó: ¡Eso dispara! Es un juguete respondió el donante.
Dos meses más tarde el viajero volvió a Palacio a solicitar un favor. El Presidente negro le recordó: ¡Te dije que el cañoncito disparaba!
Las redes sociales del 2021 nos tiran su atarraya y nos atrapan tal incautos pececillos en busca de información veraz y transparente. De tanto leer sin discrimen, ni brújula, ni destilador de impureza terminó con el filtro tapado, saturado de datos contradictorios.
A la lectura se le agrega en el presente la vídeo corta y editada con su efecto emocional rápido y demoledor.
La inteligencia artificial con sus veloces algoritmos nos convence de que lo virtual es lo real y de que lo ilusorio es lo concreto. ¿Sigo leyendo? El inconsciente diría ¿Me vacuno contra la COVID 19? ¿No me vacuno contra el coronavirus?
¿Me muero sin saberlo? Es mejor vacunarse. ¡Seguiré leyendo