Las elecciones de México

Las elecciones de México

VÍCTOR GÓMEZ BERGÉS
México es uno de los cinco grandes países del Continente, con una historia de grandes hazañas, acontecimientos heroicos, importantes conquistas, de cultura milenaria, profunda autoestima y orgullo, grandes líderes y con el estigma de la pérdida de una considerable porción de su territorio anexado por Estados Unidos, llamado hoy Estado de Texas, luego de grandes luchas.

Durante setenta años exhibió su democracia sostenida por un partido único con sucesivas transferencias de poder cada seis años, que le otorgaron títulos de estabilidad en el área.

Pero, como todo en la vida de los pueblos, el modelo se agotó y en 1990, la gran mayoría de mexicanos eligió un presidente que no fue del tradicional Partido Revolucionario Institucional, PRI en el poder desde 1910 y escogió a Vicente Fox, un oscuro gobernador del Estado de Guanajuato patrocinado por el Partido Acción Nacional (PAN) una organización no tan joven, pues desde 1952 venía incursionando en las diferentes elecciones sin nunca haber tenido la oportunidad de llegar al poder.

Seis años después y luego de la firma del TLC con Canadá y Estados Unidos, transitando la ruta trazada por el libre comercio, se afirma que ha logrado disminuir el desempleo y conforme las estadísticas crecer económicamente hasta alcanzar una estabilidad aceptable.

Andrés Manuel López Obrador, antiguo gobernador del Distrito Federal, demarcación con una población de 18.400.000 habitantes, logró gran aceptación en el desempeño populista de sus funciones, sobre todo después que el presidente Fox, en una actitud poco política, o quizás por una estrategia de partido, cuestionó su conducta como administrador de la más grande demarcación de México, hasta llegar a solicitar su destitución del cargo por supuestas irregularidades, provocando con su víctimización política, el crecimiento de su figura hasta límites, de creerse no podía perder las elecciones de Felipe Calderón del PAN, ministro de Energía en el gobierno de Fox, abogado, egresado de Harvard con una maestría en Administración Pública y otra en Economía del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), además, ex legislador y líder del bloque de su partido.

Mientras la pugna por destituir a Obrador se mantuvo, el PAN se debatía en pugnas internas buscando su candidato presidencial, al no permitir la Constitución mexicana la reelección.

Cuando arribé a México días antes de las elecciones del 2 de julio pasado, a las que asistí como Observador, se advertía que las elecciones serían muy cerradas, pero a la vez se publicaron unas declaraciones muy juiciosas de López Obrado, diciendo que si perdía aún fuera por “un voto” aceptaría el veredicto del pueblo. Pero resulta que cuando vio la verdad, expresada por los mexicanos y avalada por los dos organismos eleccionarios de su país, se ha resistido aceptarla, no obstante haberse revisado 375 centros de votación impugnados por él. Y resulta que no perdió por un voto sino por 233.831.

De ahí en adelante la historia es bien conocida.

López Orador se niega aceptar la realidad, alegando que le robaron las elecciones, que el gobierno de Fox hizo trampa y todos los argumentos que generalmente se esgrimen en nuestros países cuando se sale derrotado de unas elecciones. Convoca millares de seguidores en el Zócalo, la principal plaza pública de la capital pernoctando por varias semanas en ella, para protestar por el resultado de las elecciones y algo más, anunciar que formará un gobierno “paralelo”. Lo que no se le ocurrió ni siquiera al comandante Marco cuando se acantonó en Chiapas y movilizó millones de mexicanos a la misma plaza con un ejército revolucionario al servicio de sus ideales que es luchar a favor de la gran legión de pobres de su país, principalmente en la zona más deprimida de México en la frontera con Guatemala.

Todos se preguntan, México, un pueblo con una población de 120 millones de ciudadanos, merece una acción política tan insensata, después que ha iniciado un proceso de verdadera democracia y donde, como decían los mismos mexicanos en los días de las elecciones “cuando estamos concurriendo a las segundas elecciones verdaderamente democráticas” y donde el pueblo demostró que quiere vivir en paz y seguir buscando su felicidad.

La pasión política obnubila el entendimiento en muchas ocasiones, pero cuando hay sentido de la historia y se piensa en su país, es diferente.

En el año 2000 cuando ganó Fox, Cuauhtémoc Cárdenas, destacado líder de la izquierda mexicana candidato en esas elecciones por la misma organización que postuló a López Obrador, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue estimulado para que desconociera su resultado, incluso para que basado en el fuerte apoyo militar del que disponía, tratara de imponerse. Sin embargo, actuó con la grandeza de los hombres que respetan la historia y se negó actuar contra las instituciones de su país. El peso de la sangre pudo más, el recuerdo de la grandeza de su padre general Lázaro Cárdenas y el servicio que éste hizo a su pueblo, inclinó la balanza a favor de México no dejándose arrastrar a lo que hubiera significado una grave crisis política en su tierra.

Hoy México se encuentra con un López Obrador soberbio, irascible, inconforme, dispuesto a desconocer la voluntad mayoritaria que él se comprometió apoyar.

En tanto Felipe Calderón, declara cuando es proclamado oficialmente Presidente electo “que llegó la hora de la unidad y los acuerdos, pues tenemos un futuro por construir, por lo que invito a todos sumar esfuerzos por el beneficio de México, siempre estará abierta la puerta del diálogo”. ¡Gran diferencia!

Pero hubo algo de él que llamó la atención de varios Observadores extranjeros. Desde que fue postulado a la Presidencia se apersonó ante el Tribunal Electoral y entregó sin que nadie se lo solicitara el inventario de sus bienes y renunció al secreto bancario, un derecho respetado en México Con esa actitud marcó la ruta de cual será su accionar desde la Presidencia de su país.

Ahora bien, de una cosa damos testimonio, las elecciones del 2 de julio se celebraron en absoluto orden, votaron 29.600.023 mexicanos sin disturbios ni protestas, ni compra de votos -nadie habló de eso-, desde un principio se sabía que cualquiera de los dos candidatos podía ganar y ambos estaban conscientes de ello. Finalmente ganó Calderón, la fortaleza de las instituciones mexicanas se impusieron y éste se juramentará el 1 de diciembre próximo.

México merece tranquilidad y el continente no puede darse el lujo de ver esa gran Nación caer en la ingobernabilidad por caprichos de un hombre que aparece ahora colocado de espalda al futuro, con un discurso atrasado y atrapado en una retórica que no convence a los que desean un país en desarrollo y paz.

Esta es la opinión de un Observador que vio un pueblo grande en medio de un proceso interesante, decidido a encontrar su propio destino y bienestar.

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