La frase es atribuida a Vladimir Lenin, el líder de la Revolución de Octubre en Rusia. Ciertamente, en la época en que la pronunció, reflejaba las extremas condiciones que enfrentaban las mujeres en su día a día.
Para entonces, la mujer se encargaba de las tareas del hogar, lo que significaba buscar leña para cocinar, garantizar la alimentación de la familia, conseguir agua potable, realizar los quehaceres de limpieza, criar a los hijos y asistir al marido. Con esas tareas, el tiempo y el espacio para que la mujer estudiara o participara en otras actividades eran muy limitados. Estas «embrutecedoras» jornadas eran prácticamente infinitas y no se recibía pago alguno por ellas. Hoy en día, estas tareas son más sencillas gracias a los avances tecnológicos, pero siguen siendo igual de agotadoras.
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Salvo en el matriarcado, donde la mujer tenía la batuta, el control de todo, incluyendo los bienes económicos, la mujer ha asumido el papel de jefa del hogar. Sin embargo, cuando surgen reclamos por la disfuncionalidad de la familia, a menudo se le atribuye a la mujer la falla, ignorando que la responsabilidad debe ser compartida.
La sociedad humana ha avanzado mucho, y en la cultura occidental la mujer ha jugado un papel preponderante en ese avance. Desde que se integró como fuerza laboral, ha asumido un doble rol: contribuir con la provisión de bienes materiales en el hogar y encargarse de las labores no remuneradas, como la crianza de los hijos y otras tareas domésticas.
Recuerdo a Angela Merkel, la Canciller de Alemania, quien, a pesar de dirigir un gran país, los fines de semana salía a lavar su ropa.
Vengo de un matriarcado y creo que todo lo bueno que ha pasado en mi vida es por esa razón. Mi abuela, que enviudó a los 32 años con seis hijos, nunca se volvió a casar. Ella cargó con todas las responsabilidades necesarias para levantar una familia funcional.
El costo de poder sumar a los ingresos de la familia ha sido muy alto. Además de completar un horario de ocho horas en una empresa, al llegar a casa hay que inspeccionar las tareas de los niños, planificar la comida del día siguiente y, durante los fines de semana, organizar la casa y revisar los asuntos pendientes del trabajo remunerado.
No obstante, la mujer sigue adelante con sus valiosos aportes. Actualmente, la matrícula en las universidades muestra que hay más mujeres que hombres estudiando todas las carreras. Las mujeres representan el 60% del total y se gradúan el 54.4%, frente al 45.6% de los varones.
Según datos del 2022, las mujeres son mayoría en carreras como Medicina, Administración de Empresas, Mercadeo y Psicología, mientras que los hombres se inclinan más hacia las carreras tecnológicas.
El matriarcado, que es un tipo de sociedad en el que las mujeres tienen un poder dominante sobre los hombres, donde poseen la autoridad moral, el control de los bienes y la toma de decisiones, tanto en la vida pública como en la privada, es el modelo que predominaba en la familia de donde vengo. Creo que, en el desarrollo humano, sería genial que el control de la mujer prevaleciera por miles de razones, comenzando por la capacidad holística de su cerebro y su potencial para construir la sociedad del futuro, que deberá estar basada en nuevos valores. Es una pretensión de mi pensamiento libre.