Las encuestas

Las encuestas

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
En su afán de analizar lo que la encuesta no da a algunos le sucede como aquel general español a la sazón gobernador de Galicia en los tiempos de Franco que le pedían permiso para hacer una encuesta. El preguntó: ¿Para qué? Le respondieron, «para saber lo que piensan los lugareños». ¡Ah! Exclamó el general, ¿para eso? Pues pregúntenme a mí… yo les digo cómo piensan.

Las encuestas brindan la oportunidad, desaprovechada, de entender la realidad social, pero la malgastamos por la fácil y común disposición a «racionalizar» los resultados sacando conclusiones más allá de lo que las encuestas muestran. No debemos confundir la necesidad de razonar con el esfuerzo de inventar razones. Al analizar una encuesta debemos tomar en cuenta la forma en que está planteada la pregunta, la distribución de las opiniones, el cruce de variables y en ocasiones la consistencia de las respuestas, permitirse situarla en la época en que se realizó el levantamiento de datos, es también válido. Aunque las encuestas no siempre hablan solas no puede, tampoco, dar más allá de lo que en ellas se contiene.

La gente tiende a aferrarse a sus propias convicciones, a pesar de lo que diga una encuesta. Les pasa a los opositores, les pasa a los que gobiernan. Así, muchos quieren ver en una encuesta la confirmación de sus propias opiniones, aunque el análisis estadístico muestra lo contrario. No hay nada objetable en creer algo diferente a lo que una encuesta dice, el problema es querer citarla forzando las conclusiones a partir de lo que ella no refleja. Un ejemplo, en la encuesta del Gallup-Hoy agosto de 2007, el 47 por ciento de los dominicanos encuestados ve posible una cuarta vía.

A partir de esos resultados, alguno pudo racionalizar que los partidos políticos «tradicionales» están en declive, pero esta conclusión no está basada en la encuesta, el resultado muestra más bien lo contrario. El error no se desprende de la encuesta sino del analista que cree erróneamente que ese 47% valida su propia opinión; pero es evidente que la encuesta no muestra si el elector espera, desea, o está dispuesto a apoyar una nueva propuesta política. La encuesta publicada simplemente no mide eso.

Otro ejemplo es el del analista que dice que la llama la atención que «MVM es un candidato que todavía no arranca y ya tiene un 35%» Obviando en su sorpresa que ese candidato fue proclamado en noviembre y ha desarrollado una muy activa campaña política y publicitaria. No hay nada extraordinario en esos resultados. Aún más, la sorpresa es que al analista no parece llamarle la atención que el candidato puntero, quien ha tenido un año de aumentos de impuestos, de difíciles procesos internos, de deficiencias en servicios públicos, como el agua, y que no ha sido todavía proclamado oficialmente aparece como claro ganador en una segunda vuelta. El analista concluye erróneamente y da pie a que alguien piense que el resultado para el candidato oficialista es adverso.

El mismo analista dice que el tema de la corrupción «puede usarse como tema de campaña porque puede afectar a algunas candidaturas»; pero las encuestas dicen que la corrupción está en el lugar número ocho de una lista de quince de lo que la gente considera como principales problemas del país. Adicionalmente el «problema corrupción» está a más de 5% del lugar número 7 y a una distancia de 15% del problema «falta de agua potable». No parece ser la corrupción el tema adecuado para una estrategia de campaña. La gente parece esperar de los candidatos que prioricen temas como la inflación, los apagones, desempleo, lucha contra la delincuencia y falta de agua potable.

Así podemos encontrar otros muchos ejemplos, como la de aquellos que suman porcentajes para reflejar su propio deseo de ver ciertas cosas o de proyectar su pesimismo. Hay que decir que en ese afán no siempre se acierta. Las encuestas nos están dando oportunidades para conocernos como sociedad y las estamos desperdiciando. Estamos dejando de lado el espejo…quizás porque no nos gusta lo que vemos.

Ni la politización ni el análisis simplista que predominan en algunos análisis, nos hace entender mejor la realidad. ¿Lo más grave? Que al racionalizar las encuestas demostramos también nuestra poca disposición a aceptar la democracia cuando no «opina» como nosotros.

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