El gran problema con la difusión de encuestas sobre preferencias electorales en el país es que generalmente son criticadas sin apreciar la posible verosimilitud o sustentación de sus resultados, que son rechazados cuando presentan una posición o imagen desfavorable para algún dirigente o partido político en particular.
De inmediato no solo surgen desaprobaciones, sino que de forma alegre y basada únicamente en especulaciones, se trata de atribuir manipulación o propósitos inducidos o ulteriores a la firma encuestadora de que se trate.
Esto ha ocurrido en estos días con la encuesta SIN-Penn, Schoen & Berland, a pesar de la sólida reputación y credibilidad de que goza por su historial profesional y de su buen récord de aciertos que ha tenido en los procesos electorales de la República Dominicana.
El revuelo ha surgido por resultados que sitúan en una ventajosa posición al PLD y a sus dirigentes frente a la oposición, y particularmente por la conclusión del sondeo de que el presidente Danilo Medina es el único político dominicano con una “favorabilidad neta positiva”.
El dato ha provocado diversas reacciones, algunas naturales y comprensibles pero muy desafortunadas por su tono destemplado ante el resultado que ubica al gobernante con solo un 14 por ciento de nivel desfavorable frente a otros dirigentes nacionales con altos porcentajes de impopularidad.
La ubicación de Medina con un 74 por ciento de popularidad en cierto modo no es sorprendente, ya que a lo largo de su gestión diversas mediciones así lo situaban, lo que ha servido de estímulo a sectores que piden su repostulación presidencial.
Si los resultados del sondeo se corresponden con el sentimiento popular, la oposición en general está muy mal parada en sus perspectivas para las elecciones del 2016, ya que partidos y dirigentes de gran talla aparecen con altas tasas de rechazo.
Si estas mediciones son realizadas con rigor científico, con muestras representativas bien escogidas y siguiendo todos y cada uno de los pasos que la metodología aconseja en esa materia, no pueden ser buenas o malas, acertadas, sesgadas o erróneas según convengan a los intereses y aspiraciones de determinados sectores de la vida política nacional.
Algunos de los que en esta oportunidad objetan a la Penn, Schoen & Berland, en el pasado han tenido opiniones marcadamente diferentes, argumentando entonces su validez, en el entendido de que las encuestas son una útil herramienta de trabajo, una radiografía momentánea sobre las percepciones de la gente, lo cual indica que son susceptibles de cambios, aunque no siempre de forma radical.
En estos casos lo aconsejable sería asumir una actitud sentada y equilibrada frente a resultados desfavorables para analizarlos y sobre esa base tratar de revertirlos en alguna medida, si pueden verifican su sustento o desenfoque por medios propios o independientes.
En lugar de esto se recurre a un rechazo formulado casi siempre de forma instintiva e irracional, porque en la sicología de una buena parte de la clase política nacional, lo correcto y atendible es aquello agradable al oído, aunque se contraponga a la realidad, sin advertir que ignorarla es una actitud poco o nada inteligente que sólo puede conducir al fracaso con acciones desacertadas.
Sin caer en un estado derrotista y también evitando cerrarse al análisis en la búsqueda de la verdad, que no siempre resulta agradable, la oposición haría bien en afinar sus propios sondeos, mientras el PLD tiene que cuidarse de no sumirse con euforia en un anticipado triunfalismo, porque así lo aconseja la muy singular dinámica de política vernácula.