Las estructuras del conocimiento económico

<p>Las estructuras del conocimiento económico</p>

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
Faltan unos días para la Fiesta de la Natividad  del Señor y para  Año Nuevo y a mí ánimo para revolver nuestra realidad económica o lo que uno juzga que ella es. El tiempo, en cambio, favorece una reflexión sobre temas más filosóficos. Por eso  escribiré sobre teorías de la estructura social del conocimiento.

El tema parece denso y pesado pero en realidad busca caminos exploratorios sobre la dificultad de construir puentes entre diversos sistema sociales que permitan una mayor intercomunicación entre ellos. El problema es relativamente nuevo.

Niklas Luhmann, un gigante de la sociología alemana en su especie filosófica muerto en 1998, nos recuerda que la sociedad global se denominaba en Grecia “Comunidad Política”. En la ciudad griega existían varios “sistemas sociales”, digamos el político, el familiar y el económico, el religioso

Cada sistema se organizaba en torno a un objetivo dado por la naturaleza misma de las relaciones sociales: el familiar se orientaba a la satisfacción de las necesidades ordinarias de la vida, el económico a la satisfacción de necesidades que dependían del comercio exterior, el religioso al culto y a la moral, el político a la defensa y la justicia.

El sistema tiene que identificar las funciones que desempeñan sus distintos miembros, su forma de actuar y su procedimiento para interpretar las informaciones que le llegan de continuo del entorno físico y social. Prácticamente los sistemas usan  para explicitarse pares de conceptos tales como Arriba-abajo, Todo-parte, Fin-medio.

 El “sistema político” era no sólo uno de los existentes sino el principal y al que todos se tenían que referir en esa sociedad. Los principales problemas que este sistema prioritario tenía que resolver en orden al gobierno de la sociedad y a la superación de conflictos de los otros sistemas eran de dos clases: defensa y justicia.

El papel decisivo del sistema político en la sociedad griega y su heredera, la romana, permitían que el individuo culto pudiese decir con verdad que “nada humano le es ajeno” sea en la familia, en el culto, en la economía y, por supuesto, en el gobierno. Hasta el sistema político definía lo que era éticamente correcto: lo que los mejores de la sociedad estimaban conducente a la paz social y a la seguridad externa.

En aquellos idílicos tiempos todos en teoría se interesaban, gracias a su participación en las decisiones tomadas en el ágora, en los problemas de la propiedad familiar, del orden del culto (jerarquía), y de las transacciones económicas con las colonias y los detallistas extranjeros (los metikoi). Dije “en teoría” porque sólo en base a recibir el “óbolo” (el pan de cada día) se dignaban los ciudadanos pasar todas las mañanas en el ágora. Obviamente los intereses de la mayoría estaban en otro lugar.

Hoy en día la política en la cultura occidental es  simplemente uno de los sistemas sociales con competencia muy restringida por los derechos de la  persona y de propiedad y por los privilegios de la verdad. La política no resuelve nada en el campo intelectual y tiene una limitada influencia sobre la vida de muchos.

1. La intercomunicación entre los sistemas sociales.

Mal que bien la sociedad occidental conservó casi los mismos “sistemas” que la helénica aunque a partir de Constantino la política compartió con la Iglesia su papel de primado óntico y moral. El sistema religioso se convirtió en instancia obligada para la ordenación de la sociedad hacia las metas de justicia y de paz. La sociedad tenía dos brazos de poder: el religioso y el “secular”

No faltaron confrontaciones violentas entre ambos centros de referencia y legitimación de todos los otros sistemas. Normal resultó un estado de tensión permanente entre ellos pero se reconocía la orientación natural de los otros sistemas al dúo rector. En Occidente y a partir del Renacimiento o como más tarde de la Reforma la comunicación Sistemas-Iglesia-Estado comenzó a escasear.

Varios sistemas por ejemplo el académico y el tecnológico se explicaban por sí mismos y rechazaban la intromisión de la Iglesia y del Estado para su orientación, legitimación y solución de conflictos. Posteriormente los sistemas sociales de la familia, del trabajo y del ocio siguieron los mismos pasos. El resultado ha sido la falta de intercomunicación social, la súper especialización de sistemas no comunicantes y consiguientemente el incremento del solipsismo y pérdida de un norte magnético de referencia.

Una profundización simplificadora de las causas de esta dificultad ínter comunicativa apunta en dos direcciones: aumento de las posibilidades, en términos luhmanianos de la complejidad de la vida social, y ciertas características de los sistemas de comprensión social.

Basta echar una ojeada a los catálogos clasificatorios de bibliotecas y hasta de revistas de un área, por ejemplo de la economía, para ganar una visión panorámica de la diversidad de áreas del saber. Lo mismo sucede en el área  económica  con la clasificación  aduanera de bienes, con la enumeración de puestos en estadísticas del mercado laboral, o con la división de bienes y servicios de la canasta familiar sobre la que se base el índice de precios al consumidor, etc.

Esta abundancia no obedece a una profundización de características de bienes y servicios conocidos desde hace siglos, sino de una multiplicación de bienes nuevos que reclaman nuevos procedimientos específicos para su conocimiento y uso. Nacen así continuamente nuevos  subsistemas de especialidades del saber y de la acción difícil de colocar en un sistema. Hay que enfatizar el origen objetivo social de estos subsistemas y sistemas y recalcar que no obedecen principalmente a simplificaciones de  índole subjetiva de la mente humana. La mente se organiza en torno a las experiencias sociales de la realidad.

Los nuevos sistemas y subsistemas tienden a reducir la complejidad del entorno mediante la delimitación de sus fronteras (lo que implica ignorar cuanto esté fuera) y mediante la capacidad de reintegrar nuevos conocimientos, por inesperados que sean, dentro del marco tradicional de lectura del mundo especializado del sistema.

Todo lo nuevo se convierte en reforzador del sistema aunque sea interpretándolo como excepción curiosa y en la práctica poco importante.    Luhmann tan abstracto como puede serlo un filósofo alemán ilustra el proceso con un ejemplo propio del humor negro teutónico: si en la sopa encontramos  un ratón blanco caemos en la cuenta enseguida de que ese fenómeno no tiene razón propia de ser porque es simplemente objeto de una broma de mal gusto. Tendemos a elaborar lo nuevo que experimentamos como desviación no representativa de la estructura hasta ahora normal del ser. De aquí los fanatismos religiosos, ideológicos, deportivos y políticos que se las arreglan para reinterpretar lo nuevo en viejos esquemas.

Contra esa resistencia a reconocer subjetivamente el valor de lo nuevo  objetivo sólo puede oponerse una actitud crítica generalizada que choca con la tendencia normal de la mayoría a la inercia interpretativa.

Comprendemos así con mayor claridad la falta de intercomunicación del hombre moderno sometido a diversos sistemas y lealtades y, sobre todo, su resistencia a priorizar a ningún otro sistema como juez o legitimador del sistema personal dominante. La política y la religión son sencillamente otros sistemas paralelos a aquellos a los que nos acostumbra la complejidad impuesta por la notable división de tareas de nuestro tiempo. Somos más eficientes en términos de alfileres, como decía Adam Smith, especializándonos en procesos concretos de su producción, pero, diría cualquier observador, entendemos menos la realidad “alfiler” para no decir nada de la situación social del artesano.

Aplicación al economista: cuanto decimos de la falta de comunicación del artesano smithiano  productor de alfileres podemos decirlo, guardada la distancia del economista, del médico o de cualquier profesional encerrado en su “sistema”.

Pero lo mismo podemos decir del político, del teólogo o del filósofo. Encerrados en su sistema: el político se especializa en la lucha por el poder  y el teólogo o filósofo en entender su propio y exclusivo saber y accionar. La consecuencia es dramática: ausencia de un saber unificador para cuantos no se especialicen en esos “sistemas” orientadores.

Lo enigmático no es que esto suceda sino que suceda contra la evidente correlación real que existe entre los sistemas sociales.

2. El hilo conductor de la intercomunicación social

Si dejamos de lado como solución del impasse  ínter comunicativo el diálogo social entre representantes de los diversos sistemas para aceptar normas mínimas de conducta social, como proponía Habermas, para fijarnos en el hilo conductor que posibilita ese diálogo, propondría una filosofía centrada en el hombre. La elección de una filosofía humanista parece obvia por dos razones,  pragmática una, teórica otra.

a) La razón práctica que recomienda el humanismo es la imposibilidad de basarnos en ningún otro “sistema social”. El grado de sofisticación racional alcanzado por algunos sistemas sobre todo el científico, el investigativo o el económico imposibilita de hecho su adopción como método e hilo de comunicación ínter sistémica.

El sistema teológico, tan recomendado por razones históricas, sufre de la misma hipertrofia intelectual, de falta de aceptación universal y de una tendencia invencible, por la importancia trascendente de sus conclusiones, a la controversia con quienes aun dentro del sistema siguen caminos divergentes. El diálogo interreligioso tiene que arrancar de un fondo común de premisas y visiones del mundo para superar el diálogo y llegar a una hermenéutica común. De la filosofía podríamos decir casi lo mismo que de la teología. Por esa razón tenemos que comprenderla como una reflexión sobre la realidad humana tomada en sus muchas dimensiones. Quizás sería mejor hablar de una reflexión humanista del hombre. Por este camino andaba Juan Pablo II.

Resumiendo: o no-sistema social integrador o reflexión filosófica sobre el hombre.

b) Si la razón práctica recomienda una reflexión profunda, en este sentido filosófica del hombre, la razón teórica lo muestra como causa y meta de toda actividad humana separado sólo funcionalmente de los sistemas que desarrolla para interpretar la realidad y para actuar sobre ella. La distinción entre sujeto y función ofrece ventajas prácticas pero resulta imposible teóricamente  eliminar al primero. Cuantos “funcionan” en sistemas y subsistemas se comprenden siempre, cuando reflexionan sobre sí mismos, como origen y objeto de sus decisiones sistémicas y son concientes de que pueden intercomunicarse con los demás, no sólo con sus a veces pocos compañeros de viaje, gracias al hombre sujeto de todos los sistemas.

c) La reflexión filosófica sobre el hombre tiene consiguientemente que considerarlo como sujeto de múltiples sistemas sociales. No podemos hablar del “animal político” de Aristóteles, ni del “hombre económico” de los economistas clásicos (mucho menos de la “mano invisible” de Adam Smith), ni del “hombre justo” y, su contrapartida, el “hombre violento” de los libros Sapienciales ni  menos aún de la caricatura del hombre técnico que es el “robot” o del navegante sin destino del “hombre cibernético”. Buscamos algo así como al “hombre” de Diógenes. Lo importante no es despojar al “hombre” de cuanto lo especializa sino identificar cuanto es y puede hacer  abiertos siempre hasta al “más” allá del hombre cristiano.

d) La persona humana reflexiona sobre lo que es de dos maneras: explícita y experimentalmente. En términos económicos decimos que se aprende decantando intuitivamente  en el quehacer lo permanente de lo que pasa  (learning by doing) o ampliando y profundizando lo que sobre un tema  ha sido expuesto por experimentación o investigación.

En vocabulario sapiencial distinguimos la “sabiduría” (conocimiento del sentido de la vida y del proceder adecuado) de la “ciencia” (reflexión metódica, crítica y provisional de fenómenos “físicos”, “sociales” o “humanos”). Ambas son condición de posibilidad de la comunicación entre sistemas. Restringirse sólo al conocimiento científico (regulado) del hombre podría equivaler a la exclusión del hombre común.

3. Aprendizaje

Dado el asilamiento “sistémico” en que vivimos y la identificación de la reflexión filosófica sobre el hombre como  hilo conductor de una deseable superación queda por elucubrar un método práctico para estimular esa reflexión.

a) Si recordamos que las estructuras de los sistemas sociales dificultan nuevas interpretaciones de la realidad pondríamos poca confianza en cuanto se refiera a la experiencia como mecanismo de cambio. Sin embargo, la estrategia defensiva de los sistemas exige cambios de actitud y estos requieren una terapia de choque que probablemente sólo puede ser forzada por experiencias inesperadas y bastantes radicales.

Es probable, por ejemplo, que la experiencia de Jesús como cuestionador de ritos y hábitos religiosos de su tiempo y como persona pobre desde su nacimiento y con auditorios predominantemente pobres chocase tanto la conciencia de sus connacionales que acabaron por romper los muros tradicionales de la religiosidad judía. De hecho personas como San Francisco de Asís y la Madre Teresa conmueven la seguridad social defensiva de personas religiosas o no practicantes.

b) La reflexión filosófica formal, metódica y crítica, sobre el hombre parece, no obstante, indispensable para la intercomunicación de sistemas alrededor de un hilo conductor. Todos los sistemas vigentes han alcanzado ya o están cerca de lograrlo niveles lógicos -científicos- impermeables a la sola experiencia.

Esta reflexión filosófica del hombre es muy poco prometedora de éxito si se basa en compendiar sus hallazgos  en un “libro de texto”. Se pierde en los textos la vivencia personal de los filósofos del hombre y ya está claro que la inteligencia profunda tiene que ser emocional. Los libros de texto siempre han sido una mera ayuda, a veces rémora, didáctica  para asegurar la ortodoxia disciplinar.

Mucho más prometedora es la lectura reflexiva de los grandes autores que trabajaron una concepción del hombre ligada con el sistema social en el que se desenvolvieron. Para poner algunos ejemplos relativamente actuales y sólo como ejemplos fáciles de multiplicar: en teología Rahner, Metz, Ratzinger, en filosofía: Kierkegard, Unamunu, Heidegger, Scheler; en Sociología: Weber, Luhmann; en economía; Schumpeter, Galbraith;  en Historia Braudel, Wallerstein; en Pisocología: Fromm, Jung, Freudm; en Literatura: multitud.

No se trata de leerlos todos ni siquiera una selección u otros ya aceptados. Lo importante es leer y meditar algunos de los grandes pensadores humanistas. Son los que, tal vez, puedan hacer posible la comunicación entre quienes encarnamos sistemas sociales, la economía por ejemplo.

Corolario

Varios consejos: temer los libros de texto, leer los grandes humanistas, fomentar una actitud crítica intelectual contra las modas intelectuales y profesionales; dialogar con quienes conocen otros campos del saber.

El lema es: especializarse -sin especialización formal- en Humanidades: ciencias del hombre; especializarse -con especialización formal- a fondo en el área profesional.

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