Las exquisiteces de Rafa Rosario

Las exquisiteces de Rafa Rosario

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Rafa Rosario es un hombre del pueblo, que vibra con el pueblo, pero que también se da los gustos exquisitos que le permite la fortuna que ha acumulado como la voz e imagen de una de las orquestas de merengue más populares de la República Dominicana.

Sin perder la sencillez que adquirió desde sus primeros años de vida en Higüey junto a sus numerosos hermanos y hermanas con las que formó la orquesta, una vez que Rafa abandona el escenario pasa a disfrutar de los lujos que le proporciona la fama.

Se monta en un Mercedes Benz último modelo, con un equipo de sonido de última generación en el que se escuchan principalmente temas románticos (el merengue para él es sinónimo de trabajo), los que canta mientras maneja. Un concierto gratis para uno que va dentro del coche.

Luego, en su acogedora y amplia residencia de Alma Rosa, Rafa muestra otra de sus caras debilidades al visitante: su colección constantemente renovada de vinos españoles y chilenos, de las mejores marcas y cosechas. En el bar de su sala de estar, uno se siente como si estuviera en un club social de lujo, claro que atendido con la calidez que demuestra este artista a todo momento.

Sus hermanos Tony y Luis, que forman parte de la orquesta y que son los propietarios de un famoso supercolmadón situado a un par de cuadras de la casa de Rafa, se sumaron a la improvisada reunión con sus respectivas esposas, formando un grupo de conversación inolvidable.

Rafa, como corresponde, es el que lleva la voz cantante de la reunión y va presentando y abriendo botellas de vino de alto precio, cuyo contenido paladea como un catador experimentado.

“Este vino tinto cosecha 92 lo traje de España y quiero abrirlo en esta ocasión tan especial, en que te tengo en mi casa”, me dijo Rafa solemnemente. Y la verdad es que el vino era de primera. Sabroso y embriagador.

Pero esa no era la primera vez que Rafa nos abría la puerta de su casa. Anteriormente, en 1995, cuando estaba casado con doña Fifi, había recurrido a su suegra para que nos preparara un sancocho de siete carnes, “como sólo ella lo sabe hacer”, según fueron sus palabras entonces.

Rafa y su familia vivían en esa ocasión en la Charles de Gaulle, cerca de los apartamentos Cansino I y II, en una amplia y hermosa casa en la que aparecían y desaparecían hijas de su matrimonio actual y de otros pasados. Allí todos formaban una sola familia y la armonía reinaba por toda la casa.

Y, efectivamente, el sancocho estaba a la altura de lo prometido por Rafa, con quien fuimos después de los postres a bailar a la discothèque Fuego Fuego, en la San Vicente de Paul. Recuerdo que en esa época estaba de moda el merengue “Un día en Nueva York” y era el que más le pedía el público que repletaba ese lunes el famoso centro nocturno de “aquel lado”, como llaman curiosamente los capitaleños a la Zona Oriental.

Y de esa forma se fue desarrollando una amistad muy pura entre Rafa y yo, en la cual prácticamente la cuestión artística quedaba excluida por mutuo y tácito consentimiento, dejando espacio para las opiniones personales sobre los más diversos temas del momento.

Nunca le escuché decir “escríbeme esto, o esto otro”. Al contrario, a veces era yo el que tenía que llevarlo al terreno profesional para tener tema para un artículo, lo que no se puede decir de todos los artistas, la mayoría de los cuales lo buscan a uno por interés. Lástima que ahora que estoy radicado en Santo Domingo, Rafa no respondiera los recados que dejamos en su casa para actualizar esta nota. Pero él no ha sido el único supuesto amigo que me ha sacado los pies aquí.

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*El autor es periodista chileno, de larga trayectoria internacional, desde hace poco residente en el país.

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