Las fijaciones mentales

Las fijaciones mentales

HAMLET HERMANN
Recuerdo como treinta y tantos años atrás, mientras residía en La Habana, algunas familias expresaban su disconformidad con los apartamentos que el gobierno revolucionario les asignaba para mudarse. Como extranjero, original de un pequeño país cuyo déficit de viviendas rondaba las 500 mil unidades, no alcanzaba a entender ese fenómeno. Como dice el refrán, “al caballo regalado no se le mira el colmillo”. Y sin embargo estos revolucionarios cubanos se mostraban a veces intransigentes porque no les habían dado lo que en sus sueños de infancia o de juventud siempre aparecía.

Ellos consideraban que el “closet” que en cada habitación había en el flamante apartamento no llenaba sus expectativas. Dentro de sus enormes carencias previas al 1959, habían desarrollado unas fijaciones mentales con los armarios de caoba que los señores poderosos de tiempos pasados exhibían en sus fastuosas residencias.  Esa era la fijación de una infancia muy pobre en la que, dentro de sus limitaciones del conocimiento, creían que era la modernidad. Y las fijaciones de edades tempranas no son fáciles de erradicar porque se empotran en el cerebro cuando aquel no está totalmente desarrollado y los conocimientos son limitados. De ahí que se guarden en el subconsciente para, como reflejo condicionado, tratar de obtenerlas cuando sean adultos y tengan las posibilidades de hacer realidad ese sueño. Las fijaciones pasan a ser un espejismo de modernidad y tratarán de llevarlas a cabo aunque esa nostalgia se convierta en algo dañino en el momento en que ellos arriben a la adultez y al poder.

A través del mecanismo de las fijaciones he podido seguirle el rastro a una serie de proyectos que los gobernantes dominicanos de las últimas décadas han intentado alcanzar y que, muchas veces, los han llevado al fracaso. Rafael Trujillo, megalómano por excelencia, soñaba compararse con los principales gobernantes del mundo. Sus arquetipos eran todos de raza blanca, ya fueran éstos norteamericanos, alemanes, españoles o franceses. Como nunca había viajado al exterior, sus metas estaban forjadas en base a impresos y narraciones de otros. De ahí que desde siempre soñara con un faraónico Faro a Colón, un casino de juego en el espigón de Sans Souci, una Feria Mundial con motivo de su aniversario de plata en el poder y otras obras que, consideraba él, lo eternizarían en la memoria del pueblo dominicano y el mundo.

Joaquín Balaguer siguió los pasos de Trujillo y a las fijaciones de su mentor tiránico le agregó algunos aspectos adquiridos por ósmosis en sus vivencias parisinas. Aquel quería convertir a Santo Domingo en un París chiquito porque era la visión de modernidad que se le había fijado al brillante intelectual en tiempos juveniles, rotondas incluidas en las avenidas, combinadas con el urbanismo de contrainsurgencia de la guerra fría. Su paso por la historia lo inscribiría en cemento y varillas, aunque su utilidad poco tuviera que ver con el costo social.

Los tres Presidentes que aportó el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) (no incluyo a Juan Bosch) ejercieron su mandato desarmados de sueños y de aspiraciones de sobrevivir a la corta memoria de los dominicanos. Todavía está por verse si eso puede catalogarse como una virtud o como una deficiencia. Lo evidente es que poco ha sobrevivido de sus

Fijaciones, ya fueran estas materiales o intelectuales a no ser aquella que permitía a los automóviles doblar a la derecha mientras los semáforos estuvieran en rojo.

Leonel Fernández nos ha prometido desde sus primeros días en el gobierno que trataría de convertir a República Dominicana en un Nueva York chiquito, así como a Samaná en una Riviera francesa chiquita. Nos ofrece también como solución a nuestro caos un tren subterráneo, así como propone convertirnos en el centro de la producción de alta tecnología en todo el continente. Esas forman parte de las fijaciones del muchacho cuya familia se lo llevó a vivir a Manhattan. Desde el West Side, el inteligente joven apreciaba el East Side del centro del imperio e imaginaba lo que esto podía significar como urbe moderna. En su fantasía juvenil, lo asumía como expresión universal de la modernidad, aunque esa fijación fuera una percepción que poco tenía que ver con una caótica y desordenada ciudad como Santo Domingo.

Esto así, las fijaciones de nuestros mandatarios nos han llevado sin continuidad, sin planes y sin previsiones hasta, como los cubanos de los años setenta, a despreciar los útiles “closets” y a añorar nuestro armario de caoba, aún cuando ya no queden caobales ni ebanistas que produzcan aquellas maravillosas artesanías.

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