Las guerras chiquitas

Las guerras chiquitas

Son demasiados los problemas del mundo; un solo hombre no puede “asimilarlos” todos; ni siquiera es posible que entienda la historia, el marco o los antecedentes, en que surgieron los conflictos: en Afganistán, Ucrania, Paquistán, Israel, Siria, Serbia, Irak. No importa que ese “hombre solo” sea torpe o inteligente, que ejerza el periodismo o se trate de un jefe de Estado. En cada caso, historiadores, filósofos, periodistas, se enfrentan a una madeja de acontecimientos de difícil digestión intelectual. Los mismos que participan en estos prolongados conflictos: sociales, étnicos, políticos, religiosos, se encargan de obscurecerlos y complicarlos mediante argumentos tortuosos o interesados.

¿Quién tiene la culpa de lo que ocurre hoy entre palestinos e israelíes? ¿Los romanos? ¿Los turcos? ¿Los ingleses? ¿Los norteamericanos? ¿La Organización de Naciones Unidas? Historiadores y sociólogos intentan desenredar esas viejísimas telarañas culturales en las que se cultiva el odio. Mientras tanto, niños inocentes mueren todos los días en Gaza. Los guerrilleros palestinos construyen túneles, lanzan cohetes; los israelíes bombardean lugares habitados por civiles. Lo que es peor; cada contrincante reafirma su posición fanáticamente. Los fundamentalistas musulmanes –de esa región y de cualquier otra– prefieren morir antes que pactar cualquier arreglo. Los cadáveres de los niños, las lágrimas de las madres, provocan “carteles de protesta” y “pronunciamientos políticos”.

Hay enfrentamientos ancestrales que no es posible solucionar; les aplicamos remiendos, ungüentos retóricos; con frecuencia las “potencias” proponen que se celebren “reuniones de paz” en lugares distantes del teatro de estas “guerras perpetuas”. Después de “difundir las noticias”, los protagonistas regresan a sus países respectivos con más ganas de matarse que antes de la conferencia. La “comunidad internacional” produce armamentos –y los vende–, al mismo tiempo que predica sobre la necesidad de evitar una “conflagración general”.

En Cuba se llama “guerra grande” a la que se libró entre 1868 y 1878; culminó, en la “paz de Zanjón”, con una derrota de las fuerzas independentistas. La “guerra chiquita”, la que dirigió el generalísimo Máximo Gómez, terminó en victoria para los cubanos. Ahora, el miedo a una guerra grande –atómica–, hace que todas las guerras sean “chiquitas”. La guerra “nuclear” es evitada; en su lugar proliferan muchas guerras chiquitas. Todas ellas sangrientas; “perdedoras” de hombres y niños.

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