Las ideas de Turguéniev situadas en el contexto de su época

Las ideas de Turguéniev situadas en el contexto de su época

POR LUIS O. BREA FRANCO
Turguéniev fue el intelectual ruso del siglo XIX que más profundamente sintió una vocación europea. Lo atraía Occidente por la multiplicidad de formas, principios e instituciones que había sabido crear en todos los ámbitos posibles de la vida humana.

Occidente había creado –en la visión de Turguéniev- no sólo distintas maneras de creer o no, en el hecho religioso, sino que también había abierto diferentes modalidades de organizar el sistema político, según las múltiples variantes del parlamentarismo liberal, llegando hasta asumir la necesidad de la más amplia apertura y libertad para el debate cultural y a facilitar, a los individuos más adelantados espiritualmente, la posibilidad de desarrollar un estilo de vida propio e individual.

Aspiraba a que su patria pudiese acceder a un desarrollo cultural cosmopolita. Luchaba para que Rusia pudiese abrirse a todas las manifestaciones de la cultura europea, y estaba convencido de que la “esencia” rusa –el modo de ser y la idiosincrasia del pueblo- unida a la conciencia y a la ciencia occidental generaría un sentido de pertenencia a una unidad cultural mucho más amplia y universal.

A diferencia del modo de ver la cultura occidental que se manifestaba en Turguéniev, se desarrolló en su época, tanto entre los pensadores radicales como entre los defensores de una cultura rusa autóctona, la idea de que Europa fuese una entidad cultural moralmente corrupta, sin consistencia intelectual, espiritualmente superficial y decadente, llamada a sucumbir, en breve, en el abismo de los tiempos.

Ejemplo de esta actitud la encontramos, sin rebuscar mucho, en Dostoievski, en su novela “Los hermanos Karamázov”, que fue escrita en los años finales de la década de 1870, pero que acontece narrativamente entre el año de 1865 y el siguiente. Dostoievski pone en voz de Iván Karamásov ésta nostálgica y escéptica expresión sobre Europa: “Quiero viajar a Europa,… ya sé que el viaje que emprenda me llevará sólo a un cementerio, pero será, ése, el cementerio más querido, más entrañable… Yacen allí difuntos muy estimados; cada una de las piedras que los cubren habla de la ardiente vida pasada, de la fe apasionada en el propio hecho heroico, en la propia verdad, en la propia lucha y en la propia ciencia…”

La consciencia nacional rusa se desarrolló, por aquellos años, en contraste con Europa. Por un lado, en contraposición con los occidentalistas, reaccionaban los eslavófilos que se oponían a la cultura europea y al capitalismo, y querían evitar a su patria experiencias traumáticas como fueron los horrores de la revolución francesa, un violento acontecimiento histórico que para muchos permanecía abierto y latente. Por ello rechazaban las ideas ilustradas y deseaban rescatar los valores y las tradiciones propiamente rusas para contraponerlos a la cultura occidental.

En el otro lado estaba el movimiento político de los populistas, que se generó en los debates sobre las posibilidades abiertas para realizar la liberación de los siervos. Muchos de los que eran, entonces, jóvenes estudiantes, hijos en su gran mayoría de miembros de la “inteligentzia” o de nobles decaídos, decidieron, en ese momento, dedicar su vida al rescate y a la liberación del olvidado campesinado.

Para alcanzar este objetivo abandonaron sus casas, sus estudios y sus preocupaciones personales para irse a los campos de las provincias más lejanas a desarrollar comunidades de trabajo y de vida con los campesinos, con miras a crear “el hombre nuevo” que describía Chernishevsky en su fallida novela: “¿Qué hacer?”, escrita para despertar, precisamente, en los jóvenes idealistas radicales la necesidad crear nuevos rusos, libres de prejuicios morales, consagrados a la creación de un mundo de progreso y decididos a impulsar la transformación social.

Los jóvenes populistas imaginaban la aldea campesina como una comunidad armoniosa en que se lograría instaurar, al final de las luchas sociales por la libertad de la servidumbre, el reino de la hermandad humana. Esta institución luego de su reafirmación en el campo –pensaban- se extendería a todas las demás instancias productivas y sociales.    

El objetivo fundamental de los populistas era ayudar a que el pueblo despertara; ayudarlo a que pudiera realizar la que consideraban su natural vocación social: construir el socialismo agrario, restableciendo la institución de la “obshina”, la comunidad agraria primitiva.

Esta “marcha o ida hacía el pueblo”  por la que se desvivían los populistas finalmente fracasó, y ello se produjo, en primer lugar, porque los campesinos no podían comprender ni los discursos ni las ideas de los populistas; además, porque los estudiantes no podían soportar la intensa fatiga que producía en sus cuerpos acostumbrados a otro tipo de vida, el trabajo en los campos; ni podían comprender la absoluta ignorancia, el abandono y la apatía de los campesinos.

Ante el fracaso de los radicales para comunicar y convivir con los campesinos durante los años sesenta y siguientes, se comienza a vislumbrar que la única vía abierta a la lucha revolucionaria será pasar a otra fase organizativa de la misma; había que pasar a la acción directa, esto es, pasar a combatir el sistema mediante la violencia y el terrorismo.

En cierto modo, a los inicios de la década de los años sesenta del siglo XIX, casi toda la intelectualidad rusa progresista llegó a consideran que mediante la emancipación de los siervos, la sociedad debía reconocer a éstos como ciudadanos que debían ser puestos al tanto de sus derechos, y, a la vez, pensaban que la nueva sociedad debía crear oportunidades para que los antiguos siervos pudiesen desarrollar su vida personal a través del despliegue de tales derechos.

La problemática, ahora, se concentraría en determinar: cuál era la auténtica naturaleza del campesino; qué oportunidades debía ofrecerle la sociedad para que pudieran conquistar sus derechos y de qué manera podría contribuir la cultura campesina al afianzamiento de la cultura nacional rusa.

A tales cuestiones se intentó corresponder elaborando estudios sobre las características étnico-populares del mundo campesino, y es a partir de esta época y de una nueva percepción del fenómeno campesino, que surgen los primeros estudios del folklorismo ruso donde la figura del campesino se encuentra en el centro de todas las preocupaciones.

Para comprender la importancia del primer libro de Turguéniev, “Memorias de un cazador”, habría que situarlo como uno de los primeros aportes que condujeron a colmar esta nueva necesidad de contar con la cultura campesina y de conocerla. El libro, por vez primera en la literatura rusa, presenta al campesino como un ser humano capaz de pensar, hábil para el trabajo práctico y preocupado por ideales elevados; en definitiva, lo determina como un ser con profundas preocupaciones prácticas, morales y religiosas.

“Memorias de un cazador” ejerció gran influencia desde el momento de su aparición en los años cincuenta; contribuyó a modificar inicialmente, algunas actitudes sociales negativas de las minorías cultas sobre la realidad campesina y ayudó a decantar cuales eran los aspectos positivos de su humanidad.

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