Las imágenes de Conrado rescatadas para la posteridad

Las imágenes de Conrado rescatadas para la posteridad

POR ÁNGELA PEÑA
En seis años que vivió Conrado en la República Dominicana se convirtió con su cámara Rolliscard 6 x 6 en el testigo que conservó para la posteridad vida, costumbres, vicios, placeres, ambiciones, simpatías políticas, amarguras, tristezas, pobreza, miserias y opulencia de todas las clases sociales del país.

Si había en la nación otros fotógrafos, fue el artista austriaco el privilegiado al que se permitió penetrar en cada ambiente y captar la más inmensa variedad de personajes y situaciones para poder conocer y comprender lo que fue esta sociedad de 1938 a 1944 cuando se refugió en esta tierra huyendo de Hitler, cambiando su identidad propia, Kurt Schnitzer, por Konrad, que aquí pasó a ser “Conrado”.

Era un médico que vagó por Europa hasta recalar en Santo Domingo donde desarrolló lo que en su patria era afición: la fotografía, porque el desconocimiento del idioma español fue aquí barrera para el desempeño de su real profesión. La calidad de su obra, sin embargo, no es de un novato. Su visión, por otro lado, era la de un cronista empeñado en plasmar en imágenes todas los vértices de la historia.

Cuando se marchó, en 1944, donó su colección al Archivo General de la Nación, tanto en negativos como en fotos colocadas en atractivos álbumes, todas identificadas, manuscritas con tinta china en libretas rayadas hoy amarillentas pero perfectamente legibles. Cubierto de polvo, atacado por los hongos, ese valioso material documental estuvo en la institución hasta que don Miguel Holguín Veras se ocupó de organizarlo y limpiarlo. El año pasado lo visitó el español Juan Manuel Díaz Burgos y quedó deslumbrado al apreciar el rico patrimonio.

“Examinó e hizo una selección de negativos que se llevó a España y ha hecho un trabajo maravilloso, el resultado final es increíble”, manifiesta el historiador, Supervisor General y encargado de la Fototeca del Archivo. Copiados, ampliados, enmarcados, limpios, los negativos, hoy fotografías, se exhiben en el Centro de Cultura de España y aunque apenas son una porción ínfima de ese acervo, son suficientemente representativos para apreciar el acontecer nacional de aquella época. “En estas fotos se viven tanto la apacibilidad del discurrir cotidiano en la ciudad como la tensión de un suceso violento en los bajos fondos; tanto la autocomplacencia de las clases altas en el boato de un acto de sociedad como la ardua lucha por la supervivencia de las clases desfavorecidas”. Estas palabras de Javier Aiguabella, director del Centro Cultural de España, resumen la esencia de las sesenta y tres fotos que se exhiben.

LA SOCIEDAD DOMINICANA

Allí están pintores y escultores refugiados españoles reflejando la maestría de su arte junto a las estrecheces de sus pobres existencias, como Francisco Vásquez Díaz, Ángel Botello, Vela Zanetti. Una escultural modelo semidesnuda posa para uno mientras otro, en pijama, lleva a su boca el guineo que parece haber sido, junto a una piña a medio desflecar el único menú pues la cantina itinerante luce ausente de comida.

Mujeres de “vida alegre” que bailan o riñen en el hospedaje Esmeralda, humildes señoras lavando en el Yaque o yendo al río en medio de la espesura de dos pinos son el contraste con las chicas y damas de sociedad paseando por el Conde, mostrando su elegancia, danzando en salones de gente chic, exhibiendo glamour en las bodas de Álvarez Sánchez, comprando fantasías en La Casa de las Medias, integrando la orquesta Ambiente Tropical, agrupadas, definidas como “elegantes señoritas” o practicando gimnasia en honor de María Martínez, la primera dama de “El jefe” Trujillo.

Pero Conrado captó además tipos y casos raros, como el liliputiense que causó asombro en la oficina de Inmigración, la increíble delgadez del boxeador Don Calcagno, “El Látigo de Ébano”; el suicidio del empleado de aduanas Juan Pablo Bernier, los detenidos por el asalto a un chino, los ladronzuelos de relojes, el púgil “Papasito” junto a su esposa, los marinos del vapor “Dixie”, colmados, paisajes, cartelones pro Benefactor, imágenes de santos, promoción de alcohol y cigarrillos…

Hay beisbolistas de los equipos “Salinera” y “Lotería Nacional”, boxeadores en el estadio municipal de Ciudad Nueva, peaje oficial en el Perla Antillana, una pintoresca guagua de dos pisos, veladas en el Convento, el movimiento de la fábrica de espaguetis Pastoriza, trabajadores en el Puente Peynado, empleados del Listín Diario, pregoneros de La Nación, militares de fiesta, toneleros en el puerto, ancianos de la Cruz Roja, monjitas del Asilo San Lázaro o clases de música en la granja-asilo Presidente Trujillo.

Mientras se observa una riña callejera pueden verse también juicios a acusados, la oficialidad de la Marina de Guerra, fiscales, policías, ladrones, pescadores exhibiendo enormes manta-rayas, un encuentro en el desaparecido cine-teatro Independencia, turistas desembarcando en el muelle, celebraciones de las fiestas de San Juan en el balneario de Güibia donde alborozados muchachos reciben premios en dólares.

El Generalísimo se pasea orondo a caballo por la Hacienda Fundación, Ramfis imberbe y delgadito posa para el artista, el dictador presencia manifestaciones de apoyo, se recupera del ántrax o se ve de punto en blanco frente a un cartel que reza: “Trujillo eternamente”.

En el Archivo General de la Nación quedó la mayoría presentando otros motivos, gentes, monumentos, lugares, paisajes, realidades. Son, como expresó Aiguabella, “retratos veraces, aunque siempre sorprendentes, de un tiempo no tan lejano, de una forma de vida que de algún modo, para bien o para mal, no está tan perdida en nuestra memoria ni en nuestro presente”.

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