Las inequidades que construimos

Las inequidades que construimos

BIENVENIDO ÁLVAREZ-VEGA
No mucha gente lo cree. Quizás porque es demasiado obvio o porque convive con nosotros cierto darwinismo social que todos aceptamos de manera pragmática. Pero tengo para mí que es la causa esencial de los grandes y grandísimos males de la sociedad dominicana. Me refiero a la inequidad. Así, sin apellido. Pero debemos matizarla. Me refiero a la inequidad económica, madre de todas las otras inequidades conocidas: la social, la política, la de género, la educativa, la sanitaria y hasta la deportiva y la del ocio en general. Cuando considerábamos que la medición del producto interno bruto de una nación lo podía medir todo, la sociedad dominicana estaba llena de inequidades por todas partes.

Otros prefieren decir asimetrías. Da igual. Ahora que tenemos otros métodos o metodologías para medir el bienestar de la gente, como el índice de desarrollo humano, igualmente las inequidades saltan y se nos presentan con toda su desnudez y con toda su elocuencia.

La economía ha dado muestras de sobra de su vigor, de su fortaleza y de su carácter robusto. Cincuenta años de crecimiento continuo.  Hay una piel del país que expresa la lozanía de este crecimiento. Pero en otra o en la otra lo que se ve son las arrugas, los pliegues y las estrías de la inequidad.

Los dominicanos ya saben, no de ahora, por supuesto, que el crecimiento por el crecimiento no es suficiente para instalar la equidad económica. Hace falta algo más, precisamente lo que ha hecho falta en la República Dominicana post Trujillo, en la de Balaguer, en la de Antonio Guzmán, en la de Salvador Jorge Blanco, en la de Leonel Fernández y en la de Hipólito Mejía. No menciono la breve República Dominicana de Juan Bosch porque estoy persuadido de que si este hombre políticamente cojonudo hubiera permanecido su tiempo en el poder –sus cuatro años–, otro gallo cantaría.

Todos estos hombres distinguidos, estos Presidentes de la República, se  empeñaron y se empeñan en ir detrás de un crecimiento económico que engalanara las estadísticas pero pocos de ellos se preocuparon por construir una sociedad democrática y equilibrada, con el mínimo de asimetrías posibles. Les bastaba y les basta el crecimiento del producto interno bruto. Nunca les preocupó ni les preocupa el destino de ese crecimiento.

No me digan que los discursos de estos hombres expresaron y expresan preocupación por las desigualdades y los desequilibrios de la sociedad, porque les diré que no les creo, que son poses, que son retóricas sin sentimientos y sin convicciones. Un cierto vitrinismo y puesta en escena. Para mí lo que cuentan son los hechos. Digamos, hablando de gobiernos y del Estado, prefiero el lenguaje de las políticas públicas que se aplican, de las leyes que se aprueban y se cumplen, de los decretos, de las resoluciones, de las sentencias de los tribunales.

La sociedad dominicana de nuestros días es una sociedad profundamente desequilibrada. Aquí sobrevive la sociedad dual. Es una teoría vigente, válida, útil para explicar muchísimos hechos y fenómenos. Pero más que profundamente desequilibrada, está estructuralmente pervertida. Tan pervertida que el crecimiento económico lo que hace es reproducir y multiplicar las asimetrías, los déficits y las desigualdades.

Y no crea el lector que las estructuras económicas y sociales que sustentan esos desequilibrios y asimetrías han surgido por generación espontánea. No, de ninguna manera. Han sido diseñadas, cuidadosamente levantadas y celosamente mantenidas por “los que mandan” y por el cuerpo de políticos que han gobernado y dirigido el país desde mayo de 1961, desde los días del ajusticiamiento del tirano.

Por supuesto, en esa tarea de casi cincuenta años, no todos han sido perdedores. Ha sido un juego de grandes perdedores y de grandes ganadores.

bavegado@yahoo.com

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