Las inteligencias: cómo aplicarlas

Las inteligencias: cómo aplicarlas

Cada ser humano es una expresión bio-psicosocial y espiritual. Cada quien posee un temperamento que es hereditario, y un carácter que es adquirido a través de la socialización. Durante el desarrollo y las dinámicas interactivas: familia, escuela, amigos, grupos sociales, se adquieren las habilidades, destrezas, que ponen en evidencias el uso de las inteligencias. En la escuela y con el aprendizaje integral se demuestra en la práctica la inteligencia cognitiva: con la memoria, la retención, la asociación de conceptos, la evocación, la capacidad de abstracción, el juicio lógico, la capacidad de cálculo, donde queda expresado en las evaluaciones, exámenes, que habla de la inteligencia cognitiva, que puede ser hereditaria y estimulada con el conocimiento, la alimentación y el ambiente saludable. Sin embargo, para aprender a lidiar en las relaciones interpersonales, grupales, laborar, de forma armónica, equilibrada, adaptativa y funcional; donde a cada situación estresante o, en cada experiencia desagradable se aprenda a responder de forma adulta, a través de la inteligencia social. Literalmente, se desarrolla con la participación, en la socialización, en la experiencia vivida y practicada que se fortalece con los años. La personalidad madura y funcional responde con esa inteligencia social, que le enseña a valorar riesgos, consecuencias, vulnerabilidad; pero le enseña a establecer límites, a perder, ceder, empezar, pero sobre todo, a realizar distanciamiento emocional positivo, para reflexionar y elegir las prioridades en cada etapa de la vida. Cuando esa inteligencia social se une con la inteligencia emocional, entonces, la personalidad asume el timón, para saber dónde dirigirse, o aprender a saber qué hacer, cuando otros no saben responder de forma adaptativa.

Es decir, la inteligencia emocional, nos enseña a reconocer nuestras emociones y lidiar con las emociones de los demás. Pero también, enseña a leer conductas, comportamientos y expresiones en diferentes circunstancias. Aprendemos del cerebro emocional y del racional, donde identificamos qué nos molesta, qué nos motiva, a qué le tememos, con que sentimientos respondemos frente a los ataques, frente a la amenaza, frente al elogio o al reconocimiento. Con la inteligencia emocional, aprendemos a controlar la ira, los impulsos, las explosiones, el enojo, las frustraciones, ect. Cuando un adulto posee inteligencias cognitiva, social y emocional, es más estable, más saludable, más nutriente, y más adaptable y funcional. Esto no significa que no cometas errores, que no se equivoque, que no pierda o que no logre determinados propósitos. La dinámica de la vida enseña que hay que aprender de cada circunstancias, sin perder la objetividad, la voluntad, la dignidad, sus valores, y las verdades razones de existencias. Al final, en plena madurez, debe llegar la cuarta inteligencia: la espiritual. Es con ella donde se descubre las razones de vida, de existencia, de utilidades y de conquista de la felicidad. Es decir, se asume el ser, la conciencia plena de amar, de servir, de vivir, de existir, y de elegir cómo quiero que me recuerden; quiénes serán mis compañeros de viajes, ¿cuáles han sido los motivos de transcendencia, o del logro en la armonía de conciencia que me hace ser una persona sana, decente, admirada, respetable e intachable?

La inteligencia en la vida nos cuida y nos dirige. Pero cuando están ausentes nos hacen poner en evidencias algunos rasgos o perfil de personas tóxicas, disfuncionales, patológicas, que se daña a sí misma y a los demás, o sea, las inteligencias se deben trabajar y adquirir para llegar a alcanzar la armonía y la estabilidad en cada una de las funciones y etapas de la vida.

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