Las intimidades (permitidas y obligatorias)

Las intimidades (permitidas y obligatorias)

Decía Ortega y Gasset que la primera de las instituciones sociales, incluso la más importante, era la conversación. La fuerza viva de una nación era la que se daba en los parques, los cafés, los pasillos… Y esto así, porque el pensador español creía que la razón histórica nacía de la razón vital; esa que tiene cada individuo en unas coordenadas temporales específicas que lo definen y lo retan permanentemente a salvarlas: yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella, no me salvo yo.
Los libros de historia son ensayos que se escriben con los hechos que se recogen a partir de normas científicas estrictas; la mayoría de las veces, dejando fuera la savia vital de la biografía de los contemporáneos. La literatura llena el espacio con las novelas; que son como una biografía social, en tanto que se construyen con el lenguaje, aunque la narración sea pura fantasía.
Si uno quiere saber cómo era la sociedad de una época, uno lee una novela, mejor que un libro de historia. Sin embargo, hay personas reales, testigos o protagonistas de hechos concretos de la vida de una nación que llevan en su biografía la llave secreta para entender la historia. Antes, en un pasado mítico, la tradición oral era suficiente; hoy, con sociedades complejas -con relaciones familiares quizá más afectivas, pero menos apegadas al legado- sólo la labor del biógrafo curioso logra desentrañar mediante investigación de cartas, diarios, testimonios y algo de imaginación la psicología del individuo, que al tiempo que impactaba en lo social, era definido por su tiempo.
El tema es que el biógrafo inventa en algún grado. Por lo tanto, el género autobiográfico, aunque sugiere alguna intimidad, tiene la visión fresca de lo acontecido de primera mano. Es la única intromisión a una intimidad que es permitida.
En nuestro país, desde Balaguer hasta Fernando de Lara Viñas, desde Jorge Blanco hasta Diógenes Céspedes, desde la historiadora Mukien Adriana Sang hasta el también historiador Bernardo Vega han intentado la autobiografía no como un acto de autoreferencia, sino como un acto de honestidad vital.
Para que la autobiografía tenga algún valor, más allá de las delicias o carencias del lenguaje, tiene que ser un acto de honestidad intelectual.
De lo contrario, es un anecdotario, un álbum de familia, algo que no trasciende el espacio personal. Diógenes Céspedes escribió, por ejemplo, la más valiente autobiografía que yo haya leído, La última conquista armada, donde el autor conquistó sus propios fantasmas para el deleite del lector, pero para legado de todo aquel que quiera entender a profundidad la expedición caamañista en contra del gobierno de Joaquín Balaguer.
Bernardo Vega hace lo propio. Prolijo en el lenguaje (me pregunto si cuando se casó con Soledad Álvarez lo hizo, además de con separación de premios, con separación de correctores), elegante en la narración, preciso por su formación de historiador y con un humor que recuerda quizá su formación inglesa. ¿El resultado? Un libro: Intimidades en la Era Global. Memorias de Bernardo Vega, que califica como una de esas lecturas obligadas y placenteras.

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