Las intríngulis de las tarjetas de crédito

Las intríngulis de las tarjetas de crédito

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
Desde la introdcción del denominado dinero plástico en los años setenta del pasado siglo, los falsificadores y aprovechadores de situaciones de ingenuidad del usuario no han dejado de crear situaciones que han dado muchos dolores de cabeza, tanto a los emisores como a las autoridades que deben enfrentar a los desfalcadores.

No es un secreto que antes de la clonación de la oveja Dolly ya expertos en impresión gráfica y bandas magnéticas habían descubierto cómo clonar los «vouchers» o duplicados de recibos que le expiden al usuario. De ese modo, en un santiamén, sin que el propietario de la tarjeta lo detecte, imprimen en una banda magnética virgen el número y el facsímile de la firma del propietario, quien luego se verá en serios aprietos cuando le empiecen a llegar cargos que él no ha efectuado.

Afortunadamente, si se comprueba el dolo, las pérdidas las asume el emisor, quien se verá obligado a emitir un nuevo carné, con las consiguientes molestias.

Muchas personas creen que eso sólo ocurre en nuestro país y no es así. En un viaje reciente que dimos por España, acudimos a un surtidor de gasolina en la carretera Madrid-Barcelona y como es más práctico, procedimiento a pagar con nuestra tarjeta Visa. Cuál no sería nuestra sorpresa, cuando al llegar al país y revisar nuestro estado de cuenta mensual, observamos, que habíamos sino víctimas de una falsificación colosal. Ese mismo día, en una tienda de lujo, nos habían cargado más de mil euros en zapatos y en otra, también de lujo, ochocientos euros en camisas. No había duda que el empleado de la gasolinera había duplicado nuestro número y firma y en complicidad con los empleados de los establecimientos comerciales, le despacharon la mercancía.

En nuestro país cada día el problema de las tarjetas de crédito se agrava. Hemos escuchado al Director de Impuestos Internos recomendar que para que el ITBIS no vaya a otras manos, se pague con tarjeta de crédito. Pero resulta que violando las reglas, los propietarios le especifican al comprador que si se paga con la tarjeta deberá soportar un cargo de un 5% adicional. Es decir, 16% del ITBIS y el 5% que cobra el negocio, el cumplidor de la ley, estará pagando un 21%. Sería una decisión sensata y muy atinente si el licenciado Hernández, ante una denuncia de este tipo sancione a los establecimientos comerciales que adopten esta execrable y extorsionista práctica ante un indefenso y vapuleado consumidor.

Se supone que las tarjetas de crédito se utilizan cuando el usuario -corto de efectivo- quiere adquirir un bien y pagar el importe de manera diferida o tal vez con un interés conocido de antemano si no puede pagar al vencimiento. En consecuencia, cuando un establecimiento comercial le cobra adicional entre un 3.5 al 5% sobre la facturación normal, la entidad emisora, llámese banco, financiera o empresa, debería retirarle a esa entidad la facultad de poder recibir pago con tarjeta. De lo contrario, el usuario es timado sin tener a quien reclamarle por el perjuicio que recibe. Asimismo, cuando esos establecimientos hacen «especiales» en ciertas fechas significativas, al que paga con tarjeta se le excluye de la concesión de la rebaja, cosa que no sucede en otros países. Será por cosas como estas que se dice «que este es un país muy especial».

Los diferentes negocios que aceptan las tarjetas, también se han agenciado otros pretextos para no aceptar el pago con las mismas. De manera solemne le indican, que el sistema se cayó, o que la autorización no ha podido ser confirmada por deficiencia en las líneas que se comunican con los emisores. Es más, con un truco no muy inteligente, se le muestra al usuario un papel, ya impreso de antemano, en donde se específica que no puede ser aceptada por falta de autorización.

En los cajeros automáticos se da un fenómeno distinto. Estafadores profesionales, conocedores del sistema, traban la tarjeta introducida en el mecanismo de pago, especialmente en los días feriados en donde no hay empleados de la entidad y el usuario deja la tarjeta por no poder retirarla. Cuando retorna a buscarla, comprueba que no sólo la han sacado, sino que su cuenta ha sido debitada por una suma cuantiosa.

El problema se suscita porque los llamados a remediar la situación no le ponen coto a estos desmanes. Se llegará un tiempo, en que este tipo de tarjeta plástica será sustituida, como ya lo hace inmigración en los Estados Unidos de América, por un lector de huellas digitales. Como todos los seres humanos la tienen diferente, les será muy difícil a los «amigos de lo ajeno», clonar las huellas digitales.

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