Las joyas de Turquía
como destinos

Las joyas de Turquía <BR>como destinos

EFE-REPORTAJE. Además de la privilegiada Estambul, ciudades como Ankara, Esmirna o Kayseri ofrecen una belleza especial en un país en el que exotismo y fusión cultural van de la mano.

Cuentan que el famoso Oráculo de Delfos vaticinó al griego Byzas que encontraría un hogar “frente a la Ciudad de los Ciegos”. Cuando navegaba por el Bósforo descubrió un lugar fantástico para establecer su nueva patria: la desembocadura del Cuerno de Oro y el estrecho en el Mar de Mármara. Los “ciegos” –pensó Byzas– debían ser aquellos que, sin ver la maravilla que les ofrecía la naturaleza, habían fundado en la orilla asiática la colonia de Calcedonia, hoy el moderno barrio portuario de Kadiköy.

Así se fundó Bizancio, a la que siguió la resplandeciente Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente y el Imperio Bizantino y que, tras la conquista turca de 1453, fue convertida en la sede del glorioso Imperio Otomano y rebautizada con su nombre actual: Estambul.

El amor y odio hacia esta ciudad es a partes iguales. Su tráfico infernal, su frenesí, su agobiante calor veraniego y lluvioso clima invernal enervan a los que allí habitan. Sin embargo, una simple visión del Bósforo –el estrecho que separa, dentro de la misma ciudad, Europa de Asia–, un atardecer sobre la ría del Cuerno de Oro, reconcilian a cualquiera con la que es, probablemente, una de las ciudades más extrañamente hermosas del mundo.

Capital de tres imperios, Estambul ha sido la metrópolis desde la que se han dirigido los designios de buena parte del Mediterráneo y Oriente Medio durante los dos últimos milenios.

Su antiguo esplendor sigue conservado entre las suntuosas paredes del Palacio de Topkapi (siglo XV), centro del poder otomano y trono de la familia del sultán, o en la inigualable Santa Sofía, catedral bizantina, templo musulmán y, hoy,  museo abierto a todos los públicos.

También en la majestuosidad de la Mezquita Azul, la primera en ser construida con seis minaretes en un gesto de soberbia del sultán Ahmet.

Estambul ha subyugado por ello a literatos como Gustave Flaubert, Edmundo de Amicis, Pierre Loti, Umberto Eco o, incluso, Agatha Christie. Y, por supuesto, a su ya famoso Premio Nobel, Orhan Pamuk. Pero la Ciudad del Bósforo también ha sido musa de las letras hispanas, empezando por la Canción del pirata del poeta español José de Espronceda. Vicente Blasco Ibáñez la retrató a principios del siglo XX,  y décadas más tarde hicieron lo propio el argentino Jorge Luis Borges y el español Juan Goytisolo y ambientaron alguna de sus novelas en Estambul el chileno Luis Sepúlveda y el colombiano Álvaro Mutis.

 Estambul es la capital cultural y económica de Turquía. Aunque las decisiones se tomen en Ankara, la otra política –la de los debates intelectuales y los medios de comunicación– es patrimonio del ágora estambulí. Y es, además, una ciudad que nunca duerme: sus terrazas a pie de calle, discotecas sobre los tejados, conciertos en los más variados lugares, ofrecen un “chute” de adrenalina a todo el que la habita y la visita.

La moderna Estambul es una megalópolis de entre 12 y 15 millones de habitantes. En las décadas de 1950 y 1960, los habitantes de las lejanas zonas rurales llegaron en tropel atraídos por el rumor de que “hasta las calles de Estambul estaban empedradas de oro”.

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