Las lágrimas dulces DE JUAN BOSCH

Las lágrimas dulces DE JUAN BOSCH

Desconocíamos la existencia de aquella hermosa Criolla de Juan Bosch, cuando en ocasión de una visita casual a la publicitaria Young and Rubicam Damaris, mi admirado y afectuoso amigo Euclides Gutiérrez, que a la sazón tenía su Oficina de Abogados justamente al lado de esta Agencia en El Conde con 19 de Marzo, luego de saludos y de amena conversación con el gracejo peculiar y la siempre amena sobreabundancia de sus coloquios, se roba mi sosiego cuando me entera de la existencia de una Criolla escrita por Juan Bosch. ¿Una criolla de Don Juan y dónde está? Con heroica tranquilidad, del bolsillo izquierdo de su camisa clara, extrajo una pequeña y cotidiana libretita negra, desprendió de ella una paginilla desdentada y noticioso inconsciente de lo que buscaba, me entregó el tesoro de aquellos versos con alas y retazos de angustia. Leo un instante. La realidad desarma mis pretensiones atrevidas de cantor de la época. Bosch era un proscrito; en ese momento es “mala-palabra”. No es realmente la “Criolla” lo que nos importa, y en esa misma tesitura es que siempre he sentido aquel legado comprometido que me confía el amigo. Tanto para Euclides como para mí, lo importante era Juan Bosch y su decencia histórica de prócer, su nombre injustamente proscrito y su historia trunca y amargada, sin que importara crucificar un pueblo, el destino y las esperanzas ensangrentadas de una nación entera hacia el futuro. Casi maquinalmente le pregunto ¿Y la música, dónde está? “La música es del papá de Cabito, llámate a Cabito”, me responde. Llamé a Bonaparte Gautreaux, al periódico el Nacional. Nos conocíamos desde las épocas turbulentas de la Revolución de Abril, que luegoalimentamosen las etapas cavernarias de los 12 Años. Recuerdo una particular ocasión en que me marché intempestivamente de casa del Presidente Balaguer, indignado y sin despedirme, sin excusas y sin cantar, como era nuestro compromiso, en ocasión en que se nos invitara a actuar allí en una Noche de Fiesta. Se nos abandonó en una habitación solitaria desde las 5 de la tarde, hora en que se nos había citado, sin siquiera probarun minúsculosorbo de atención ni consideraciones, hasta derrumbar de indignación paciente las 9 paredes aisladasde la juerga ajena, mi auto-respeto y mis principios. Sabedor de los riesgos que podía significar mi “irrespetuosa” y desafiante actitud, fui esa noche directamente a casa de “Cabito”, para que estuviera edificado… si es que me sucediera algo. Hasta ese punto llegaba nuestra amistad y confianza.
Bonaparte, quien fuera músico de banda en sus años juveniles en su pueblo natal, me toco dos veces, en su viejo saxofón aventurero, aquella melodía que tejiera su padre don Julio Gautreau, desde los tiempos en que la dignidad y la hombría le llevaran hasta una celda, donde el destino parece preferir guardar solo verdaderos hombres: Torre lúgubre de Ozama que incubara odios y tragedias, de aquel Nicolás de Ovando de pesadillas históricas, matanzas viciosas en Jaragua y ahorcamientos monstruosos de una Anacaona aborigen de pureza divina y el digno y heroico Cotubanamá de leyenda, frente a los poéticos laureles y “Palacetes” de “Esquizofrénicos” del legendario Parque Colón de hoy. Pasé por teléfono la melodía al maestro Jorge Taveras y al siguiente día, en la prestidigitación entusiasmada y ajena de la Televisión, estaban crepitando llameantes y para siempre, como en flameante hoguera virgen y eterna, aquellos sueños sobresaltados entre barrotes aprisionados, aquel más que canto, grito angustiado de libertad y rabia mansa. Magia de vida con destino, que llamaran entonces con tristeza en su queja carcelaria: “Anhelos”, y que alguien, osada, irrespetuosamente si se quiere, se atreviera a vestir con plumaje de blancura y esperanza, nubes encanecidas desde el principio del tiempo yaletear de cielos infinitos, aquel horizonte de libérrimas estrofas aladas y vibrantes, sus rimas de esperanzas rompientes sollozando sobre acantilados abismales, desafiando un cadalso de silencios entre las furias cavernarias de un trujillato despiadado, feroz. Le llamamos, como debió llamarse desde el principio, serenamente: “La Gaviota”.
Juan Bosch nos había narrado, personalmente, años atrás, mientras hacíamos tiempo para una entrevista en el programa “Señor Sábado” del canal 7 de Televisión, del que fungíamos como Maestro de Ceremonias, aquel instante de fantasía y elevación insólita. Solo un ser predestinadopudo haber transmutado aquel instante, extender sus alas libres y volar,por encima de aquella irrealidad tenebrosa de tanobscura fatalidad humillante y trágica, y transformar, sublimada, la adversidad en su favor. Sus palabras retumban pausadas y serenas en mis recuerdos, como debe haber tronado el verso entre paredes asombradas, antesalas arañadas de cadalsos, acostumbradas al llanto, la rabia,el coraje, la humillación… la sangre… la agonía… la tragedia: –“Sucedió en la Torre del Homenaje. Estábamos encarcelados. Me acerque a los barrotes del ventanal y contemplé el mar inmenso, las gaviotas volar sobre los acantilados, las matas de uvas de playa y un pedazo triste de ciudad cansada, humillada”. Tome un trozo de papel de traza de la funda en que me habían traído de comer y un cabito de lápiz… y comencé a escribir. Cuando terminé le dije a don Julio Gautreau, que estaba preso conmigo en la misma celda: “Julito, toma, ponle música a eso”–. Es obvio que Bosch no puso el título de “Anhelos”, el sentido común nos lleva a entender que el titulo surge posterior al encarcelamiento de don Julio Gautreau, cuando éste fuera puesto en libertad y pudo posar su paz interior, su tranquilidad atropellada,alcanzar la elevación espiritual suficiente y el instrumento a mano, para despertar la inspiración y cumplir con aquel compromiso que convierte el momento en historia.
Antes que yo otras voces la enseñorearon y la cantaron. Pero con humildad sencilla, sin estridencias ni vanidades, agradezco a Euclides y al “Caballero”, quien determina todo desde arriba, que el hilo largo y sublime del tiempo guardara su elocuencia, desde que Don Julio vistiera de luces su alma y con su guitarra consagrara aquellos versos nacidos entre las piedras ensangrentadas de un abismo tenebroso sin nombre, donde pocos sobrevivían a su tragedia, hasta el momento en que renació porque todos quisimos cantarla. Desde mis años de madrugadas, serenatas y amigos inolvidables que aun llevo sembrados en el alma, hasta un Miss Universo de fantasía, Festivales gloriosos o Primaveras felices para el Mundo que soñamos, siempre será para mí, más valioso y elocuente que el premio vanidoso del aplauso frívolo o los glamorosos Casandras, el recuerdo imborrable de que, más de una vez, al volver la cara hacia Bosch, después de cantar su “Gaviota”, detrás de su sonrisa afectuosa y agradecida, su rostro anciano y generoso, estaba bañado en lágrimas… Nadie… merece tanto.

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