Las lecciones de Argentina

Las lecciones de Argentina

El colapso de Argentina incitó la falta de pago más grande de la historia. Los expertos están de acuerdo en que este es sólo el último de una serie de salvamentos encabezados por el FMI que despilfarraron miles de millones de dólares y no lograron salvar a las economías que suponían ayudar. La naturaleza de esa falla, sin embargo, es todavía disputada. Algunos argumentan que el FMI fue demasiado indulgente; otros, que fue demasiado severo.

Aquellos que culpan al FMI ven el problema como autoinflingido por un gasto libertino y corrupto por parte de Argentina. Los intentos por reasignar la culpa no son razonables: uno puede entender la falta de pago como consecuencia de los errores económicos hechos durante toda una década. Entender qué fue lo que salió mal nos brinda importantes lecciones para el futuro.

Los problemas empezaron con la hiperinflación de la década de 1980. Para reducir la inflación, hacía falta cambiar las expectativas; «anclar» la moneda al dólar suponía lograr eso. Esto fue un retorno a una variante del viejo argumento del patrón oro. Si la inflación continuaba, la tasa de cambio real del país se apreciaría, la demanda de sus exportaciones caería, el desempleo se incrementaría y eso condensaría las presiones salariales y de precios. Los participantes del mercado, sabiendo eso, se darían cuenta de que la inflación no sería admitida. Siempre y cuando el compromiso con el sistema cambiario permaneciera creíble, lo sería también el compromiso por detener la inflación.

Si las expectativas inflacionarias eran cambiadas, podría lograrse reducir la inflación sin el costoso desempleo. Esta prescripción funcionó durante un tiempo en algunos países, pero era riesgosa, como lo mostraría Argentina.

El FMI fomentó el uso de este sistema cambiario. Ahora son menos entusiastas, aunque es Argentina, no el FMI, quien está pagando el precio. La indexación redujo la inflación; no promovió un crecimiento sostenido. Argentina debió ser alentada a establecer un sistema cambiario más flexible o, por lo menos, una tasa de cambio que reflejara más los patrones de comercio del país.

También hubo otros errores en el programa de «reforma» de Argentina. Se alabó a Argentina por permitir que los bancos fueran en gran parte propiedad de extranjeros. Por un tiempo esto creó un aparentemente más estable sistema bancario, pero este sistema no le prestó dinero a las compañías de pequeño y mediano tamaño. Después del ímpetu de crecimiento que llegó con el fin de la hiperinflación, el crecimiento se redujo, en parte porque las empresas en el país no pudieron obtener un financiamiento adecuado. El gobierno de Argentina reconoció el problema, pero fue golpeado por numerosos contratiempos fuera de su control antes de que pudiera hacer algo al respecto.

La crisis de Asia del Este en 1997 le suministró el primer golpe. En parte debido al mal manejo del FMI, aquella se volvió una crisis financiera global, incrementando las tasas de interés para todos los mercados emergentes, incluyendo Argentina. El sistema cambiario de Argentina sobrevivió, pero a un precio muy alto: la aparición de un desempleo de dos dígitos.

Pronto, las altas tasas de interés tensaron el presupuesto del país. Pero aún así, la relación deuda PIB de Argentina incluso conforme empezó a colapsarse permaneció en un nivel moderado, cerca de 45%, más baja que la de Japón. Pero con tasas de interés de 20%, 9% del PIB del país sería gastado anualmente para financiar la deuda. El gobierno buscó la austeridad fiscal, pero no lo suficiente para compensar los caprichos del mercado.

La crisis financiera global que se dió después de la crisis de Asia del Este dió inicio a una serie de grandes ajustes en las tasas de cambio. El valor del dólar, al que estaba atado el peso argentino, se incrementó fuertemente. Entre tanto, el vecino de Argentina y socio comercial del Mercosur, Brasil, vió su moneda depreciarse; algunos dicen que fue significativamente subvaluada. Los salarios y los precios cayeron, pero no lo suficiente para permitir que Argentina compitiera de manera efectiva, en especial porque muchos de los bienes agrícolas que constituyen las ventajas comparativas naturales de Argentina se enfrentan a difíciles barreras para entrar a los mercados de países ricos.

Con trabajos se había el mundo recuperado de la crisis financiera de 1997 1998 cuando se deslizó hasta la deceleración global del 2000/2001, empeorando la situación de Argentina. Aquí fue en donde el FMI cometió el error fatal. Apoyó una política fiscal contractiva, el mismo error que cometió en Asia del Este, y con las mismas desastrosas consecuencias.

La austeridad fiscal suponía restaurar la confianza. Pero las cifras del programa del FMI eran ficticias; cualquier economista podía haber predicho que las políticas contractivas incitan la recesión y que los objetivos presupuestales no serían logrados. No hace falta decir que el programa del FMI no satisfizo sus compromisos. Rara vez se recupera la confianza cuando una economía cae en una profunda recesión y en el desempleo de dos dígitos.

Quizá un dictador militar, como Pinochet en Chile, podría suprimir los disturbios sociales y políticos que surgen en tales condiciones. Pero en la democracia argentina eso fue imposible. En varias visitas a Argentina, me sorprendí del largo tiempo que llevaban los argentinos sufriendo; para mí, que los alborotos callejeros hayan destituido al presidente de Argentina no es tan sorprendente como que los disturbios hayan tomado tanto tiempo en manifestarse.

Hay siete lecciones que deben ser ahora mensionadas:

1. En un mundo de tasas cambiarias volátiles, fijar una moneda a otra como el dólar es muy riesgoso. Hace años que se debía haber aconsejado a Argentina que dejara su sistema cambiario.

2. La globalización expone a un país a enormes sacudidas. Las naciones deben enfrentarse a esas sacudidas. Los ajustes de las tasas de cambio son parte del mecanismo de asimilación.

3. Ignorar los contextos social y político es en riesgo propio. Cualquier gobierno que aplica políticas que dejan a grandes facciones de la población desempleada o subempleada, no está cumpliendo su misión primaria.

4. Enfocarse exclusivamente en la inflación sin prestar atención al desempleo o al crecimiento es riesgoso.

5. Para tener crecimiento se requiere de instituciones financieras que brinden créditos a las firmas domésticas. Vender los bancos a extranjeros, sin crear las salvaguardas apropiadas, puede impedir el crecimiento y la estabilidad.

6. Uno en rara ocasión restablece la fortaleza o la confianza económica con políticas que forzan a una economía a una profunda recesión. El FMI sufre de su mayor culpabilidad por insistir en políticas contractivas.

7. Hacen falta mejores métodos para enfrentar situaciones relacionadas con Argentina. Ese fue mi argumento durante la crisis de Asia del Este; el FMI argumentó en mi contra, prefiriendo su estrategia de gran salvamento. Ahora el FMI reconoce tardíamente que debería explorar las alternativas.

El FMI trabajará duro para reasignar la culpa; habrá alegaciones relacionadas con la corrupción o se dirá que Argentina no tomó medidas necesarias. Claro, el país necesitaba llevar a cabo otras reformas, pero seguir el consejo del FMI en cuanto a aplicar políticas contractivas sólo empeoró las cosas. La crisis de Argentina debería recordarnos de la apremiante necesidad de reformar el sistema financiero global, y una profunda reforma del FMI es con lo que debemos empezar.

Publicado en Enero del 2002

Joseph Stiglitz, profesor de economía en la Universidad de Columbia, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del expresidente estadounidense William J. Clinton, así como Economista en Jefe y Vicepresidente Senior del Banco Mundial.

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