Las maestrías

Las maestrías

Todo lo que signifique estudios de cuarto nivel, es decir, superiores a la licenciatura, constituye una garantía de mayores conocimientos y consolidación de la formación intelectual del profesional.

Pero ante la proliferación de maestrías en las distintas facultades de las universidades, a veces sin tomar los controles correspondientes en los módulos que se enseñan, podría llevar a muchos a la conclusión de que, más que ofertas académicas que procuran mejorar la calidad en egresados de diversas áreas científicas, estamos en presencia de una nueva modalidad lucrativa implementada por centros de altos estudios.

Bajo ninguna forma estoy sugiriendo que los cursos de maestrías se ofrezcan de forma gratuita, porque ni siquiera la universidad del Estado puede absorber sus costos, pero es altamente preocupante que haya tanta gente en la calle y en las universidades diciendo que tiene «maestría» sin contar con la debida formación académica.

No se justifica, por ejemplo, que todo el que cursa una maestría al cabo de dos años, que es el tiempo que conlleva la misma, obtenga el grado así por así, porque nadie se quema. No he conocido el primero que haya reprobado. Y peor aún: «a veces el más malo saca la mejor nota».

Eso, sencillamente, no debía de ocurrir. Se supone que los docentes que imparten los módulos debían registrar notas sobre las áreas entregadas, trabajos investigativos, informes de lectura, exámenes parciales y examen final. Y si se hace una evaluación rigurosa sobre estas variables no es verdad que promoverían todos. Sólo debían pasar aquellos alumnos aprovechados.

Conozco a muchos jóvenes con maestrías que tienen una ortografía deficiente, que gramaticalmente construyen de forma defectuosa, violentando la concordancia (en accidentes gramaticales como género y número), usan incorrectamente los signos de puntuación y acentúan viciosamente.

Las maestrías -sin generalizar facultades ni universidades- en la forma en que se vienen ofreciendo podrían caer en el descrédito. Y lo penoso del caso es que muchos «maestros» caen en una especie de «narcicismo intelectual», es decir, que intelectualmente se gustan ellos mismos y no desaprovechan escenarios, sin venir al caso, para hablar de sus cursos realizados y sus extensos currículos.

Esas maestrías en personas de cuestionable escolaridad y ante la grave crisis económica que vive el país vienen produciendo una patología psicológica digna de tomar en cuenta por los profesionales de la conducta.

Quiero observar que con este artículo no pretendo desacreditar a las maestrías que ofertan las universidades. En todo caso lo que hago es cuestionar la metodología, si es que se usa en algunos casos, de profesores que pasan a todos los estudiantes y donde el requisito principal es el pago del dinero que vale el curso. Siendo así, se trata de un negocio común y corriente.

Las maestrías que ofertan las universidades no deben ser un negocio. Y si el beneficio económico no es la finalidad principal, entonces las autoridades de esas academias tienen que exigir a los profesores la implementación de métodos evaluativos eficaces, para que de esa forma sólo obtengan el grado aquellos que exhiban la calidad académica requerida.

Sigo creyendo que los estudios de cuarto nivel son necesarios y contribuyen a la formación de un profesional más acabado. Y que de esa forma ese profesional puede ofrecer un mejor servicio a su país. Pero también sigo creyendo en la «autoformación», en la vocación investigativa de la persona, en su inquietud por la lectura en las más diversas fuentes documentales.

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