Las mentiras de la sangre

Las mentiras de la sangre

A mediados de los años setenta del pasado siglo XX mientras residía en Puerto Rico me encontré con Lorenzo Sención Silverio, autor del libro con que da título al presente artículo. Ya anclados ambos en la tierra que nos vio nacer, tuve la más reciente y grata visita del militar constitucionalista. Esta vez traía bajo el brazo el texto que dos años después vería la luz pública en un emocionante y sorprendente acto de puesta en circulación en el Archivo General de la Nación. Digo emocionante porque allí nos dimos cita viejos amigos que hacía tiempo no nos mirábamos la cara frente a frente. Lo de sorprendente se refiere a la capacidad de convocatoria, la puntualidad, la atención y la calidad de quienes expusieron y comentaron tanto acerca de la obra como de la hoja de vida del lugarteniente del coronel Rafael Fernández Domínguez, líder militar organizador de la Revolución de Abril de 1965. Cuando mi compueblano me mostró lo que llevaba escrito de su testimonio le pregunté si realmente valía la pena hacer un libro para refutar los argumentos de orden criminal que vertían las autoras de <<La verdad de la sangre>> . Imagino que impulsado por la tesis martiana de que quien calla otorga, o del postulado físico de que la acción de una fuerza se acompaña necesariamente de una reacción es por lo que decidió continuar su proyecto. Cual si se tratase de un experimentado investigador forense, el patriota militar ha recogido con una rigurosidad cronológica las coordenadas de lugar y persona que rodearon el trágico accidente en que perdió la vida el teniente Jean Awad Canaán. Dicho suceso acaeció al anochecer del día 30 de noviembre de 1960 en la carretera Sánchez, a 22 kilómetros de la ciudad de San Juan de la Maguana. La manera meticulosa y detallada en que se narran las actividades realizadas por el hoy occiso y sus tres acompañantes son una evidencia del empeño y esfuerzo desplegado para generar un documento histórico que deja bien claro los factores que coincidieron para el fatal desenlace.

Sabido es que en toda muerte violenta es de mucha importancia el análisis pormenorizado de las circunstancias que rodean la causa principal del deceso. Dada la época en que se escenificó este lamentable percance, no contamos con los hallazgos recogidos en una autopsia, ni con los estudios toxicológicos que demuestren científicamente el estado de la víctima al momento de su muerte. Tratándose de un fallecimiento rápido, el levantamiento debió contener datos relativos a la posición del cadáver dentro del vehículo, conjuntamente con el patrón de lesiones corporales que permitirían establecer fuera de toda duda médica razonable la condición de conductor del fallecido. No teniendo a mano un informe fotográfico de la escena, ni tampoco una necropsia, ni mucho menos una analítica de etanol, tenemos que basar la interpretación del caso en la recopilación de eventos circunstanciales y de testigos de primera línea.

La conclusión de este experticia por parte de la defensa es un modelo académico: <<Fue simple, el alcohol, el cansancio, la oscuridad nocturna y un camión parado, apagado, desprovisto de luces, fueron los factores que, aunados, tuvieron suficiente poder para segarle la vida al joven oficial. Si hubo un responsable de este accidente fue el propio Jean Awad Canaán, por su modo intempestivo de conducir bajo los efectos del alcohol>>.

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