Las mentiras del arroz

Las mentiras del arroz

El arroz es un producto básico de la economía  y la alimentación de los dominicanos y de cerca de dos millones de extranjeros que visitan anualmente al país como turistas y son huéspedes y usuarios de restaurantes.

La capacidad de producir con holgura  localmente este grano, y los niveles de rentabilidad de los cosecheros, reciben enormes presiones.

Esas presiones  son, mayormente; los costos del financiamiento y de los insumos (considerablemente mayores que los que rigen en otras zonas de producción en el mundo), la pobreza tecnológica de nuestros cultivadores y comercializadores, y por supuesto, el contrabando.

Aunque se entendía que el país ya ingresó con júbilo y fanfarria a la era del libre comercio con sus socios centroamericanos y estadounidenses, todavía existe una ruda frontera de permisos de importación contra productos de primera necesidad, incluyendo el arroz, que de entrar con facilidad al país contribuirían, en teoría, al abaratamiento del costo de la vida, una consecuencia imprescindible que haría justicia a la gente pobre, que es la inmensa mayoría.

Sin una apertura real de mercado, y sin una justa transferencia de los beneficios que genere la eliminación de aranceles (cosa que no ha estado ocurriendo, como muy bien denunció la Dirección General de Aduanas) la integración comercial de la República Dominicana a sus Estados vecinos es imperfecta.

– II –

Los arroceros se quejan de las importaciones ilegales a través de  esa falsedad limítrofe que llaman frontera, causa de tantos males para la República, pues la ausencia de verdaderos controles ha permitido por siempre el pase desordenado de toda cosa o gente: desde armas de fuego y drogas hasta invasores pacíficos que vienen aquí a llenar la necesidad de trabajar y ganarse el pan. Luego se acusa injustamente a los dominicanos de maltratarlos.

El país no debe seguir viviendo la mentira de creerse ya eficiente y autosuficiente en materia arrocera mientras el rendimiento por tarea de las variedades del grano en uso, las tecnologías de finca, controles de plaga y aplicación de abono y riego, y el financiamiento bancario, siguen impidiendo competir con otros países.

Tampoco se puede seguir en la mentira de crearles a los arroceros dominicanos unas expectativas  sobre volumen de la demanda y permanencia de precios si luego el mercado local queda expuesto a importaciones subrepticias y en grandes cantidades.

Esas importaciones ilegales producen, desde luego, una competencia desleal sin que el consumidor sea favorecido de manera importante y continua con el abaratamiento, pues el contrabando del cereal por excelencia de nuestras mesas es una fuente perversa de enriquecimiento regida claramente por bandas que trafican influencia para evitar, con extraordinaria rentabilidad, controles aduanales, fitosanitarios y fiscales para luego seguir vendiendo caro.

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