A esos momentos de incertidumbre, caos, de miedos apocalípticos a la llegada del fin del mundo que por momentos ha vivido la humanidad, diversas expresiones mitológicas los han llamado la aparición de la bestia, tratando de objetivar en algo la fuente de todo mal. En el presente, para la generalidad de los sistemas políticos, la corrupción y su base de sustentación y reproducción: la impunidad, se han constituido en la bestia de la sociedad moderna, corroyendo sus bases de sustentación. En el caso de nuestro país, esta bestia tiene mil cabezas, diversos entramados en todas las instancias políticas y sociales y mientras ella viva tendremos la clase política que tenemos y en el poder al partido político que más la ha alimentado y difundido.
Los escándalos de la Odebrecht, los Tucanos, la OISOE, del CEA, de Bienes Nacionales; la venta del barrio Los Tres Brazos, las sobrevaluaciones en las remodelaciones de hospitales, son los partes de los más sonados. Sin embargo, hay casos de corrupción que quizás hacen más daños al país que los citados, porque además de lo mucho que cuestan se practican como algo normal, como es caso del entramado de bocinas pagadas por el gobierno en los medios televisivos que son dirigidos por personeros que forman parte de los consejos directivos de Banreservas, de la Junta Monetaria, las EDEE, la Cancillería, etc., mientras simultáneamente desempeñan altísimos puestos en ministerios, en instituciones descentralizadas del Estado y en actividades privadas.
En una deleznable extorsión/corrupción, algunos programeros de radio y televisión cobran jugosas mordidas a determinados altos funcionarios de diversas instancias del Estado para promoverlos o para callar sus falencias y estos pagan la extorsión. Igualmente, se generaliza la práctica de corrupción de parte de asociaciones de abogados que redactan sentencias para el gobierno, por las cuales reciben escandalosas sumas de dinero que pagamos todos; aparecen consultores sicarios que, contrario a todo principio técnico y ético defienden contratos lesivos al interés nacional, como el de Punta Catalina.
Con la aquiescencia o complicidad de las direcciones partidarias, se considera normal que para aspirar a un puesto en el Congreso o en los municipios se requieran millones de pesos para invertirlos en la promoción de las candidaturas. Quienes carecen de dinero, pero no de vergüenza simplemente no aspiran. Así, la corrupción pervierte la libertad de elección y representación porque aleja a los mejores del ejercicio político o de ocupar puestos decisorios, campeando una mediocridad premiada y fomentada por una clase política generalmente corrupta o por algunos políticos que, al no enfrentarla de hecho la promueven.
La bestia de la corrupción nos lastra como sociedad, pero a diferencia de otros tiempos y de sus mil cabezas, no produce pánico sino una activa indignación; lo demuestran las potentes y sostenidas acciones de masas en las calles, las posiciones de directores de los diarios más leídos que sin medias tintas la combaten junto a equipos de los programas de radio y televisión de mayor audiencia, sin faltar jueces como Alejandro Vargas que la enfrentan.
La población recobra la iniciativa, mientras el gobierno y su presidente en su laberinto de corrupción no encuentran la salida.