Las mil y una noches de Damasco para olvidar la guerra

Las mil y una noches de Damasco para olvidar la guerra

DAMASCO. AFP. Muchos habitantes de Damasco, cuando cae la noche se esconden por miedo, pero otros salen a bailar para olvidar que la guerra está a las puertas de la ciudad y que cualquiera puede ser la próxima víctima. 

Las bombas caen en posiciones rebeldes en suburbios de la capital siria, pero en una discoteca del cercano barrio de Chaalane, jóvenes bailan al ritmo de melodías árabes y occidentales mientras el barman agita cócteles y sirve tragos.

 «Vengo aquí para cambiar de aire», dice Mohamed, un vendedor de carros de 25 años, que visiblemente ya se ha tomado un par de copas. «Aquí hay alegría. Y yo quiero vivir, y ya no oír tantas malas noticias», agrega.  

En la pista de baile, los clientes danzan al son de una canción popular entre los partidarios del presidente Bashar al Asad.  

«No me preguntes cómo o por qué, es el ejército que nos protege», dice la letra, que agrega: «Tu y yo saludamos al general Maher», en referencia al hermano del presidente sirio. 

 Maher, que en realidad es coronel, dirige la cuarta división del ejército de élite sirio, que está a cargo de Damasco y de su periferia.  

«Todos nos vamos a morir un día, pero el pueblo sirio ama la vida y lo más importante es ser feliz», asegura Mudy al Arabi, un cantante de rap de 22 años, que interpreta en la discoteca sus canciones que están llenas de nostalgia por el Damasco de antes del conflicto.

«Si Estados Unidos nos ataca, estoy confiado que nuestro ejército nos defenderá», agrega el músico, que regresó hace dos meses a Damasco, tras vivir dos años en Marruecos.  

«Cada uno viene aquí con amigos, o con su novia, para olvidar la rutina de la semana», agrega Mudy, que forma parte de un grupo de rap llamado «Damasco la capital».

Evacuar la energía negativa. «Permanecemos abiertos hasta las dos de la mañana. Nos va bien», confía Bashar, el administrador del cabaret.  

«Pero por favor no menciones el nombre de la discoteca porque tengo miedo que nos ataquen, con el pretexto de que no hay que divertirse cuando hay tanta gente muriendo», implora Bashar, de 29 años.  

Su discoteca es una de una docena aún abierta en Damasco desde que estalló, hace dos años y medio, el conflicto, que según el Observatorio sirio de Derechos Humanos ha dejado ya más de 110.000 muertos.  

Pese a los muertos, los bombardeos de aviones y el estrépito de los cañones, Yara, de 22 años, recorre 25 kilómetros dos veces por semana para ir a tomar cursos de salsa, merengue, chachachá y tango en un centro cultural en el barrio de Malki.

 «Aquí me siento diferente, feliz. Todos nos hemos hecho amigos», cuenta la joven que tiene un diploma de economía.  

«Bailamos para evacuar nuestra energía negativa», señala Fadi, de 30 años.  

En un hotel de Damasco, unos 200 aficionados de la salsa se reúnen los jueves, el comienzo del fin de semana sirio, para bailar al son de ritmos latinos.

 «Antes de la guerra, los sirios no éramos tan activos. Ahora hemos comprendido que la vida es breve y que hay que aprovecharla», subraya Mayss, de 28 años.   Mientras, en el viejo Damasco, la sala de karaoké del hotel Baik Bash reúne a los amantes de la música árabe, y sobre todo siria. 

«La situación es mala y venimos aquí a cambiarnos las ideas», explica Sabah Fakri, una ama de casa con la cabeza cubierta de un pañuelo blanco, antes de lanzarse a bailar la danza del vientre.

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