Las minas de palabras

Las minas de palabras

Con motivo del aniversario de la muerte de Cervantes han salido a relucir asuntos viejísimos que, como dirían los periodistas, “conservan permanente actualidad”. Lo primero es la eterna y enconada lucha invisible entre el Quijote y Sancho que todos llevamos dentro. Decir: el sueño ensancha y la realidad achica, sería síntesis de las truculentas aventuras del caballero andante y su escudero. Cervantes no tuvo más remedio que permitir que don Quijote regresara a casa, a morir en su cama, rodeado de parientes y algunos servidores domésticos. Aunque para ello necesitara que el bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, derrotara al soñador personaje manchego.
A todos nos gustaría “enderezar entuertos”, salvar damas en apuros, liberar hombres de los dientes de las injusticias: políticas, laborales, familiares, de clase. A eso nos inclina el anchuroso ideal quijotesco, mucho más hermoso que la contaminada realidad que nos circunda; pero el Sancho práctico, que habita en zonas prudentes y cobardes de nuestro corazón, se opone a que nos arriesguemos en aventuras tormentosas que nos podrían dejarnos “molidos a palos”. Muchas protestas y denuncias de los tiempos que corren, terminan con gases lacrimógenos y garrotazos de la policía. Cervantes pinta, con pelos y señales, la sociedad de su época: frailes, nobles señores, ricos y pobres, débiles y poderosos.
La enseñanza cervantina va siempre de soslayo, por caminos irónicos, si trata de asuntos colectivos. Las cuestiones personales se atreve a tratarlas de modo más directo. Al final del prólogo a sus “Novelas ejemplares”, se burla un poco de los posibles críticos de la literatura, a quienes llama “sotiles y almidonados”. Su experiencia con patrocinadores y mecenas fue francamente desastrosa. Los escritores de hoy deberían recordar a menudo “el caso Cervantes”… y mirarse en ese espejo.
No hay modo de que un buen escritor pueda eludir sufrimientos e incomprensiones. Cervantes ya está “aprisionado” en la lengua española, en las palabras que heredamos de los conquistadores. Neruda escribió que los españoles se llevaron el oro de las minas, pero nos dejaron el tesoro de la lengua. ¿Salimos perdiendo o ganando? Dice: “a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras….”.

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