América del Sur es atravesada Sur – Norte por la Cordillera Andina y las poblaciones indígenas aprendieron a cultivar en sus alturas y a comercializar en sus valles longitudinales, adaptándose a lo largo de esa Cordillera, a todos los climas y tipos de vegetación contrario a los conquistadores que rompieron esa relación sociedad-naturaleza.
Sin embargo, el reconocimiento universal de la importancia de las montañas es reciente. A partir de 1930, el estudio científico de las montañas – sobre todo en Francia, Alemania y la Unión Soviética – reconoció cada vez más las relaciones de los ecosistemas montañosos entre sí y con sus habitantes. Esta evolución se concretizó en 1973, cuando se aprobó el Proyecto 6 del Programa de la UNESCO sobre el Hombre y la Biosfera (MAB) relativo al «Impacto de las actividades humanas sobre los ecosistemas de montaña y de tundra».
Los valles son fértiles por ser lugares protegidos entre montañas y esos beneficios son pedológicos, edáficos, agrícolas, climatológicos, hidrológicos y por último, socio-económicos. Todas esas atribuciones provienen de las zonas de montañas que los rodean: sus bosques atrapan y almacenan el agua en el manto freático y forman los ríos y arroyos que corren hacia las zonas bajas, sus bosques, por sus raíces evitan la erosión y derrumbes de sus laderas (evitando las cárcavas y surcos) permiten la retención del agua, producen temperaturas templadas y la formación de suelos que beneficiarán también a los valles. Sin estas relaciones, verticales -montañas-valles- no pueden existir los valles porque estos, a su vez, tienen ríos y afluentes que inundan y abonan sus tierras llanas, forman suelos fértiles protegidos por las laderas de las montañas, facilitan la irrigación y el almacenamiento permitiendo las actividades agrícolas y los asentamientos humanos y su supervivencia: Las Matas de Farfán (1664) San Juan de la Maguana (refundada en 1691) Dajabón (1740) y Neiba (1735) son ejemplos.
Se debe tener claro que todo lo que se produce en un valle es producto de la zona montañosa y toda acción humana en una zona montañosa tiene impactos ecológicos, sociales, económicos y culturales en las zonas bajas, llamadas valles. Eso lo entendieron todas las poblaciones indígenas, pre-colombinas de nuestra América del Sur y hoy, todos nosotros debemos rescatar esa lógica y cosmovisión para entender que una carretera Sur-Cibao trastornará esas relaciones. ¿Es eso lo que se quiere?