Las mujeres latinoamericanas se han convertido en un motor de cambio para sus países: más de 70 millones se unieron a la fuerza laboral en los últimos años. Buena parte del incremento en la participación laboral femenina de los últimos 20 años se puede atribuir a más educación y al hecho de que las mujeres forman familias más tarde y tienen menos niños.
La educación y el empoderamiento económico están estrechamente vinculados. Al respaldar la educación de las mujeres, tanto jóvenes como adultas, América Latina ha logrado cerrar la brecha educativa. De hecho, en la actualidad, en muchos países hay más mujeres que hombres recibiendo educación.
Los ingresos de las mujeres contribuyeron cerca de un 30 por ciento a la reducción de la pobreza extrema y la desigualdad que experimentó la región entre 2000 y 2010. Las mujeres juegan un papel vital como motor del crecimiento necesario para acabar con la pobreza extrema y construir sociedades con capacidad de recuperación.
Para que América Latina haga la transición de una región de ingreso medio a una de ingreso alto, los hombres y las mujeres necesitan ampliar los límites en cuanto a la igualdad de oportunidades. Pero para llegar a eso hace falta resolver tres temas muy importantes.
En primer lugar, el número de mujeres que se embarazan en la adolescencia o que están expuestas a la violencia sigue siendo elevado: cerca de una de cada tres latinoamericanas han experimentado algún tipo de acto violento por parte de su pareja. Resolver el problema de la violencia doméstica es vital, no sólo por el costo para las personas, sino también por el significativo impacto que tiene en las familias, las comunidades y las economías. Chile pierde hasta un 2 por ciento de su PIB y Brasil un 1,2 por ciento debido al descenso en la productividad atribuible a la violencia de género.
Se requieren iniciativas innovadoras que marquen la diferencia. En Perú, por ejemplo, la violencia contra las mujeres o las jóvenes se redujo en un 9 por ciento gracias a un programa de transferencia condicionada en efectivo a las madres. La explicación es que al darles el dinero, estas mujeres tienen un mayor control de sus vidas y son menos vulnerables ante los hombres.
En Río, el Banco Mundial está trabajando junto al gobierno para modernizar el sistema de transporte urbano y hacerlo más seguro para las mujeres mediante mejoras en la iluminación, baños para mujeres en todas las estaciones de Metro y la provisión de servicios como estaciones de policía femenina, clínicas femeninas y juzgados de familia en algunas de las terminales principales. Una iniciativa de transporte similar se está llevando a cabo en Ecuador.
Aunque la mayoría de los países cuentan con leyes que penalizan la violencia de género, se necesitan más acciones para aplicar estas leyes. Esto es cierto en países fuera de Latinoamérica.
En segundo lugar, en toda la región las mujeres y las niñas no tienen las mismas oportunidades, y como sucede en otras partes del mundo, luchan para tomar decisiones sobre su propia vida. Desde la niña boliviana que habla quechua y se esfuerza por terminar la escuela secundaria, o la madre pobre que vive en una barriada de Lima y no puede pagar una buena atención médica, hasta la joven trabajadora en Río que intenta competir en igualdad de condiciones por un empleo mejor pagado, sigue existiendo una gran brecha.
A pesar de obtener mejores títulos, las mujeres en Brasil, Chile, México y Perú ganan mucho menos que los hombres, especialmente en las profesiones más exigentes, donde la diferencia se está ampliando.
Más de un tercio de las mujeres jóvenes en países en desarrollo están desempleadas, y muchas de ellas son disuadidas de iniciar sus propios negocios o no tienen acceso a los recursos financieros para hacerlo. En Colombia, más de 1,300 mujeres de las regiones de mayor violencia están recibiendo capacitación y apoyo para comenzar pequeñas empresas.
Finalmente, los modelos de liderazgo y las figuras a seguir pueden marcar la diferencia. La región ostenta una cifra récord de mujeres jefes de Estado, y tiene el segundo mayor número de legisladoras con un 26 por ciento. En Brasil, el Banco Mundial está trabajando estrechamente junto al grupo parlamentario femenino para ayudar a las mujeres a participar de forma más activa en la política.
Este tipo de avances no sólo brindará mayor diversidad y diferentes experiencias al diseño de políticas, también es un éxito personal con el que me puedo identificar muy bien.
Recuerdo la primera reunión con mi equipo de gestión luego de convertirme en ministra de Economía de Indonesia. Era la persona más joven y la primera mujer en ese puesto. Todos los demás en la sala de reunión eran hombres. Entonces supe que tenía que esforzarme más que cualquier hombre para probarles que podía hacer ese trabajo. Estoy segura que muchas de las mujeres latinoamericanas que rompieron barreras tuvieron experiencias similares.
Ningún país puede alcanzar su potencial hasta que todos sus habitantes puedan hacerlo individualmente. América Latina tiene muy buenas lecciones para compartir sobre más igualdad para mujeres y niñas y debería aprovechar este impulso para cerrar la brecha que aún queda. La región tiene a los hombres, y ciertamente a las mujeres, para hacer este trabajo.
La autora es directora gerente y oficial principal de Operaciones, Banco Mundial.