Las mujeres no envejecemos solas

Las mujeres no envejecemos solas

POR SONIA VARGAS
Buscando textos literatos que alimenten una charla sobre la vejez, volví a estas diez últimas páginas de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. Las releí con el deleite que produce el reencuentro con esos libros que nunca nos dejarán indiferentes, pues sus palabras escritas parecen adaptarse a los vaivenes de nuestros recorridos vitales.

Y ahí estaban este par de viejos que, después de 53 años, siete meses y once días con sus noches, hacen por fin el amor, descubriendo los dos que este encuentro es mucho más que un acto biológico de penetración.

Juntos lo intuyeron cuando, ante la placidez dormida e inerme del bajo vientre de Florentino, tuvieron que inventar nuevos rituales de ahora ayudados por la embriaguez del anís y una inspiración que finalmente llegó sin que la buscaran. Florentino Ariza y Fermina Daza nos dan una lección de humanismo, una prueba de nuestra humanización, una prueba irrefutable de que nos hemos alejado definitivamente del macho y de la hembra que solo pueden obedecer a determinismos biológicos en el único contexto de la reproducción.

Amar y desear a los 50, 60, 70 y 80 años es la victoria de lo simbólico, de lo imaginario y del erotismo sobre la triste cópula de los animales, y de algunos otros patéticos animales de la especie humana. Por supuesto sé que para vivir el amor después de los 60 es necesario decir adiós a los estereotipos culturales que constituyen a menudo nuestras propias ataduras. Para nosotros es probablemente necesario.

A veces, nosotras mismas nos miramos y no lo creemos. Y los que no lo creen son ante todo los hombres, nuestros compañeros generacionales, quienes a veces, torpemente, llegan a imaginar que las mujeres envejecemos solas, mientras ellos se conservan eternamente jóvenes. Si supieran a veces cómo, ante nuestras miradas tiernas y compasivas, adivinamos la inmensa fragilidad de esa altivez erguida exhibida como un trofeo de guerra para un combate vano y siempre solitario.

De verdad creo que, hoy por hoy, es más difícil para ellos acomodarse a la andropausia que para nosotras a la menopausia, pues la cultura es también exigente con los hombres que entran en esta etapa de la vejez. Al mismo Florentino le tocó pelear contra aquella imagen cultural que impone a los hombres el poder sexual como garante de la seducción.

Al principio, avergonzado y furioso consigo mismo, quiso buscar un motivo para culparla a ella de su fracaso.

Sin embargo, más tarde y con la complicidad de un encuentro que sabían más allá de los límites impuestos por la triste gramática del amor, inventaron una semántica vieja de cinco décadas de un deseo contenido.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas