Las mujeres se miran las piernas

Las mujeres se miran las piernas

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Querida Panonia: ha sido sorprendente para mí leer, en una notaria de Santiago de Cuba, un escrito de cierta mujer que atribuye al ruido que producen los grillos la facultad de inducir el sueño. ¡Un ruido que hace dormir! Ella lo descubrió en la Sierra Maestra mientras huía de la persecución política. Tú y yo habíamos hablado de este asunto en Budapest a propósito de cigarras y sapos de las Antillas. Los ruidos de algunos insectos tienen un ritmo capaz de adormilarnos. La monotonía y la repetición acaban por vencernos. Al leer esto quedé anclado en Budapest; me zumbaron en el cerebro tus argumentos risueños; hasta sentí el olor del vino que ambos bebíamos en Hungría. ¡Aquí todo es diferente! Santiago de Cuba es una ciudad fea y pobre, llena de cuestas absurdas; las calles son gibas de dromedario esparcidas en el pueblo por urbanistas atolondrados. Hay en esta ciudad espectáculos musicales extraordinarios. La música popular es graciosa, chocante, sensual; también se toca el clarinete de un modo particular que no es posible oír en Praga o en Budapest. El día que llegué a La Habana fui a visitar las oficinas de la Unidad donde iba a trabajar; encontré en la mesa del recibidor una revista dedicada a la música folclórica. La «presentación» de la revista era una nota escrita por el ensayista y novelista Eliseo Alberto. Recuerdo de esa introducción una frase: «Los puentes colgantes de la poesía siempre resultan mas sólidos que los andamios de la política odiosa».

Es una sentencia de construcción antinómica, colocada por mitades sobre una balanza de platero. El autor nos dice que la poesía tal vez parezca tan aérea e inestable como un puente colgante; pero podría ser más resistente y duradera que los andamios levantados por los gobernantes. Esa frase simple, hecha de comparaciones directas, me inclinó a leer una antología de poetas de Santiago de Cuba. Así tuve acceso a formas extrañas de arte, completamente desconocidas por los europeos. Se que no te burlarás de mi después de haber atendido mis explicaciones. ¿Has oído hablar de Haití? Con toda seguridad sabes que allí tuvo lugar, a comienzos del siglo XIX, una rebelión de esclavos africanos. Haití es hoy una república dirigida por gobiernos dictatoriales. Desde los primeros tiempos de la revolución los viejos esclavos de los franceses procedieron a esclavizarse entre ellos mismos. A causa de esta situación y de otros problemas, demográficos y ecológicos, algunos haitianos emigran a Santiago de Cuba. Ese es el caso de Efraín Nadereau, nacido en Haití y declarado en la oficialía civil de Santiago. Es un notable poeta negro de Santiago de Cuba, licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas.

Nadereau escribió un poema a su mujer: «tu triunfo es no ser excepcional / sino naufragar entre millones de rostros»/. Describía de este modo a su compañera negra: «tu corazón / sencillo y brusco como un puño / de muchos regazos»./ Finalmente, le dice: «Gracias / por enseñarme / que la muerte puede ser / una rarísima palabra.»/ Durante mis primeros meses de trabajo en La Habana visitaba una cafetería, próxima a la Unidad de Investigación, en la cual se reunían otros investigadores y algunos empleados. Allí escuchaba chismes, expresiones típicas de Cuba, opiniones acerca de las mujeres que entraban a la hora de almuerzo. Un homosexual muy atento es camarero en esa cafetería. Uno de los parroquianos dijo en una ocasión, en voz alta, «esa mujer que acaba de salir está «cuerpeando». Al día siguiente pregunté por el significado de las palabras «cuerpear» y «desconchinflar», que no aparecían en ningún diccionario. Azuceno se acercó a la mesa y nos dijo: si señores, las mujeres cubanas «cuerpean» mucho; muestran el cuerpo de diversos modos: de manera discreta y comedida o en forma procaz y vulgar. Las mujeres de La Habana se miran las piernas y las rodillas al sentarse en una silla; al andar levantan el busto; si ocupan un taburete de la barra se estiran las faldas para que resalten las nalgas. Aunque den la espalda están «cuerpeando» ante los clientes que ocupan las mesas. Sería justo decir que «enseñan la cola».

Azuceno asegura que una mujer «cuerpera», de las que saben caminar con garbo y sentarse con encanto, puede «desconchinflar» el cerebro a cualquier varón que se descuide. En Cuba existen mujeres mulatas cuyo tipo se repite como si fuera producido por un troquel. Así, la mujer del poeta Nadereau: «tu triunfo en no ser excepcional / sino naufragar entre millones de rostros». De esa mujer el poeta dice: «tu corazón / sencillo y brusco como un puño / de muchos regazos»./ No comprendo todavía como puede haber un corazón sencillo y brusco, un puño de muchos regazos. Sin embargo, siento que Nadereau pega en la diana, que acierta en la emoción y en el concepto.

Estas mujeres, Panonia, a pesar de su rusticidad, son capaces de convencer a los hombres de que por la vía del placer, de la sensualidad compartida, se alcanza la inmortalidad. Ya ves; este poeta le da las gracias a una mujer del montón por haberle enseñado «que la muerte puede ser / una rarísima palabra». El enamorado tal vez no llegue a la inmortalidad de los Padres de la Iglesia, pero consigue un continuo aplazamiento de la muerte. Ella, mujer gruñona «de poeta de provincia», convierte la muerte «en una rarísima palabra». Necesito tus comentarios sobre estos enigmas. Recibe mientras tanto muchos abrazos. Ladislao Ubrique. Santiago de Cuba, 1993.

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