Las mujeres y las oportunidades

Las mujeres y las oportunidades

Mi amigo tenía sobrados motivos para andar vuelto loco y sin idea por aquella mujer con más curvas que un pitcher ganador de las grandes ligas, y un rostro de belleza cinematográfica.

 La hermosa fémina se había divorciado recientemente de un hombre afectado de adicción falderil de tal magnitud, que  llegó a enredarse sentimentalmente con una que otra empleada doméstica de la casa.

Disminuida considerablemente su autoestima, la dama recibía con ostensible satisfacción los encendidos elogios que le prodigaba su apasionado admirador.

Una noche recibí la llamada telefónica de mi compañero de jornadas bohemias de la década del sesenta, pidiéndome que fuera al restaurante donde liberaba de su contenido a una botella de ron criollo.

 Lo encontré cariacontecido y cabizbajo, pasando de inmediato a explicarme la causa de su evidente amargue.

 Apenas dos horas antes había visitado a la treintañera que estrenaba su cambio de estado civil, quien lo recibió con ostensibles muestras de simpatía, que incluyó un sonoro y apretado beso en las mejillas.

Como no esperaba esa reacción, el hombre se apretó, y fue invadido por un repentino tartamudeo, al que siguieron temblores parecidos a los de un gato mojado con agua sacada de una nevera.

Se despidió apresuradamente de su afectuosa interlocutora, y fue a posar sus asentaderas en aquel lugar de diversión, con la finalidad de ahogar las penas, que como suele suceder con las de origen romántico, nadan mejor que Marcos Díaz.

-Es harto sabido- dijo, en tono apesadumbrado- que, como repite un tío mío, si estás cruzando una calle de mucho tránsito con una mujer, y ella te dice que quiere hacer el amor contigo, tienes que complacerla ahí mismito, aunque los atropelle un vehículo.

-Como chiste está muy bueno- repuse, sonriendo.

-No estoy bromeando, porque puede suceder que esa misma tipa, al llegar a la acera, ya no desee  siquiera que le pongas una mano sobre los hombros.

-Tienes que cambiar esa marca de ron que acostumbras beber, porque parece que te produce ataques de exageracionitis- repliqué, notando que los tragos se le estaban yendo  al techo cerebral.

 -Como has sido productor de programas radiales con música del ayer, seguramente recuerdas la guaracha del trío Matamoros cuya letra verídica enseña que “la mujer es como el pan, que hay que comerla caliente; si la dejas enfriar, ni el diablo le mete el diente”.

Todavía hoy, cuarenta y cinco años después, sonrío al recordar aquella ocurrencia.

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