El recurso de contratar a gente aparentemente libre de sospechas para que carguen en sus organismos riesgosas porciones de narcóticos y llevarlas al exterior tiene implicaciones que llaman la atención: destrozan incesantemente la vida de personas, en su mayoría mujeres, que pagan las peores consecuencias del crimen sin ser las mayores responsables. Los reclutadores y mayoristas evaden sistemáticamente los castigos. Las denominadas mulas son numerosas y la ley no tiene piedad contra ellas. Y por su origen social, generalmente humilde, no aparecen muchas manos amigas y solventes que les agencien desde fuera de la cárcel las mejores asistencias legales.
El porte intestinal de estupefacientes se nutre de gente desesperada que no mide bien las consecuencias. En el perfil de la DNCD para descubrir con anticipación a las mulas está seguramente la apariencia que delata insolvencia y que lleva a suponer que no se trata de los viajeros que de ordinario tienen alguna familiaridad con los aviones y destinos de sus vuelos hacia fuera del país. Son como peces fuera del agua. Expresión de un problema social. Así como se desarrollan campañas para desalentar a la gente a irse ilegalmente en yolas exponiéndose a tiburones, debería existir un programa para radio, televisión y prensa con una importante difusión de mensajes contra el desatino de utilizar el cuerpo humano como árganas de terribles sustancias.
Por quién doblan las campanas
Ningún partido político puede alegarse como ente aislado, con todo fuero para desenvolver sus preocupantes debates sin atraer la atención del resto de la sociedad. Cuando doblan las campanas por alguna entidad numérica y políticamente importante de esta colectividad, el responso le puede tocar cerca a toda la ciudadanía. A los políticos dominicanos se les critica, a veces con intensidad, el que incurran en insensateces, pobreza de mira y ambiciones rapantes. Pero esa actitud crítica de sectores independientes aspira a persuadirles de que asuman su rol con dignidad.
Los partidos son instrumentos básicos de la democracia. De ellos depende en buena medida que el sistema de libre juego de las ideas funcione. Mucho conviene entonces que las organizaciones partidarias preserven un mínimo de armonía entre sus partes para que no naufraguen en perjuicio propio y de ese todo que es la nación.