Las múltiples historias de La reina de Santomé, de Guillermo Piña Contreras

Las múltiples historias de La reina de Santomé, de Guillermo Piña Contreras

La reina de Santomé es la primera novela dominicana que narra el San Juan de la Maguana de la década del cincuenta en la que figuran como personajes Liborio Mateo, Monseñor Tomás Reilly, el comandante de las guerras montoneras Fenelón Contreras así como funcionarios del régimen, de la Iglesia y el Concordato; el colegio Católico, sus monjas americanas, el Hospital Santomé y sus monjas españolas, la Feria de la Paz y el Reinado de Angelita Trujillo, así como el de Santomé en San Juan, con motivo del centenario de la famosa batalla de Santomé; en fin, la iniciación de adolescentes y el desarrollo de barrios del municipio capital de la entonces provincia Benefactor, hoy San Juan.
La reina de Santomé, del escritor y diplomático sanjuanero Guillermo Piña Contreras, es para San Juan la novela tan esperada. Piña Contreras, aureolado por los hilos del azar, lo ha logrado.
He degustado La reina de Santomé como un buen vino, gota a gota, sin apurarla. He aquí algunos rasgos parciales de la novelacomo agua que escapa entre los dedos, catarsis que fluye incontenible, ante el contacto de dos realidades: La nuestra, que ha vivido prácticamente todo lo que en la obra acontece, y la de su autor que, desde niño, ha ido fermentando todas esas vivencias en su espíritu de escritor.
La reina de Santomé es una fotografía de la Era de Trujillo en la sociedad sanjuanera de entonces. Nuestros padres fueron trujillistas, por necesidad, por miedo o por ambas cosas a la vez.Esa fotografía de la Era del Benefactor y Padre de la Patria Nueva (¿la“Vieja” era entonces la de Juan Pablo Duarte?) fue hecha con una cámara de alta resolución, la pluma madura del hirlandero novelista, fabricante de una tela de indiscutible perfección y belleza escritural.
Los momentos eróticos en las páginas de La reina de Santomé,con un final maravilloso, también cargado de erotismo luego de tanto silencio y horror en la atmósfera de la dictadura, eran justos, necesarios y fisiológicos, y hasta reconfortantes, diríamos. Sin embargo, no es el erotismo de Vargas Llosa en sus Cuadernos de don Rigoberto.No. EnLa reina de Santomé, las escenas eróticas son hermosas, delicadas y poéticas; el primer beso de El Flaco (Víctor) a Daisy recuerda la fisiología normal de la “química del enamoramiento”, consustancial a todo ser humano y que la Iglesia no comprendía ni comprende ni comprenderá nunca, porque sus enseñanzas son “acientíficas”. No son de este mundo.
El voyerismo colectivo de San Juan, lo tenía olvidado; pero los tórridos amores de Chichi y Micaela me lo trajeron de nuevo a la memoria. Catarsis freudiana. Que las hembras de nuestra época fueran a buscar «sus machos» para iniciarse en las redes del amor, expresadas en los contactos físicos tanto oral como genital, no fue prerrogativa exclusiva de las muchachas de nuestra generación, aunque algunas fueran catalogadas “más putas que una gata”, y que el voyerismo, tanto colectivo como individual, sacara a la luz pública.

¡Qué va! Simplemente hacían lo que han hecho las mujeres en todas las épocas, incluida la generación de nuestros padres, que como muy bien observa el narrador de La reina de Santomé, era «una época de enigmas y secretos».
«Lico Campos”, según el historiador provincial Carlos Villa, “fue el primero que puso un cabaret en San Juan de la Maguana, por los lados del cementerio, cerca de la Fortaleza. Un chulo, que andaba siempre de lino blanco como el poeta Otilio Méndez». Doña M., una de nuestras abuelas de barrio, fue amante de Lico Campos, y esto lo supimos de una fuente tan segura como irrefutable; hasta un nieto de «la abuela» lo confirmaba con estas palabras: «mi abuela era bien puta»; no se imaginaba que todos conocíamos la historia de su abuela con Lico Campos.
La sanjuanerísima novela La reina de Santomé nos recuerda El decamerón de Bocaccio por el número de historias de su tiempo que nos cuenta como hizo el famoso escritor italiano con su época. En ambas obras está la omnipresencia de la Iglesia, que nos prohibía leer a Bocaccio, so pena de «irnos al infierno», previa excomulgación. Era una espada de Damocles que pendía sobre nuestra adolescencia. Tampoco podíamos ver en el cine Antonieta las películas protagonizadas por la francesa Brigitte Bardot, la imagen sexual por excelencia de la época, que nos atraía tanto. Envidiábamos a Roger Vadim, entonces su marido en la vida real,con sólo imaginarnoslo tocándole la piel, o aquella boca “sensual y perversa, seductora». ¡Cuántas veces hicimos el amor con Brigitte Bardot! cuando las luces del gran cine-teatro Antonieta se apagaban, y nosotros, adolescentes en efervescencia, subíamos al escenario en cuerpo y alma, éramos los mismos que asistíamos, exactamente al frente, atravesando el parque Sánchez, a misa, a confesarnos y comulgar, cuando,y, como Víctor, El Flaco de la novela, éramos monaguillo de la tropa medieval de monseñor Thomás Reilly, obispo de la prelatura de San Juan y aliado de Trujillo, en su misión divina. La novela destaca cómo Trujillo y el Concordato fueron aliados de Monseñor para luchar contra “Liborio Mateo, y su horda de salvajes, herejes y paganos”.
Nosotros no podíamos ver a la Bardot en el cine, por la misma razón que Galileo Galilei no podía decir que la Tierra se movía en la época medieval. La Iglesia no sólo se metía y dirigía nuestra sexualidad, sino también nuestro pensamiento y nuestro destino. El castigo de“Flaco” (Víctor), en la novela, es parte de lo que Bocaccio denunciaba y una viva imagen»decameroniana». Si La reina de Santomé hubiera sido escrita cuando éramos adolescentes, hubiera sido proscrita por la Iglesia y su autor excomulgado,como El Decamerón y su autor, o La religiosa de Diderot.
En nuestra óptica,La reina de Santomé, Premio León Jimenes de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo 2019, es una obra que se coloca en la línea de El Decamerón de Bocaccio, el gran escritor del Renacimiento italiano junto a Dante y Petrarca.

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