Las necedades científicas frente
a la historia

Las necedades científicas frente <BR>a la historia

POR FERNANDO CASADO
En un artículo sin ecos publicado por nosotros en Listín Diario en noviembre del año 2002, defendiendo el papel asumido por nuestra Primada Iglesia Católica en aquel milagroso descubrimiento de los restos auténticos de Don Cristóbal Colón, acontecimiento impensado y fortuito, fruto de circunstancias solo determinadas por Dios, y validando en justicia la lucha cuesta arriba de nuestra honrosa intelectualidad histórica, injustamente maltratada y descreída, vilipendiada, desamparadamente abusada y humillada, solo por el hecho simple de asumir la evidencia espléndida y providencial, abrumadoramente atestiguada y validada en el encuentro con los restos del Descubridor, previnimos sin angustias, lo que sería el triste final de las necias pretensiones tumultuosas de algún buscador de escenario en crisis de anonimato, enfrentado a pruebas históricas objetivas e ineludibles.

No se trató de la respetada Academia Española de la Historia, que muy bien debe conocer de raíz los argumentos que invalidan los restos de La Cartuja, ni de los gratificantes afanes histórico-culturales a que nos ha acostumbrado la glamorosa diplomacia española; no partió del refugio injusto que albergó aquella burda mentira que quiso ser impuesta al Mundo desde finales del siglo antes pasado desde Sevilla. Ni siquiera ha asomado su rostro aquella enjundiosa curiosidad usual en los historiadores españoles, quienes hasta ahora han guardado un silencio militante y elocuente.  Todo partió, curiosamente, de un entusiasmado grupo de monjes de laboratorio de la Universidad de Granada, empeñados en aclarar el “enigma” del contrasentido macabro almacenado en Sevilla. Al parecer, el sonrojo histórico, determinó la decisión de arriesgar las bastardas circunstancias que envuelven los despojos de La Cartuja. Falta de argumentos válidos desde el mismo evento pecaminoso de la sustracción impropia de aquellos “restos de algún difunto” del recinto de nuestra Santa Catedral, y el hecho monstruoso, que no puede, ni debió nunca ser pasado por alto, de que fueran sustraídos y falseados a su vez del ámbito de la Catedral de la Habana, ha desplomado para siempre su cuestionada autenticidad y ha confirmado su lugar a Santo Domingo.

Las escenas del documental presentado días atrás por Discovery Channel, cándidamente promocionado en nuestra prensa, desmontando y abriendo el cofre de los restos macabros de Sevilla hacen evidente un involucramiento enterado desde el principio en el proyecto del ADN a aquellos “restos de algún difunto”, como bien definía el acta notarial levantada “in situ” en Santo Domingo al momento del hurto inconsulto de las autoridades españolas en 1795. Es evidente que se tendría la esperanza enfermiza de invalidar los restos que desembarcara Doña Maria de Toledo para cumplir con la última voluntad del Almirante en 1536. La conspiración no es solo contra los restos auténticos de Santo Domingo es contra la honorabilidad de la República Dominicana y hay que medirla en términos del escándalo histórico que hubiesen desplegado los fogosos Channels, las adoquinadas agencias españolas ¡Oleeee! y medios estridentes en todas partes del mundo, si aquellos huesos de no se sabe que maladada cosa hubiesen tenido autenticidad. En la misma medida una catástrofe de descreimiento y descrédito histórico hubiera arropado a la República Dominicana, principio y origen de la historia del Nuevo Mundo, apreciada por sus primacías y particularidades desde los tiempos en que el Gran Almirante le llamara, con el mas ibérico de sus sentimientos: La Española.

Joaquín Balaguer no tenía un pelo de tonto. Midamos, con riesgos, su estatura intelectual y osada inteligencia, en la grandiosidad desproporcionada del gigantesco monumento levantado, no por casualidad, para guardar eternamente los restos de Don Cristóbal Colón. ¡Jamás para guardar una mentira! La intención evidencia en los hechos su sapiencia y convicción absoluta sobre la autenticidad vertical de los restos allí guardados con innegable intención perpetua, como lo estableciera el Almirante Viejo en su última voluntad: que sus restos moraran para siempre en SU amada Española. Lo que debió haberse proclamado en el documental de marras es la autenticidad de los restos que con dignidad histórica han defendido y guardado los dominicanos. Luego de haberse comprobado que los restos de Sevilla no corresponden al primer Almirante Don Cristóbal Colón, España debió haber perdido todo interés en los restos de Santo Domingo. No hay excusa de fuerza que explique el despropósito que no sea perjudicar a la Republica Dominicana. Cristóbal Colón dejó de ser pertenencia física y espiritual de España hace siglos porque él decidió ser un dominicano más, no un cuestionado Virrey español. Sus restos fueron un problema histórico traumático para España, nunca para la veneración fiel de los dominicanos. Ese expediente esta definitivamente despejado y los investigadores, historiadores o como se quieran titular serán siempre bien recibidos en el Gran Monumento de los Dominicanos donde duermen los restos del Gran Descubridor, siempre que paguen su boleta, como simples turistas.  Esa experiencia no podrá ser ya vivida en Sevilla.

Los primeros análisis de ADN ponen en entredicho la eficiencia de la tecnología española, tan publicitada como el Jamón Serrano, elogiada y reconozzzzzida con todas las zzzzz reales. De hecho hubo que trasladar las dudas a los laboratorios Norteamericanos. Si “aquello” hubiese coincidido con los restos de la familia Colón no hubiese habido necesidad de otro ADN fuera de España. ¿Qué podían haber arrojado? Necesariamente las minucias ¿óseas? que se recogieron de la Catedral de la Habana en septiembre de 1898 para trasladarlas a Sevilla cuyas indicaciones se “observó que no estaban de acuerdo con el acta” levantada en 1796 luego que se secuestraran en Santo Domingo. Las palabras de la historia son diáfanas y tan eternas y candentes como estampas al hierro: “?, apareció el interior de la urna, conteniendo –una sola caja y una sola llave -: al dar cuenta de ello, el Sr. Blanco, – con asombro que no pudo reprimir -, me interrogó, ¿nada más? Y al manifestarle que había unos pedazos de madera, arrancados del respaldo de la urna a golpes de gubia, que dicho respaldo estaba destrozado y que por un agujero en su tercio bajo asomaba una punta de piedra, un gesto de desagrado, cambió todos los rostros y reinó el descontento por momentos a tal extremo, que inconscientemente uno tras otro todos quedaron de pié”. ¿Que resturaje encontraron en la violada urna?: ¿Huesos de un animal? ¿Huesos de algún infeliz exhumados en algún tétrico cementerio? Otra vez la historia con su lengua de fuego inexorable afirma: “..tomó la llave y abrió sin dificultad; apareció la tapa de plomo y tras ella, en la caja del mismo metal una porción de tierra, que no levantaba dos centímetros sobre el fondo de la misma, algunas astillas de hueso y dos pequeños pedazos como de uno y medio centímetros y de forma semiovales; tomó el menor el Dr. y dijo parecerle una falange, y analizando que hubo el segundo, pintó con él sobre la tapa de plomo manifestando que le parecía yeso fundido, y dejando caer ambas tapas dio vuelta a la llave”. El Sr. Emilio Loys y Gourrié, “ maestro de obras agrimensor y perito”, escogido por las autoridades para el trabajo de extraer con sus manos la urna, sigue afirmando en sus declaraciones a la Academia de la Historia de la Habana junto al Sr. Hernández Ortega, sobre las contradicciones de las actas en cuanto al contenido macabro de la misma: “ la primera dá fé (sic) de la existencia de dos cajas de Títulos (ue serían pergaminos) condecoraciones y monedas; el segundo dice que había papeles y medallas en la urna; y yo os aseguro, por mi honor como Caballero de Colón que ni una cosa ni la otra y que el contenido de la caja de plomo (donde estuvieron clavados mis ojos en tanto permaneció abierta) mas parecía polvo del que producen las obras de albañilería y huesos machacados a el efecto, que restos humanos. Y exclama el testigo Sr. Arolas “ante aquel puñado de tierra”: ¡“valiente mistificación se ha operado aquí”!. El desquiciamiento es tal que se insinuó que el robo de los falsos restos de la Habana podía haber sido obra de los dominicanos: “¿será mucho pedir suponer que aquella mancha de humedad vista por mi en 1876 (sic) fuera la tronera recién tapada por donde desaparecieron los restos, y esos restos que nos dicen los Dominicanos haber encontrado en su Catedral en 1877, los hubieran encontrado antes en la de la Habana?.  Penoso? Sin comentarios.

 Nos luce el enfrentamiento pretencioso de un bullicioso equipo de gradería colonizadora que agrede innecesariamente, sin el más mínimo tacto ni pudor histórico, la tradición sobria, serena e inviolable de una Nación. No ha habido nunca “incógnita” ninguna en cuanto a los restos auténticos de Colón, es solo la prepotencia pretenciosa de la España atropellada de aquellos tiempos, inaceptable al día de hoy, quien quiso darle permanencia voluntariosa y terca a una aberración malcriada que ya choca con la conciencia enterada de un mundo sin fronteras al conocimiento, por no decir con las propias verdades y los hechos tangibles de la historia de la humanidad, en la que Cristóbal Colón ocupa parte fundamental.

 Aunque las autoridades anteriores se mostraron “reticentes”, nunca se hicieron de público conocimiento en Santo Domingo las intenciones ni las gestiones interesadas de estos grupos de “investigación”. Según noticias del Canal Surweb de Andalucía: “El equipo de investigación, que aplazó el viaje que tenía previsto realizar a Santo Domingo el pasado mes de mayo por la convocatoria de elecciones, ha mantenido diversos contactos con el nuevo Gobierno y se encuentra a la espera de recibir una respuesta a su petición tras la toma de posesión del nuevo presidente del país, Leonel Fernández, el próximo 16 de agosto”.

 Estos diligentes “colonizadores de laboratorio”, de ningún modo historiadores, debían asumir definitiva y categóricamente que la posición dominicana no va ni puede tener variantes. Que la invalidación de los restos de Sevilla es la confirmación definitiva de los restos que reposan en Santo Domingo y que, como sentenció el Ministro Figuereo en otra irreverente ocasión con respecto a los restos de Colón, es válido repetir: “Hay cosas que están por encima del comercio de los hombres”.

 Si es que la olímpica Real Academia Española de la Historia no quiere pronunciarse, ignorando voluntariosamente los hechos históricos del pasado y pasando por alto los resultados catastróficos del análisis de ADN a los restos de Sevilla, lo cual sería una infidelidad inconcebible el no haber estado enterados oficialmente por los “diligentes investigadores granadinos” antes de sus pretensiones sin juicio en la República Dominicana, cuyos resultados son definitivos a favor de los restos de Santo Domingo, es momento de que tanto nuestra Academia Dominicana de la Historia, La Universidad Santo Tomás de Aquino, Primada de América, tan vieja como los restos inviolables de Don Cristóbal Colón, así como todas nuestras Universidades responsables, medios de Opinión Publica y sobre todo, la injustamente vilipendiada Iglesia, con todo el peso moral de su autoridad mancillada en aquella ocasión, se sientan en el deber y el derecho de pronunciarse para exigir respeto absoluto a nuestras honrosas verdades históricas, tan delicadas y dignas como las españolas, en este caso particular comprobadamente ciertas y universales. El país dominicano es merecedor de una esperada excusa histórica de parte de las autoridades españolas. Es allí, en la Historia guardada por la digna inteligencia dominicana, de profunda herencia precisamente española, donde se debe auscultar, no en aquel cofre sagrado improfanable. No es en el laboratorio? La verdad hay que buscarla en la Historia? Está escrita.

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