Al leer el título de seguro el amable lector pensará que he descubierto el grupo de neuronas que en el cerebro son específicas para percibir las creencias religiosas o los juicios que sobre Dios tenemos todos los terrícolas. En verdad se trata de “conversar” sobre el libro escrito por el neurobiólogo argentino Diego Golombek, de la editorial siglo XXI: “Las neuronas de Dios. Una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel”, que lo adquirí en mi última visita al bello Buenos Aires.
La publicación no indaga sobre la existencia de Dios, menos aun en las creencias personales. Parte, en cambio, de considerar la religión como un fenómeno natural y como tal se debe y puede ser evaluado por las ciencias naturales. Se trata de un trabajo en el que el autor explora lo que denomina una -neurociencia de la religión-, una compresión científica de las experiencias místicas y religiosas relacionadas con el Supremo Hacedor. Lo de “neuronas de Dios”, es un término metafórico, no hay neuronas de dioses. Está demostrado que en el cerebro hay áreas que tienen que ver con la propensión natural a las creencias y al temor y que no es solo cultural. Las religiones por supuesto son un fenómeno cultural que organizan socialmente creencias. Hay evidencias de que la inclinación a creer en “algo superior”, en algo sobrenatural y en lo místico, puede venir cableado de antemano en nuestros cerebros desde los tiempos prehistóricos.
Se refiere el autor cuando habla de las “neuronas de Dios” a las áreas cerebrales que se activan y se han estudiado en los casos de misticismos y de gran religiosidad. Señala el autor que si estos fenómenos como la religión y las creencias en lo sobrenatural son tan universales, no solo tendrá un origen evolutivo, sino que debe existir también una base genética y hasta hereditaria para explicarlas. El hombre evolucionó desde las cavernas y que como siempre hemos tenido temor a lo desconocido, inventamos las religiones y las ciencias.
Uno de los estudios más completos sobre el tema es el de Mario Beauregard de la Universidad de Montreal, quien trató de determinar los correlatos neuronales con las experiencias místicas utilizando la Resonancia Magnética funcional, investigación realizada en monjas carmelitas. Estudió sus cerebros y los relacionó con experiencias místicas y sociales, concluyendo que son el núcleo caudato, la ínsula, quienes junto al lóbulo temporal, participan de manera protagónica. En esa condición el lóbulo parietal se encuentra entonces completamente “dormido”, y es allí donde se organiza principalmente la noción del tiempo y el espacio y nos da la sensación de “ser”. Concluye el investigador canadiense que si usted es ateo y le provocamos estimulaciones eléctricas similares en las áreas cerebrales mencionadas usted las relacionará con la magnificencia del universo mientras que si por el contrario usted es un fervoroso creyente, esas sensaciones experimentadas usted las relacionará lógicamente con su Dios. Es decir, que todo está depositado en memorias ancestrales en nuestros cerebros, “filtrado” siempre por nuestros sentidos, lógicamente matizado por nuestras propias creencias individuales, las aprendidas y las culturalmente heredadas.
Opina el autor porteño que es fundamental para la ciencia y la comunicación ser un divulgador del conocimiento, juicio en el que coincidimos un 100%. La ciencia si no se comunica no es ciencia. Y se comunica de distintas maneras: se participa profesionalmente, a través de publicaciones, congresos, conferencias, pero también debe comunicarse al público general, esta última es la principal razón de esta columna dominical. Sustento que el conocimiento nos hace mejores seres humanos. Señala el autor que muchas veces pasa que aprendemos más del cerebro que no funciona, o que tiene algún tipo de trastorno que del cerebro sano. Así, en esta búsqueda del “Dios neuronal interno”, vienen a nuestra ayuda de aclaración diversas patologías que participan de esas sensaciones cerebrales que fuerzan la espiritualidad desmedida, las visiones místicas, levitaciones, la luz al final del túnel. En la base de muchas conversiones, visiones o apariciones divinas, puede esconderse el fantasma de las epilepsias u otras entidades psiquiátricas lo que ameritaría otros “conversatorios” neurológicos.