Las novelas de Turguéniev: “Rudin”

Las novelas de Turguéniev: “Rudin”

POR LUIS O. BREA FRANCO
Los comienzos y los finales de la obra de Turguéniev fueron poemas, composiciones líricas que seguían las tendencias estilísticas vigentes en su tiempo. Los poemas iniciales se despliegan en una entrañable atmósfera romántica, mientras que los poemas en prosa del final reflejan un tono sapiencial y elegíaco.

Turguéniev era poeta en lo más profundo de su corazón; de hecho, su actitud vital más arraigada y personal era una tendencia al intimismo y a la meditación solitaria situado en medio de la naturaleza donde proyectaba su incertidumbre o melancolía.

Su sentido siempre despierto para la poesía, para descubrir en las cosas del mundo la belleza y el asombro y el desconcierto que ésta produce, fueron los estímulos primordiales que abrieron su espíritu a percibir las posibilidades que ofrece la imaginación a la libertad. Sin embargo, notamos que Turguéniev no se dedicó posteriormente a la poesía.

La causa de ello fue que en su juventud tuvo algunas experiencias que lo marcaron en lo más profundo de su ser.

Una de ellas fue su encuentro y posterior amistad con el crítico Visarión Belinski, a quién admiró y asumió como maestro y guía moral de su vida. Belinski, sobre todo, provocó en él el despertar de la conciencia social, lo persuadió de la insatisfacción que producía la sensibilidad romántica y produjo que el escritor tomara conciencia de su capacidades artísticas.

En una ocasión memorable Belinski dijo a Turguéniev: «Me parece que Ud. tiene poco o ningún genio creador; su vocación es la pintura de la realidad». Luego de muchos años el escritor reconoció cuán acertado había estado el amigo: «No he podido nunca crear nada que viniera sólo de mi imaginación. Para crear un personaje necesito a un ser vivo».

A partir de esta esencial influencia, Turguéniev pudo abrirse a su medio, aprendió de Gógol el valor de una exacta descripción y la utilización de las palabras simples y sencillas en la creación literaria.

La otra experiencia fundamental que cumplió en sus primeros años como escritor, fue el descubrimiento de que en él predominaba una tendencia muy marcada al razonamiento, y al mismo tiempo comprendió que esta actitud meditabunda lo conducía por un camino que lo alejaba indefectiblemente de la espontaneidad que requiere la actitud lírica.

Después de publicar en 1852, «Memorias de un cazador», Turguéniev escribiría otros cuentos que poco a poco comienzan a mostrar una evolución hacía el género novelístico, por lo que podría decirse que en él se produjo de un modo casi imperceptiblemente el paso de un género a otro.

Este pasaje suave, este fluir de un género a otro, se percibe poderosamente en sus novelas, que son breves, cargadas con la fuerza sugestiva y poética del cuento. Esto le permitió crear una variante sumamente original en la novela realista europea de su época.

Al mismo tiempo, junto a la dinámica combinación de potencia descriptiva y brevedad, sus novelas presentan otra característica: pueden calificarse como «sociales», pues en ellas se describen y se muestran los intereses de la sociedad en que vive y ofrecen un nítido reflejo de los mecanismos que regulan las relaciones sociales.

«Rudin» es el título de su primera novela, publicada en 1855. En ella, Turguéniev adelanta el problema de los «hombres superfluos»; representa el trágico destino histórico de hombres de buena voluntad, pacíficos y educados, pertenecientes a una generación que nace y se desarrolla cautiva en un universo despótico, y que alcanzan conciencia descubriéndose como parte de una reducidísima minoría impotente en medio de una gran masa de seres ignorantes e inertes.

En la novela se relata el fracaso de una generación que encuentra cerrada toda posibilidad de participar en una acción socialmente constructiva. Estos hombres sensibles comprendían los grandes problemas que aquejaban a Rusia, se afligían por la situación, pero eran incapaces de actuar.

Rudin es el trágico retrato de uno de estos hombres. Por un lado, en él actúa la tendencia a elaborar proyectos ideales grandiosos para lograr el adelanto, la renovación material y espiritual de Rusia siguiendo el modelo occidental, planes que expone con lujo de detalles y con enardecido fervor en salones y clubes de moda, mas que se revela impotente al momento de realizar, de cumplir sus ideas.

Rudin no logra nunca realizar sus grandiosos proyectos porque no dispone de energía, de voluntad, de entrega y perseverancia, de arrojo, para poder llevarlos a los hechos.

Su trágico destino se consuma cuando muere gratuitamente en una barricada parisina durante la revolución del 1848, abandonado como un vagabundo sin tierra ni techo, luchando por una causa en que no cree, pero que es la más cercana y la única palpable.

El autor describe al personaje con dos pincelada: «Rudin parecía lleno de fuego, de ardor, de vida, pero en su ánimo era frío y casi tímido, hasta que no se le tocaba en su amor propio».

En cuanto a su personalidad social, que como ha señalado Proust, es una cualidad que nos otorgan los otros, «Rudin –dice su creador- no parecía preocuparse tanto de ser comprendido, cuanto de ser escuchado».

Contrasta con este personaje, Natalia, que es una joven adolescente a la que las palabras encendidas de Rudin, llenas de romántica retórica, enardece. La joven se enamora perdidamente del intelectual. Mas, cuando llega el momento decisivo, cuando ambos tienen que salir en defensa de su amor y pueden evadir con una fuga el mundo banal que les impide realizar sus sueños de enamorados, Rudin recula y abandona a Natalia, renuncia a realizar concretamente su amor para evadir sus responsabilidades con la vida difícil que les esperaba.

Natalia es lo opuesto de Rudin, es una típica heroína de Turguéniev; es una joven simple, mas dotada de una poderosa fuerza de voluntad que la hace muy superior a los hombres. La joven, en el encuentro que tiene con Rudin para concertar la huida -encuentro que será el último entre ambos- comprende y señala cual es el rasgo determinante en Rudin: «Usted es incapaz de amar. Tiene un corazón muy frío y una imaginación demasiado ardiente».

Natalia expresará -sirviéndose de una metáfora que elabora Rudin, cuando ambos pasean por el jardín y observan un manzano tan cargado de frutos que no ha regido el peso y se ha roto- la verdad sobre el tipo de hombres semejantes al protagonista: «Mire –dice Rudin- vea ese manzano; se ha quebrado bajo el peso de sus frutos. Un símbolo del genio… Se ha quebrado –dice la joven- por que no tenía raíces…».

Enfrentado al reproche de la joven por negarse a huir, Rudin acepta con pasividad total su destino: «¿Qué otra cosa podemos hacer? Someternos».

Lobrea@mac.com

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