Las novelas de Turguéniev: “En vísperas”

Las novelas de Turguéniev: “En vísperas”

POR LUIS O. BREA FRANCO
El título de la obra, que apareció en 1860, pierde en nosotros la gran carga emotiva que transmitía a un lector ruso del tiempo de Turguéniev, pues estamos fuera de la constelación de referencias históricas y simbólicas que aportaba los códigos y reglas de interpretación para comprender la realidad inmediata en la cultura rusa de aquellos años.

El lector ruso de la época sabía muy bien cuál era el inminente acontecimiento simbólico a que se refiere el título de la obra. Éste alude a las esperanzas de una transformación y modernización de la vida, que embargaba entonces a las clases pensantes, basadas en las declaraciones programáticas expresadas por el nuevo soberano en el momento de su ascenso al trono de los zares.

Después de muchas vacilaciones y consultas, Alejandro II se preparaba para firmar los “úkase” que concedían libertad a los siervos e introducían otras necesarias reformas a fin de que el imperio se transformara en una potencia europea de acuerdo a los parámetros vigentes en las “modernas” naciones occidentales.

Cuando Turgueniev comenzó a escribir la novela en 1859, como buen liberal presagiaba las reformas, y aún más, había participado en diversas comisiones que el emperador había conformado para enriquecer, con los ponderados puntos de vista de la clase pensante, el proceso de redacción y documentación de las reformas en preparación.

Sin embargo, Turguéniev en la novela no sólo establece una referencia al clima social inmediato, al estado de ánimo que se vivía en Rusia por esa época, sino que, como en las otras obras del autor, se planteaba cuestiones globales en torno al sentido metafísico de la existencia humana. En este caso, ya en el primer capítulo surge la pregunta que dominaba, por aquellos años, la reflexión del escritor: ¿Acaso hay para la vida alguna finalidad superior a la búsqueda de la felicidad?

La trama inicia con una relajada conversación de dos amigos estudiantes –Bersénev estudiante de término de filosofía, y Shubin, temperamental escultor- quienes después de haber terminado sus cursos profesionales disfrutan de una vacaciones estivales en el campo. La conversación toma una clara dirección con una observación irónica de Shubin, que tumbado en la grama observa a las hormigas: “Me choca en las hormigas su asombrosa seriedad. Corren de un lado a otro con tanta seriedad que luce que la vida tiene sentido para ellas”.

De ésta observación, Turguéniev teje un diálogo que deriva en un cuestionamiento del orden metafísico –lo que revela la deuda del autor respecto al pensamiento de Pascal, a quien, sin embargo, no menciona-: el ser humano, que luce como el rey del universo, se mueve en un ámbito hostil; es inseguro, y la más pequeña cosa puede ser causa de su perdición y muerte. La naturaleza no se ocupa del sentido que pueda tener la vida para nosotros: “¿No es ella la que ha de devorarnos, la que nos devora sin cesar? En ella se dan la vida y la muerte; y en ella la muerte suena con voz tan sonora como la vida”.

Ante la inmensidad desoladora del universo y el silencio indiferente de la naturaleza, ¿qué actitud deberíamos asumir en la vida? ¿Deberíamos concentrarnos en ser pura y simplemente, aislarnos para vivir egoístamente felices, o deberíamos buscar algo más, algo trascendente o quizás dedicarnos a realizar un valor que tenga algún significado colectivo?

Bersénev señala que el término “felicidad” tiene un sentido egoísta, pues separa. Los amigos pasan entonces a buscar y a analizar palabras que unan y entre éstas identifican: “Arte, patria, ciencia, libertad, justicia y  amor…”

Respecto a éste último precisan: “Amor es de las palabras que unen, pero no así el “amor-deleite”, sino el “amor-sacrificio”. Éste se referiría al amor que coloca la plenitud de lo amado por encima del bienestar del amante. El amante no buscaría colocarse en el centro del escenario, en ser el primero. El quid del asunto estaría en asumir el amor –Turgueniev muestra aquí cierta nostalgia platónica- en función del desarrollo de lo amado, de ayudarlo a alcanzar la plenitud. Amar significaría, entonces -utilizando las palabras de Bersénev- “que el sentido de nuestra vida estaría en ser el número dos”.

Es en el contexto ideológico suscitado por tales preocupaciones, que Turguéniev comienza a desplegar la trama de la obra. El primer capítulo actúa como una especie de “prólogo en el cielo” en el que se definen las preocupaciones metafísicas y la visión transhistórica que estaría a la base de la consideración del presente en Turguéniev.

La novela constituye una apología de las jóvenes mujeres que poco a poco van adhiriendo al naciente espíritu revolucionario, que luchan por alcanzar la liberación femenina y están dispuestas a renunciar a todo, decididas a entregarse a una causa política sin reparar en las consecuencias personales. El personaje de Elena es una representación magistral de esta nueva actitud.

Elena desde muy joven tenía “ansias de actuar: Los pobres, los hambrientos, los enfermos, la preocupaban, la angustiaban…”. Sus padres son gente limitada, vulgar, especialmente el padre, que es hombre de escasa moralidad y con quien la hija tiene una relación conflictiva.

Al lado de Elena, Turgueniev coloca a los ya mencionados Bersénev y Shubin, típicos jóvenes intelectuales rusos que tienen mucho de inmaduros, que les impide que puedan dar a sus existencias una dirección segura, concentrarse en realizar un objetivo específico.

Elena se enamora del estudiante búlgaro Insárov, que dedica todas sus energías a una sola causa: la liberación de su patria del dominio turco. Éste viene descrito como “alguien que sabe comunicar su entusiasmo patriótico y por ello despierta la admiración de Elena…; es un hombre de acero, sin embargo, en el fondo de su alma es infantil e ingenuo a pesar de su gran energía social”.

Este personaje es el primero de los esbozos con que Turguéniev intentará dibujar al joven nihilista radical de los años sesenta. Es un carácter sólido y sin vacilaciones, que tiene una finalidad clara, a la que subordina todo, incluso el amor a Elena. En él no hay debilidades, pues sabe que pertenece al futuro: es un hijo del pueblo –un raznochinest- dispuesto a realizar las transformaciones que la nobleza no podía cumplir.

Es, además, un realista que actúa en el ámbito de la política y de la organización en el enfrentamiento con sus enemigos, que son los de su patria y por tanto se sostiene en su identificación con la gran fuerza que otorga una lucha colectiva.

Frente a la figura telúrica de Insárov, los otros personajes de la novela aparecen como figuras indecisas y vacilantes de Hamlets, cuya excesiva vocación a la reflexión mina la voluntad y no les permite concretarse en una fe y en un objetivo que les permitiera actuar en el mundo transformándolo. Ellos son inferiores al Don Quijote búlgaro, que con su simplicidad se compromete, y empeña todo su ser en la realización de un objetivo superior a sí mismo y con ello conquista el amor de Elena.

La tesis histórica de Turguéniev es que con el tiempo las sociedades cambian y con ello las conciencias se hacen más claras y audaces, y esto las saca de su quietismo.

“En vísperas” era una obra cargada de múltiples referencias al momento, que no podía ser recibida sin escándalo y polémica.

Lobrea@mac.com

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